Desde Barcelona

UNO Hay mañanas en las que Rodríguez se dice que su vida sería genial, o al menos mejor, si fuese narrada no por mí sino por Charles Portis. Pero diré en mi defensa que Rodríguez supo de Portis (El Dorado, Arkansas, 1933-2020) leyendo algo que yo escribí en este diario. Así que a no quejarse, podría haber sido peor: Rodríguez seguiría siendo contado por mí pero, tal vez, sin saber nada de Portis salvo que los hermanos Coen estrenaban en 2010 película basada en su libro más vendido y considerado clásico moderno Made in USA. En cualquier caso --disconforme e insistente como personaje de Portis-- Rodríguez está seguro de que si su vida la contase Portis sería una buena vida aunque no fuera gran cosa. Porque sería una vida como de insistente y disconforme personaje de Portis. Una vida como la suya pero no tan vivida y sí más vívida. Y con tanta más --por divertida y por elegante-- gracia. Porque todo lo que Portis escribió --en el sentido más noble y complejo del término-- es cómico. Es decir: es cómico como lo de Shakespeare.

DOS Y sí: la película de los Coen. El western True Grit o Valor de ley. Con Jeff Bridges remakeando rol que, en 1969, le valió a John Wayne su único Oscar. La de los Coen estaba muy bien; y además llevó reedición de la novela de 1968 al primer puesto de ventas casi medio siglo después de su publicación. Pero Rodríguez y yo pensamos que no le hace justicia a la novela de Charles Portis (que es la única que se consigue en español; y Rodríguez no puede entender cómo a ninguna de esas editoriales-boutique o a alguno de esos dos cada vez más grandes grupos no se les ocurrió traducir lo otro de este autor; también es verdad que no es tarea fácil traducir su tono y cadencia). Y True Grit de los Coen vale la pena y tiene grandes momentos y formidables diálogos pero, claro, falta esa voz: la de la anciana Mattie Ross evocando su odisea juvenil. Porque Portis es un novelista-de-voz. Importa lo que se cuenta pero, sobre todo, la cadencia con que se lo cuenta. Y Portis tiene voz de eso que, en inglés, se define como deadpan: un tono lacónico y engañosamente desapasionado, pero tan sentido y preciso. Y, sí, la Mattie Ross de True Grit es para Portis lo mismo que Lolita Haze para Nabokov: imposible dejar de mirarla, sí; pero distrae un poco de todo lo demás. En cualquier caso, como Mattie, todos los personajes de Portis siempre están buscando algo o a alguien a lo largo y ancho de sus cinco road novels. Todos siempre andan de aquí para allá o se quedan sin combustible de allá para aquí. Todos más empeñados que prestos en la recuperación de 70 dólares (Norwood) o asesino de padre (True Grit) o esposa (The Dog of the South) o de misterios sectarios (Masters of Atlantis) o de ciudad perdida maya-ovni (Gringos). En lo de Portis también hay muchos autos (Portis, a diferencia de Kerouac, es más conductor que pasajero) o, en su defecto, porque todavía no había autos, caballos. Y mucho México.

