Este viernes a las 18 en las Galerías del Centro Cultural Parque de España (Sarmiento y el río), gratis, con una conversación entre la autora, el editor y oradores invitados, se presenta el primer libro de ensayos de Andrea Ostera. Declaración de afecto. Treinta y siete escritos sobre fotografía fue publicado este año en Buenos Aires por la editorial ArtexArte de la Fundación Alfonso y Luz Castillo, en una hermosa edición ilustrada con prólogo de Sonia Scarabelli, dentro de la colección Pretéritos Imperfectos que dirige el editor Francisco Medail, quien hablará en la presentación con la autora y sus invitados.

Una declaración de afecto es un acto de habla que vincula a un sujeto y a su objeto. Los 37 escritos dan cuenta de un recorrido que atraviesa no sólo arte, estéticas y técnicas sino sociabilidades afectivas. Es más necesario leer la lista de agradecimientos que el índice. La autora agradece a los colectivos de artistas, los colegas fotógrafos, espacios institucionales, historiadores aficionados, críticos y galeristas. Con ellos se tramaron diálogos fecundos, no sin mate, café y tortas caseras. La entrevista con el fotógrafo Norberto Puzzolo, uno de los pioneros del arte de vanguardia, presenta a un Puzzolo inédito, con un pasado juvenil de rock eléctrico en clubes de barrio. Chisporrotea el humor en las charlas con Carlos Stia y con la inteligencia artificial. Investiga obras de fotógrafas como Rosa Nelly Travesaro o Elvira Ferrazini. También rescata lo amateur. Parodia a la poesía imagista con un ready-made de textos literalmente automáticos.   

Licenciada en Ciencia Política por la UNR y fotógrafa mundialmente reconocida, Andrea Ostera (Salto Grande, 1967) es artista y docente. En 1993, completó el programa de Estudios Generales en Fotografía, en el ICP, Nueva York. En 1999, obtuvo la beca Fulbright/FNA para realizar una maestría en Bellas Artes en la Universidad de Nueva York. En Rosario, fue curadora del Programa Fotografía Emergente del CEC y trabajó (lo cuenta con alegría y asombro en este libro) en el Programa de recuperación de negativos fotográficos del Museo de la Ciudad. Representó a la Argentina en los Encuentros Internacionales de Fotografía (Arles, Francia, 1996) y en la Primera Bienal del Mercosur (Porto Alegre, Brasil, 1997). Da clínicas de obra. Forma parte del colectivo Camarada desde su creación en 2019. En 2018, la galería Diego Obligado le publicó su obra fotográfica reunida desde 1994 a 2017, con textos de Graciela Speranza y otrxs.

La labor docente de Andrea Ostera se desarrolla desde 1998 en la Escuela Municipal de Artes Plásticas Manuel Musto, creada a mediados del siglo veinte por iniciativa y legado de un pintor tardo-impresionista que se desplazó hacia el confín de Rosario buscando la luz del sur. La que fuera su casa taller es hoy un milagro casi secreto en el corazón de un barrio nacido alrededor de las quebradas del arroyo Saladillo. La Musto alberga muchas de las historias de este libro. Acaso sin proponérselo, el libro da un curso de fotografía. 

Y a la vez se deja leer como una conversación, una voz. Eso no surgió de la nada. Contó la autora hace poco a esta cronista que hubo un año y medio de borradores y revisiones primero con Andrea Fernández y con Sonia Budassi, luego con la poeta y traductora Julia Enriquez y al final con la poeta Sonia Scarabelli, hasta que apareció el valor de esa "voz" escrita y el libro "fue por ahí". A un proceso tan consciente de escritura se le suma el cuidado de la edición, que lo enriquece con la información visual de las ilustraciones.

Porque fue escrito con todo el archivo. Y con poético humor. "Un libro de mitad de carrera, pero además el primero sobre mi obra", reflexiona la autora en su prefacio. "Revisar este archivo significó un doble shock emocional. Por un lado, el encuentro con mi historia. Gran momento melancólico: en esas fotos estaba la luz de mi juventud".

Mucho podemos aprender los escritores de una artista que escribe. La fotografía es un arte que Ostera domina con calidad estética internacional y superlativa profundidad conceptual. ¿Habrá aprendido de las amadas plantas la sabia paciencia de tomarse su tiempo? Porque según estas conversaciones impresas, no echa mano enseguida del fotómetro. Parafraseando un tango, primero hay que saber estar, frenar el cuerpo ahí, salirse fuera del tiempo para practicar una mirada. Estos relatos íntimos suyos educan narrando el oficio vivido. Quienes hemos tenido curiosidad por saber qué le pasa al cuerpo del fotógrafo en el espacio, recibimos en estas páginas una transmisión sobre lo mucho que depende una toma fotográfica de lo que le pasa al cuerpo y a la conciencia de una fotógrafa en relación con el tiempo. No se puede hacer una foto a la carrera. No se la puede hacer desde la inconsciencia, desde el modo supervivencia, desde un vacilar entre la agresión y la huida. Requiere compromiso. Hay que estar ahí, presentarse de cuerpo entero ante el instante; saberse conciencia, dominar el tiempo y detenerlo.

La pregunta hoy tan vigente por los límites de lo humano en relación con la técnica adquiere a partir de estos relatos una formulación más feliz. Usamos la técnica para, precisamente, constituirnos plenamente en humanos. Un animal no hace fotos. No podría. O reposa o actúa. No se detiene para representar. No toma, no captura una lonja de la vida misma para mirarla mejor después. El pensamiento fotográfico de Ostera se maceró en las tecnologías pre-fotográficas del siglo diecinueve: el retrato al óleo, la acuerela de la viñeta científica, pero también la linterna mágica, la cámara oscura, el calotipo y mucho más. Una fotografía es un documento de civilización.

Pero la foto es un artificio, nos dice también Andrea Ostera. El momento pasó, y lo que queda es la copia como un objeto contemplado en el presente de la recepción estética. La cámara no es una máquina del tiempo. La foto tiene su propio cuerpo de papel emulsionado e iluminado. La luz sigue incidiendo en él. Nos habíamos olvidado del fijador, que embalsama un proceso fotoquímico que de lo contrario seguiría. Al no dar ningún paso técnico por sentado, Ostera experimenta con últimos papeles vencidos o con la luz que sigue hiriéndolos, pero sobre todo experimenta con la fotografía sin cámara. Esta (y como reseñadora me hago cargo de la idea que sigue) es la forma más femenina o subalterna de fotografiar que se nos pueda ocurrir. Esto no lo dice así Andrea, no usa estas palabras (ella solo piensa y relata; es esta lectora quien deduce).

La foto sin cámara es como cantar a capella. Es no dejar que la falta de acceso a la tecnología nos prive de expresarnos. Es como hacer música con una tabla de lavar. Es lo que algunos docentes fotógrafos de Rosario han llevado a los barrios más humildes. Es la forma de hacer fotos más cercana a las artes gráficas. Campo al que la fotografía pertenece, si entendemos a la gráfica como gráfica expandida; y esto sí lo sugiere ella en el libro, cuyo valor de testimonio excede la trayectoria individual para abarcar y abrazar la historia reciente de las experiencias colectivas. En la foto convencional, el adjetivo "social" remite a bodas y quinceañeras. Acá lo social se trata de otra cosa. Se trata de igualar oportunidades, de potenciar sujetos y comunidades, de incluir en la cultura desde una voluntad política que el Estado a veces tiene y a veces no; algunos de estos relatos dan cuenta de esas tristes intermitencias, mientras siembran para el porvenir.