Muchas veces decimos que “el destino está escrito”, aunque aquellos que profundizan en la complejidad de las pasiones, según dijo alguna vez el escritor Eduardo Sacheri, no acuerden con ésta sentencia. Los finales cerrados no son una opción para el equipo de profesionales y trabajadoras de la experiencia de la Clínica del Lazo y el dispositivo autogestivo de externacion que emergió de ella: “Cada Casa un Mundo”. La experiencia es narrada en la muestra fotográfica y artística Arrebol, que se inaugura mañana, a las 17, en la Biblioteca Argentina. 

Los verdaderos autores y protagonistas de esta muestra retrospectiva son “los muchachos”, así les dicen a quienes viven en las “Casas Asistidas”, experiencia que comienza a gestarse a principios del 2010, con las “locas del 8” en la Colonia Psiquiátrica. "Dr. Abelardo I. Freyre" en Oliveros, a 60 km de Rosario.

Fueron tres mujeres las que soñaron casas habitadas por personas que, de pacientes de la Colonia, pasaron a ser residentes con nombres y apellidos. Espacios que a cinco kilómetros de la Colonia, con el tiempo adquirieron ritmos y olores como los de cualquier hogar. Ellas son “las locas”: la trabajadora social Raquel Rubio, la psiquiatra Gabriela Pino y la psicóloga Pilar López Álvarez abrazaron esta causa haciendo visibles cuerpos fragmentados: con la escucha. Mirándolos, haciéndolos existibles en un proceso arduo de externación, casi arqueológico, donde no faltaron las luchas y las resistencias.

“La invisibilización también es violencia”. De ahí nace esta muestra curada por la autora de esta nota. Con un rico material de archivo, perteneciente a la Hemeroteca de la Biblioteca Argentina, ella habla a través de imágenes y documentos, del proceso de transformación de ésta inédita experiencia autogestiva. Reivindicando la posibilidad de escribir memoria, apostando a lo colectivo. Los testimonios de ésta experiencia denotan una grupalidad, que a modo de engranaje y de manera sostenida, fue encontrando un sendero común con otres, alojando y nombrando a quienes formaron y forman parte de ésta experiencia: Argentino, Enzo, Daniel, Hugo, Mario (el Mudito) y Lucho. Estos últimos fallecidos recientemente a los que, con justicia poética, se les rendirá homenaje.

Derecho a la memoria

El impulsor de esta propuesta que recopila material de la experiencia de la Clínica del Lazo, “Cada Casa un Mundo” fue Luciano Zamparo. Se recibió de trabajador social con un material inédito de investigación, basado fundamentalmente, en la recopilación de imágenes. Una parte de ellas de su autoría, otras del equipo y otras pertenecientes a Claudia Siri, psicóloga, fotógrafa, e integrante de éste dispositivo desde el 2021. Desde los años 90´s fue parte de los profesionales de la colonia psiquiátrica, coordinadora de su Centro Cultural “Nise” y una de las protagonistas de lo que se ha dado en llamar “Experiencia Oliveros”, un Colectivo de gestión que revolucionó la institución con nuevas lecturas de la locura.

La muestra cuenta con distintas exposiciones: parte de un fotolibro con el título "Otro destino/ Registros de un trayecto a casa”, que recrea el formato de un viejo cuaderno. El recorrido continúa en el hall de la Biblioteca Argentina (espacio Fototeca), con imágenes en tonos monocromo dando testimonio de la época donde se comienzan a cuestionar las lógicas manicomiales. 

La muestra finaliza con impactantes pinturas de Enzo Núñez, residente de una de estas casas. Como dijo Fabiana Imola, docente del espacio de Arte de la Colonia por más de 20 años, “cuando se puede sostener el deseo en el tiempo, como lo hizo efectivamente Enzo, te das cuenta que se construye un lazo con la producción… es ahí cuando emerge el artista". Así, con una gran firma en los bordes del amanecer del Carcarañá, aparece su obra con nombre y apellido. 

Hace tiempo Núñez, con casi una vida de institucionalización, dejó de ser paciente. ESo habilitó la reconstrucción de su propia identidad con la escucha y esa maravillosa herramienta que ayuda a sanar, el arte. Así surgió “Arrebol” el título de la muestra, ”por el efecto que producen las nubes iluminadas por una tonalidad rojiza de rayos solares”, totalmente accesible a través de códigos QR, que contó con el asesoramiento del área Comunidades del Museo de la Ciudad para la descripción de las imágenes, personas del Servicio de Lectura Accesible de la Biblioteca y MUCAR (Movimiento de Unidad de Ciegos y Ambliopes de Rosario).