TRES Y curiosamente o no tanto, los Coen son mucho más Portis en su Raising Arizona o en la adaptación que hicieron de No es país para viejos de Cormac McCarthy. Y, sí, uno de los muchos fans de Portis --quienes se autodenominan portisheads-- declaró alguna vez que "Portis es como McCarthy, pero divertido". Rodríguez está de acuerdo porque, claro, Rodríguez es un portishead de rigor y placer. Rodríguez leyó todo Portis: sus cinco novelas y Escape Velocity: volumen que reúne miscelánea dispersa. Y volvió a leerlo al completo en el tomo de la Library of America conteniendo todo eso y con el que (tres años luego de que cabalgase o acelerase hacia el horizonte en un semental con cambios automáticos llamado Alzheimer) Portis fue canonizado en el 2023 y hoy comparte territorio con Fitzgerald y Faulkner y McCullers y Bellow y Cheever y... Y Rodríguez revuelve ahora a Portis porque días atrás se compró la reciente biografía Haunted Mans's Report: Reading Charles Portis, del portishead Charles Cochran y de cuya existencia se enteró cortesía de largo artículo del portishead Jonathan Lethem en The New York Review of Books. Y ahí otra portishead, Donna Tartt, quien peregrinó hasta lo de Portis en Little Rock, Arkansas, y le rogó de rodillas que le dejase grabar el audiolibro de True Grit porque era el libro con el que ella creció, oyéndolo en las voces altas de su abuela y de su madre. Y fue esa voz --con la voz de las suyas-- la que Tartt siempre quiso hacer suya. Y, no pudiendo conseguirlo porque no se puede, fue al menos la que la hizo querer ser escritora. Y, sí, Tartt se ganó el puesto cuando le comentó a Portis que para ella Mattie era más Ahab que Huckleberry Finn.

CUATRO Y Donna Tartt --quien también escribió posfacio para reedición de True Grit y sentido perfil-necrológica para su autor-- es apenas una entre muchos. Otros portishead de renombre incluyen e incluyeron a Norah Ephron (alguna vez su novia), Roy Blount Jr., Walker Percy, Roal Dahl, Ira Levin, George Pelecanos y tantos lectores. Todos seguros de que Charles Portis desciende directamente de Mark Twain. Otros lo arriman a Cervantes, Melville, Gogol, Pynchon, DeLillo y García Márquez. Pero, en verdad, Portis se parece más que nadie a Portis. Y lo que cuenta Charles Cocharn en su bio/estudio es lo que cabía esperar. Portis como personaje de Portis que lleno es de gracia pero sonríe poco. Alguien quien en sus inicios como periodista/corresponsal --pero sin teléfono en casa hasta que su jefe le obligó a que instalarse uno-- entrevista a Elvis y a Marlon Brando. Alguien que no deja de llamar Mr. X a un Malcolm X cada vez más irritado porque "llamarlo Malcolm me pareció irrespetuoso". Alguien quien, sentado por casualidad junto a Salinger en un avión, inicia su conversación con un "Hey, Jerry, ¿cómo va? Mi nombre es Charles Portis y soy reportero"; y, viendo como se descompone el rostro del autor de El guardián entre el centeno, le promete que jamás contará nada de esto (quien sí lo contó fue Tom Wolfe, compañero de redacción de Portis en el New York Herald-Tribune, en los albores del new journalism, considerándolo pionero de la movida pero quien, de pronto y sin aviso, "un día vino a recoger sus cosas en la redacción y nos dijo que se iba a escribir ¡novelas! a una ¡cabaña en Arkansas! Y al poco tiempo ¡publicó la primera con grandes críticas y la segunda fue best-seller! y ¡vendió las dos a Hollywood!"). Después Portis siguió escribiendo. Poco pero mucho. Y se convirtió en misántropo escritor de culto cuando, en realidad, no le gustaba atender a periodistas ni vivir en Manhattan. Una vez, Paul Theroux --otro portishead-- consiguió acorralarlo y, al final de la larga conversación, Portis le avisó que todo había sido off the record. Theroux le rogó que, por favor, le diera algo. Portis lo miró fijo y le dijo: "Cuídate... Esto sí puedes publicarlo".

CINCO Pues eso: Charles Portis se cuidó y nos cuida con cinco novelas que tratan de la normalidad de lo anormal o de la anormalidad de lo normal y que no pueden dejar de leerse/releerse. Los portishead coinciden en que tres de ellas son magistrales Grandes Novelas Americanas, pero no se ponen de acuerdo en cuáles son esas tres. Yo tampoco estoy muy seguro al respecto. Rodríguez sí, pero se niega a contármelo, a contármelas hasta tres. A ver si yo --hace mucho calor y refrescan tanto-- también las leo de nuevo.