“Le presté el arma porque me habló de que tenía que defender a sus hijas y que desconfiaba de la custodia. Yo no sabía que las hijas estaban en Europa. Además, era muy difícil decirle que no. Mi psiquiatra dice que teníamos una relación amo-esclavo”. Esto fue parte de la declaración de Diego Lagomarsino durante la extensísima indagatoria de ayer, en la que reiteró, paso a paso, lo que viene diciendo desde la muerte de Alberto Nisman. Al cierre de esta edición, el juez Julián Ercolini no había modificado la situación de Lagomarsino: continúa con la tobillera con GPS que monitorea dónde está las 24 horas del día. Lagomarsino contestó todas las preguntas, sin intervención de sus abogados y en presencia constante del fiscal Eduardo Taiano y parcial –iba y venía– del juez. Al responder algunas sospechas del fiscal, afirmó: “nunca fui ni integré ninguna fuerza de seguridad ni servicio de inteligencia. Es una mentira. Sucede que en la Policía Aeronáutica revistaba un tal Diego Andrés Lagomarsino, que no tiene nada que ver conmigo, que me llamo Diego Angel Lagomarsino y tengo otro DNI. De ahí salió esa versión equivocada. No conozco ni a Jaime Stiuso ni a Fernando Pocino (ex jefes de la SIDE) ni a nadie”.
Durante las casi 12 horas de audiencia el trato fue cordial y respetuoso, en tanto el informático –como había adelantado– se ofreció a responder todas las preguntas. La descripción de la relación amo-esclavo se repitió varias veces, entre otras cuestiones, en la existencia de un sueldo en el que Nisman se quedaba con la mitad, en que se coló en un viaje a Chile que Lagomarsino realizó para hacer el mantenimiento de las computadoras de un cliente y en que Nisman le pidió–reclamó que le prestara el nombre para una cuenta clandestina en Nueva York, de la que el fiscal era el apoderado e hizo casi todos los movimientos. “Era muy difícil decirle que no a Alberto. Fue mi psiquiatra el que me advirtió de esa relación que teníamos, porque a mis otros clientes yo los llamaba clientes, en cambio Nisman era mi jefe”. Ese tipo de vínculo también fue descripto por los custodios. Nisman ponía mucha distancia y autoridad: Rubén Benítez, que llevaba 13 años como guardaespaldas del fiscal, nunca había subido al living de su departamento.
La acusación de Taiano, volcada en más de mil páginas, se concentraba en aspectos casi elementales:
- La Gendarmería afirma que a Nisman lo asesinaron.
- El disparo salió de un arma que es propiedad de Lagomarsino y está registrada a su nombre.
- Para simular que fue un suicidio se necesitaba “un arma amiga”, es decir identificable. Supuestamente, en el plan criminal, Lagomarsino aportó la Bersa calibre 22 a los sicarios –cuya identidad el fiscal desconoce–. Por eso se lo considera cómplice.
El andamiaje hace agua por todas partes, empezando por la base: el peritaje de la Gendarmería. Taiano no produjo un debate con los forenses del Cuerpo Médico, que dependen de la Corte Suprema y habían llegado a conclusiones opuestas. Convalidó lo sostenido por los gendarmes, que afirman que a Nisman le pegaron una paliza, le fracturaron la nariz, le dieron una sustancia anestésica –ketamina–, que no se sabe cómo fue suministrada ni en qué cantidad y, a continuación, dos sicarios lo llevaron al baño y lo ejecutaron. El fiscal no aceptó ningún debate científico sobre estos elementos, demolidos por forenses que conocen el Cuerpo Médico. Taiano tampoco explicó cómo entraron los supuestos asesinos al edificio, al departamento y al baño, cómo lograron no dejar ni una huella ni pisada, cómo quedó en perfecto orden todo el departamento y cómo salieron sin dejar ningún rastro. Tampoco tiene el menor sustento la idea del “arma amiga”, si se quiere simular un suicidio se puede hacer también con un arma conseguida en el mercado negro: basta poner la pistola en la mano, algo que ni siquiera hicieron los supuestos simuladores de este caso.
En la indagatoria de ayer estos ingredientes no estuvieron en juego. Por eso Lagomarsino dijo: “no me importa cómo murió Nisman”. Porque él tenía que explicar las circunstancias en las que prestó el arma y no cómo se produjo el deceso. Para el informático no tiene relevancia si el fiscal se suicidó o si lo mataron, lo que él tenía que dejar en claro es que no tuvo ninguna participación, que no fue cómplice de nada.
Lagomarsino repitió que aquel sábado 17 de enero de 2015 Nisman lo llamó por teléfono dos veces a la tarde, después de las 16. Cuando le devolvió el llamado, el fiscal le pidió que fuera a Le Parc. Todo eso está acreditado: las llamadas fueron de Nisman a Lagomarsino, no al revés. El informático llegó a le Parc a las 17.18 horas y subió al piso 13, donde vivía el fiscal. En esa visita, según sostiene Lagomarsino, Nisman le pidió prestada el arma, algo que ya había hecho unas horas antes con su custodio de mayor confianza, Rubén Benítez, quien quedó en conseguirle una pistola la semana siguiente. Nisman argumentó que necesitaba el arma para espantar a alguno que quisiera amenazarlo cuando estuviera con sus hijas. Eso convenció a Lagomarsino, que no sabía que las hijas de Nisman seguían en Europa. Lagomarsino a su casa para buscar la pistola y Nisman lo llamó dos veces más para ver por qué se demoraba. Finalmente, cerca de las 20, Lagomarsino ingresó otra vez a Le Parc. Según declaró, le entregó el arma al fiscal envuelta en un paño verde y se retiró a las 20.30. Esto también está constatado por las cámaras de seguridad, no sólo del edificio de Puerto Madero, sino también por la autopista por la que transitó y las imágenes del complejo en el que vive el informático, en el que se lo registra entrando a las 21. En su dictamen, Taiano esquiva tres hechos probados: que Nisman habló con su custodio Néstor Durán después que Lagomarsino se fue de Le Parc y que chateó con dos periodistas también después de las 20.30 y hasta pasadas las 21.07. O sea que Nisman vivía después de que Lagomarsino abandonó su departamento.
En el relato no hubo cambios respecto de su única declaración judicial, al día siguiente de la muerte de Nisman, ni de lo que Lagomarsino viene diciendo desde entonces. La semana que viene será el turno de los custodios, imputados por incumplimiento de los deberes de funcionario público, por no proteger al fiscal del supuesto homicidio. Luego, el juez Ercolini deberá resolver la situación procesal de todos. Como sucede en los últimos tiempos, todo indica que las decisiones no serán tomadas sobre la base de pruebas, ya que no hay evidencia de que a Nisman lo hayan asesinado, tampoco de la existencia de un comando sicario y tampoco de la participación de Lagomarsino. Aún así, lo más probable es que la resolución esté en sintonía con los dictados de la alianza político-mediática-judicial que tiene en Comodoro Py una sede partidaria y que quiere instalar la idea de que a Nisman lo mató una especie de comando iraní-venezolano, con apoyo kirchnerista.