Una institución “total”

La Colonia fundada en 1942, formó parte de las 11 Colonias de Rehabilitación, creadas en la Argentina en las primeras décadas del siglo pasado, instalándose en zonas rurales. Los individuos, eran “objetos” irrecuperables y peligrosos, condenados al encierro, su aislamiento y hacinamiento. 

Se le asigna a la locura el lugar de la a-normalidad, el de la falla, a la que hay que corregir, clasificar, etiquetar, medicalizar, adecuar, encerrar. Se adopta una lógica adaptativa y disciplinaria basada en un “tratamiento moral”, entendiendo que aquel paciente que trabajaba, “estaba curado”. De ésta manera se sometía a un trabajo esclavo, convirtiendo el lugar en “una pequeña ciudad de locos”, como dijo alguna vez el médico y psicoanalista, Emiliano Galende, sin chances de retornar a una vida social.

Gabriela, Pilar y Claudia formaban parte de esas mujeres profesionales psi que ingresaron a la Colonia despuntando los años 90´, acompañadas de unos pocos trabajadores sociales y un equipo de abogados que provenían de grupos de estudios de Filosofía, los que se acoplaron con una fuerte mirada foucoultiana y la doctrina Zaffaronista, liderando un proceso de reforma guiado en primer lugar por la necesidad de denunciar y revertir la situación de hacinamiento y violación de los derechos humanos de miles de pacientes cronificados sin un criterio psiquiátrico de internación justificado. Continuaron así con la impronta revolucionaria del programa de externación que lideró la psicoanalista Adriana Altieri entre 1984 y 1990, que logró la reducción de la cantidad de pacientes infernados de 1250 a 600. Estos primeros equipos que impulsaron el proceso de reforma en el Hospital, contaron con el apoyo de la Ley Provincial de Salud Mental Nº 10.772, creada y promovida por ellos mismos.

La vida en el pabellón 8 antes de la Clínica del Lazo. Imagen: Raquel Rubio.

“Era como entrar al bosque y lidiar con la maleza abriendo caminos. No había equipos, no había nada”, cuenta Siri. Las salas de primeros auxilios y depósitos se convirtieron en consultorios. Se cuestionaron y desarticularon viejas prácticas como el electroshock, fundamentalmente con enfermeros, que en su mayoría residían en pueblos cercanos y habían optado por esa profesión más por conveniencia que por vocación. Había pacientes a los que les faltaba una oreja o con deformaciones, asegura una de las profesionales, marcas que deja en el cuerpo el paso por el manicomio. En ese contexto, el área cultural adquirió un rol fundamental como centro de creación para muchos que allí encontraron un espacio de producción y restitución del lazo social.

Cerrar un manicomio

“Cuando llegué a trabajar a la Colonia en el año 2001, me integré a un equipo terapéutico interdisciplinario en el marco de la gestión a cargo del psiquiatra Gustavo Castaño", cuenta Rubio, trabajadora social y una de las ideólogas del dispositivo.

"López Álvarez y Gabriela Pino, ambas psicoanalistas, ya llevaban algunos años allí. Me encontré con 50 hombres cronificados en el pabellón 8, que eran diez y cada uno tenía su equipo donde se venía trabajando en el proceso de desmanicomialización, con la idea de incluir prácticas sustitutivas a éste y humanizarlo. Desde el año 2002 trabajamos en las externaciones y derivaciones de muchos pacientes, fue necesario sentarse y reconstruir sus historias de vida, recuperar bienes, identidades, derechos", continúa Rubio.

La trabajadora social no olvida esa forma amorosa de hacer clínica, entendiéndola como el gesto de la escucha atenta. Aquello que a cualquiera le puede parecer insignificante, tenía algún sentido. “Desde comenzar a poner espejos donde poder mirarse, hasta la noción del tiempo. Tuvimos que comprar relojes”, asegura. 

Romper con los estigmas de peligrosidad, haciendo posible su autonomía. “Desde enseñarles a afeitarse o conseguir anafes para calentar sus pavas”, recuerda.

La sala 8, desde 2003 a 2009, por una decisión institucional, también se abocó a la atención de la crisis.

Había quienes estuvieron institucionalizados toda su vida. Del Fracassi al Cotolengo “Don Orione”, de ahí a la Colonia. También había quienes nacieron ya declarados insanos, o NN. “Reconstruimos historias laborales y familiares”, rearmando vidas robadas . Se comenzó con las salidas terapéuticas, estratégicas para re conectar su vida, con el afuera. En 2010 nace la idea del cierre definitivo del pabellón Nº 8.

