Si una pausa en el trajín de la jornada es siempre una circunstancia saludable, cuando es con música resulta mucho mejor. En este sentido, la serie Conciertos del Mediodía del Mozarteum propone una alternativa destacada para atemperar los afanes de la vida urbana. El jueves 15 a las 14, en la Sala Argentina del Centro Cultural Kirchner, el pianista Raúl Canosa ofrecerá un recital en el marco del tradicional ciclo, con música de Chopin, Brahms y una certera recapitulación de compositores españoles. La entrada es gratuita y el ingreso es por orden de llegada, hasta agotar la capacidad del espacio.
La Balada nº 3 Op. 47 de Chopin y el Intermezzo nº 2 Op. 118 de Brahms articulan la primera parte de un programa que con Habanera de Ernesto Halffter, Tango de Isaac Albéniz y Habanera-Tango y Tango del bandoneón de Miguel Ángel González Vallés –compositor gallego de este tiempo– expone los intereses el pianista español. Por un lado los compositores románticos con los que todo pianista se integra al universo de su instrumento, fogonea su técnica y pone a punto su sensibilidad. Por el otro, la búsqueda de una genealogía de la música española, desde la tradición romántica hasta nuestros días, trabajo que Canosa reflejó en su disco Serenatas y danzas españolas.
El programa se completa con Jota robada, obra del propio Canosa, que de esta manera se liga a la tradición del pianista-compositor. “Todavía la estoy estudiando, ¡porque es la obra más difícil del programa!” bromea Canosa al comenzar la charla con Página/12. “Cuando estaba grabando el disco, durante los tiempos de pandemia, necesitaba una jota para emparejar el repertorio. Ya tenía la tradicional de Joaquín Larregla, pero quería agregar otra. Así fue que recurrí a las Jotas cosmopolitas de Aragón, de Florencio Lahoz –una amplia serie de variaciones sobre la “Jota aragonesa”– y, tomando de aquí y de allá, por no decir ‘robando’, compuse una obra de más de 13 minutos con los temas elaborados, además de enlaces y transiciones para camuflar los robos. La llamé Jota robada, porque no entrarían en un pie de página todas las citas de autor que utilicé”, las describe.
Madrileño clase 1996, Canosa obtuvo el título superior en el Centro Superior de Enseñanza Musical Katarina Gurska de su ciudad y a los 20 años realizó su maestría en la Colburn School de Los Ángeles. “Mis comienzos con el piano fueron más bien accidentados”, recuerda el pianista. “Las clases me resultaban muy aburridas y al poco tiempo la profesora le dijo a mi madre que me saque de ahí, que me haga hacer algún deporte. Fue cuando mi madre pensó que abordaría una profesión noble, como abogado, médico o ingeniero”, bromea.
“No sabía ella que años después, yendo a jugar videojuegos a lo de un amigo, quedé impresionado con el piano de cola grande y elegante que presidía el living de la casa. Al año siguiente entré en el conservatorio. Tenía 11 años”, rememora Canosa, que se formó con maestros como Joaquín Achúcarro, Jean-Yves Thibaudet y Fabio Bidini, entre otros, antes de perfeccionarse en la Argentina. “Buenos Aires es un lugar importante para mi formación. Antes de la pandemia vine a para estudiar con Bruno Gelber y poco después aquí mismo conocí al maestro Diego Prigolini. Poder trabajar con él es algo fantástico y no solo desde el punto de vista musical”, asegura el pianista.
Canosa obtuvo reconocimientos en numerosos concursos nacionales e internacionales. Tras su debut a los 15 años con el primero de los conciertos para piano Beethoven, su periplo artístico lo llevó a presentarse como solista en numerosas ocasiones junto a orquestas en España, Estados Unidos y la Argentina. Ofreció además recitales en Europa y las Américas, en salas de gran prestigio, como el Musikverein de Viena, Der Zentrum de Bayreuth en el Festival Wagneriano, Zipper Hall y Walt Disney Hall de Los Ángeles, Jupiter Symphony Chamber Players en New York, Chicago North Shore Festival, el Auditorio Juan March y el Auditorio Nacional de Madrid, entre otros.
–¿Cuál es tu relación con compositores como Chopin y Brahms?
–Desde muy pequeño toco obras de Chopin. Brahms, en cambio, me parecía aburridísimo. Recién de grande aprendí a quererlo. Tal vez en su momento no fui capaz de apreciar las dilatadas estructuras y las profundas sensaciones que hoy son el mayor deleite cuando lo toco. Creo que eran prejuicios de juventud. Pero como dicen, la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo. Ahora, a los 27 años, me estoy curando. Digamos que uno de los signos de madurez en un músico, y también en un oyente, podría ser el desarrollo del gusto brahmsiano.
–¿De qué manera dialogan Chopin y Brahms con los compositores españoles en el programa que vas a presentar en el CCK?
–No creo que dialoguen. En todo caso, dialogan dentro de mi corazón, en mi propia experiencia, porque siento como propias ambas tradiciones, la culta y la popular. En todas las obras del programa se despliega un lenguaje pianístico muy elaborado y creo que desde ahí se podría plantear un diálogo.
–Entre obras de los más conocidos Albéniz y Halftter están las de Miguel Ángel González Vallés, por acá muy poco conocidas…
–González Vallés no es muy conocido porque es de esos tipos que no se deja conocer. Representa esa combinación entre genio y humildad, que raramente se da, por eso siempre sorprende. Es un músico fenomenal, de inmensa memoria y gran cultura, capaz de improvisar obras en cualquier estilo. Justamente las dos obras que voy a tocar son improvisaciones que luego fueron transcriptas. Una de ellas, la Habanera-tango, la grabé de casualidad. De otra manera se hubiese perdido.
–¿Qué tiene que tener de especial un pianista de hoy?
–Lo indispensable para emprender esta aventura de ser pianista es una pasión que se renueve autónomamente. Quiero decir, que no viva de los impulsos externos, que son importantes, claro, pero no son todo. Esta es una profesión a la que uno no se dedica por dinero sino por amor, por pasión. Y eso se cultiva en lo más profundo de cada uno, tratando de neutralizar los embates de la vida cotidiana. En toda vida y en toda carrera hay buenos y malos momentos, lo que importa es la capacidad de ser feliz tocando.