Obra escrita por Enrique Papatino por sugerencia del director Emiliano Samar, El arte de esgrimir fue alcanzando su definitiva versión en un ida y vuelta entre los dos artistas. Un diálogo que alentó también la escritura de algunas escenas que el director necesitaba para profundizar el vínculo entre los personajes. Finalmente, tal como ambos coinciden en una entrevista con Página/12, el teatro es un arte colectivo por excelencia y el texto inicial siempre cambia cuando comienza el trabajo del director y los actores. La obra, que puede verse en el Teatro del Pueblo (Lavalle 3636), está interpretada por Yamila Ulanovsky y Mateo Chiarino, con escenografía de Carlos Di Pasquo y vestuario de Sandra Ligabue.

“Es la primera vez que dirijo un texto suyo y la primera que él escribe una obra para mí”, cuenta Samar. También actores, ambos se conocieron en 2001 integrando el elenco de la puesta de Enrique Dacal de Anticuerpo, obra del mismo Papatino. Y aunque no es dramaturgo, Samar afirma escribir lo que él define como dramaturgia de la puesta, esto es, el desarrollo de las pistas escénicas que los autores van dejando en el texto, así como ciertos rasgos de los personajes que él considera pertinente trabajar para intensificar su volumen. “También el director deja signos o huellas en el texto escrito por otro”, advierte Samar.

El arte de…está inspirada en un suceso que data de 1968: el último duelo con espadas que tuvo lugar en el país. Quienes se batieron en esa oportunidad en una quinta de Monte Chingolo fueron el abogado y periodista Yolibán Biglieri y el almirante Benigno Varela, este último, ofendido por un artículo firmado por el primero en el que se le criticaba su apoyo al golpe de Onganía cuando poco antes se había declarado leal al presidente Illia.

Papatino decidió enfocar el suceso imaginando cómo habría transcurrido el periodista la noche previa al duelo, acompañado por su mujer, ambos auténticos esgrimistas de la palabra. El dramaturgo pensó en retratar una pareja ya en crisis, que discute con vehemencia no sólo las motivaciones sino todas las consecuencias posibles del duelo a futuro.

Papatino suele escribir sobre personajes históricos, pero en esta oportunidad afirma haberse tomado más licencias que de costumbre por tratarse de un hecho muy poco difundido. Sin embargo, cuando casualmente conoció al hijo de Biglieri, éste le comentó luego de su lectura, que la obra le había parecido una metáfora perfecta de lo que había sucedido en su casa en aquella circunstancia, ya que para toda la familia aquel lance significó un antes y un después.

Advierte el autor que “El teatro no trabaja para un sentido determinado sino para la imaginación”, algo que tanto Samar como Papatino relacionan también con el uso del espacio de la sala que con pocos elementos se convierte en cocina, luego en pista de baile y en el propio lugar de la contienda. También considera el director que el despojamiento de la puesta y los recursos austeros empeñados tienen que ver con el volumen de todo lo que se dicen los personajes a lo largo de esa noche. Que incluyen hasta raccontos de juventud. Ésas fueron las escenas que Samar pidió al autor que escribiera para que el marido y la esposa se confesaran uno a otro. Es allí cuando el vestuario y la música –temas populares cantados en fonomímica por ambos intérpretes en algunas de las escenas- aportan el contexto temporal y brindan un momento de distención, considerando el clima ríspido de la disputa conyugal.

“El texto es tan contundente que necesité trabajar sobre lo que no se dice, sobre lo que los personajes se confesarían uno al otro”, cuenta el director, quien subraya que fue muy productivo ponerse a jugar con todas las acepciones del verbo esgrimir para encontrarle nombre a la pieza y darle así “un valor escénico a todas las formas de duelo que sucede en esa pareja”. Es por esto que concluye diciendo: “Para mí ella es la verdadera esgrimista de la obra. Se le planta al marido con valentía y busca estrategias para que el duelo no suceda“.

En tren de caracterizar a ambos personajes, Papatino afirma que el periodista es “un hombre que está en la tremenda disyuntiva de reconocer a quién le debe su principal lealtad, si a su mujer, a su ideario o a su manera de entender al mundo“. Por su parte, asegura el autor, “la esposa entiende que la obediencia no es algo que le debe al marido sino a sus propios instintos y a su modo de comprender la vida“.

*El arte de esgrimir, Teatro del Pueblo (Lavalle 3636), los sábados a las 22 hs.