“El afuera del hospital” se entendía como el único lugar posible para construir un estatuto de ciudadano, una inscripción social, un espacio donde la singularidad advenga. En el 2011 se plantean “el agotamiento del discurso de la humanización”, recuerda Rubio. “Después de muchos años decidimos producir un quiebre y no acompañar la creación de otros dispositivos sustitutivos dentro del hospital”. En ese momento se decide abrir la primera casa en el pueblo de Oliveros, luego la segunda en abril de 2015…”Por ese deseo de externar (nos) pacientes y nosotras, producimos el cierre definitivo de la sala en agosto”.

Este proyecto contra hegemónico y autogestivo ya lleva 13 años. Es importante remarcar su autogestión, fuertemente atravesada por esa idea de “Utopía Activa”,- concepto acuñado por René Lourau, sociólogo y educador francés, fundador de la corriente francesa de análisis institucional, que fuerzan algunos colectivos para producir grandes transformaciones. Un dispositivo construido desde los márgenes, un anclaje clínico-territorial, por fuera de las institucionales.

Nos decían “las locas del 8”, recuerda Rubio, e inmediatamente se asocia con esa manera de nombrar a las Madres de Plaza de Mayo, aquellas mujeres que lucharon en una plaza contra el horror y la barbarie, el statu quo de un sistema que destruye lazos sociales y arrasa con aquello que implique comunidad.

La práctica de la clínica “es ética y política”. "Esa ética tiene que ver con decisiones que se toman en lo profesional con la vida de los sujetos, vamos a estar definiendo si lo vamos a condenar o a generar posibilidades de vida mejores. ¡Mira si no es político eso!”, culmina Rubio. No hay desmanicomialización sin proyecto clínico que acompañe.

Apuesta a la autonomía

En el período 2011-2015 se institucionalizan las Residencias Compartidas para usuarios impulsadas por la gestión de la Dirección de Salud Mental. En 2013 se eleva a los dispositivos de “residencias compartidas” al de salud, con el reconocimiento de un presupuesto propio. Paso importante todos los proyectos sustitutivos nacidos en la provincia, que rescatando el empuje de muchos trabajadores de la salud en ese armado artesanal. Esto significó la decisión política de constituir a estos dispositivos en abordajes de salud legítimos avalados desde el Ministerio, al brindar a los equipos el respaldo necesario para desempeñar su labor. Así se fortaleció la autonomía en cuanto a las decisiones clínicas y políticas del dispositivo, acorde a los lineamientos de la ley provincial y nacional.

El dispositivo “Cada Casa, un Mundo”, mantiene su autonomía totalmente alejada del funcionamiento de la estructura hospitalaria, para recomponer la humanidad que el manicomio destroza. Aunque institucionalmente dependa de la Dirección del Hospital, con apoyatura de la Dirección Provincial de Salud Mental.

Gabriela se jubiló este año y Pilar en 2020. El equipo interdisciplinario actualmente está conformado por compañeros históricos: los enfermerxs María Carrizo, Gisela Picolo, Carlos Vechiuti y Emanuel Rodríguez, el acompañante terapéutico Horacio Rodríguez, el operador de salud Nicolás Delena, la propia Rubio y Claudia Siri. A fines de 2023 se integraron la psiquiatra Florencia Schiavulli y la trabajadora social Paola Muchiutti, quienes tomaron la posta con un gran compromiso profesional y humano. El pasado sábado falleció uno de los antiguos residentes del dispositivo, Luis Mauri, “Lucho”, unos días después murió Marito “El Mudo”. Como antesala a la muerte, ellos pudieron recomponer esa humanidad de la que el manicomio los despojó. Habitaron un hogar.

Antes de irse Lucho estuvo a tiempo de despertar un sueño: tuvo una guitarra entre sus manos, tenía su grabado, era suya. Pudo cantar “La Chica de Rojo” en ese último cumpleaños. Mario se fue pensando en ver su retrato exhibido en una gran biblioteca. Se trata de un acontecimiento micro políticos, el triunfo de la poesía que anidó en lo cotidiano. Le dieron esa posibilidad.

Luis Mauri, "Lucho", pudo cumplir su sueño de tocar la guitarra. Imagen: Luciano Zamparo.

 

Una ley en peligro

En el marco del gobierno de La Libertad Avanza, la Ley Nacional de Salud Mental se encuentra amenazada, ya que la ley de Bases introduce drásticas modificaciones. Este contexto tiene sus repercusiones en la provincia, ya que pone seriamente en riesgo la atención de la salud mental y de las adicciones en sus distintos niveles, así como el sostenimiento de los dispositivos sustitutivos vigentes y la creación de otros nuevos. La amenaza se acrecienta si el estado provincial adopta una política de achicamiento que tenga como variable de ajuste a sus trabajadores del campo de la salud en general, y de la Salud Mental en particular. Así lo reflejan las altas cifras de trabajadores cesanteados recientemente, lo que implicó volver a la lucha en las calles a la par de los reclamos formales.