Daniel Melero ha estado nuevamente ocupado presentando en vivo su más reciente álbum de estudio, Ultracromático, publicado a fines de abril. Eso sí, en sus performances no desatiende los temas representativos de una trayectoria que se remonta al momento en que el nativo del barrio porteño de Flores quedó deslumbrado por el disco Evening Star (1975), firmado por Brian Eno y Robert Fripp, y que lo incentivó a decidirse a hacer música. Ésta última es una de las tantas certezas que da vida a su autobiografía: Incierto y sinuoso. Desde su aparición en julio, el libro resolvió enigmas y abrió otros más en la cosmogonía de un artista tan estimulante como complejo, toda una rara avis del rock argentino.

Para el armado de estas memorias, el pionero del electropop nacional sumó al periodista Mariano Vespa, afanoso retratista biográfico (lo que testimonió mediante el libro Inmersión, que gira en torno al escritor Rafael Pinedo), quien figura como una suerte de coautor. “Daniel me convocó para trabajar con él en un borrador sobre sus memorias que quedó trunco”, explica el tresarroyense. “Estaba exponiendo unos textos en el Museo Sívori y se me ocurrió convocarlo. Y pegamos muy buena onda en esa entrevista, que está online en YouTube. Si bien algunas cosas se mantienen textuales, me pidieron ampliar ese borrador. Entonces entrevisté a mucha gente que no aparecía inicialmente. Es por eso que suelo decir que mi rol en el libro fue de montajista”

-¿A quiénes entrevistaste?

-En el primer párrafo de los agradecimientos están los entrevistados que participaron. Hablé con Vivi Tellas, que fue su esposa. También entrevisté a Richard Coleman, Katja Alemann y al periodista Pablo Schanton, por ejemplo. Como el manuscrito estaba en primera persona, les aclaré a todos que las entrevistas las utilizábamos para contribuir a la memoria personal de Daniel. La fuente principal siempre fue la voz de él.

-¿Cuánto tiempo les llevó hacer el libro?

-Fueron más de dos años. Sabiendo que ya teníamos un manuscrito de base, hubo zonas que eran plausibles de ser expandidas o incorporadas. Y lo vi trabajar en el estudio, lo que fue importantísimo.

-¿Te sorprendió que te eligiera a vos?

-Yo no veo en un ojo y tengo un color distinto. A partir de que lo invité a hablar acerca de los colores, entramos en sintonía. Tuvimos una comunicación muy linda. Él entendió que había algo genuino en mí, en mi búsqueda. Escribo, soy periodista. Pero lo que más me interesa es el arte. Cuando Rodrigo Ottaviano, su mánager, vio una posibilidad, me mostró el manuscrito. Trabajé con varias puntas que, como lector, me interesaban. Se fue dando muy despacio. Que me eligiera a mí me sorprendió hasta desde el punto de vista emocional. Soy un agradecido.

-Cuando leíste por primera vez el borrador, ¿sentiste que lo que había ahí era coherente?

-No hubo interpretaciones separadas. Siempre respeté el hecho de que son sus memorias. Sólo contribuí a dar una mirada más detallada del Melero artista y él tuvo la gentileza de sumarme como cofirmante. Acentué algunos climas e interpreté algunas canciones que a mí me gustaban. La idea era ver ese panorama de vanguardia y de under. Lo de Chabán lo fui a buscar un poco yo. Por eso incluí al (Café) Einstein, que no estaba.

-Ahí actuaron Los Encargados, banda con la que Melero sentó las bases de su culto, amén de haber grabado con ella su primer disco. En el libro, cuando esa historia empieza a tomar vuelo, de pronto pareciera interrumpirse.

-No hubo una búsqueda de biografía de mi lado. Si lo encaraba así, me hubiera llevado diez años. Es una carrera gigante. Melero produce música desde los años '80. Es un ejercicio de memoria que él tenía y que yo ayudé a compaginar.

-¿Llegó a incomodarse con alguna propuesta tuya?

-Es muy cuidadoso con su intimidad, pero no me negó ningún tipo de información. No hubo censura ni autocensura. De hecho, me animé a poner la cita de Rosario Bléfari en la que cuenta que no le devolvió unos materiales de Temas Lentos, uno de sus proyectos musicales. Eso lo replicó en Twitter poco antes de morir. Me pareció importante no obviarlo, lo mismo que la cuestión con Cerati. Hasta hace un tiempo, era como un tabú la pelea entre ellos. Lo incorporé tras una conversación última que tuvimos. Ahí dice que se reunieron.

-¿Qué fue lo que más te llamó la atención de esa dialéctica con Cerati?

-Encontramos una canción que está transcripta. Se llama "Fragancia", la grabó con Vivi y contiene un fragmentito de “Canción animal”. Eso está confirmado. Sirvió de disparador para preguntarnos sobre lo que escribían juntos. Hay una frase que Daniel repite todo el tiempo: “Se pasaban los cuadernos” (se refiere los cuadernos en los que boceteaban y anotaban ideas para futuras canciones). Me atreví a preguntarle alrededor de eso, sabiendo que era importante. Él siempre habla de Cerati como “un gran artista”.

-Sin embargo, Melero revela que Diego Tuñón, tecladista de Babasónicos, es su gran coequiper.

-Me interioricé a partir del disco en conjunto que hicieron y de las entrevistas que surgieron en torno a éste. En el borrador, él habla de Diego desde que era chiquito. Ahí me di cuenta de que es su amigo más entrañable. Además, tienen muy sintonizada la escucha y el intercambio de música.

-¿Te resultó complejo abordar su semblante teórico?

-Tiene un andamiaje conceptual que permite que no lo refutes tanto. Yo no entendía las decisiones de él como artista desde un lugar técnico porque no soy músico, pero sí entendía el gesto artístico. Entonces, ahí la conversación se movía hacia otro lado. Yo no sabía del “pattern”, por ejemplo. Él lo explica como “ir hacia la mácula”. A mí eso me encantó, por lo que lo seguí pinchando por ese lado, en el buen sentido.

-¿Es una autobiografía para fans?

-Hay mucha data musical. El libro está dirigido a un público artista (a manera de antecedente, en 2012 salió un libro de entrevistas al artista, titulado Ahora, antes y después, al que el periodista Gustavo Álvarez Núñez le sacó inteligentemente las preguntas). Cuando te metés con alguien en su faceta biográfica, te volvés un poco obsesivo. Lo escuchás, lo desmontás. La obra de Daniel, con muchos acentos, me interpela. Tras laburar con él, siento que estoy aprendiendo a escuchar música.

-¿Sabés si leyó el libro?

-Él dice que no. Sus recuerdos son sus recuerdos.