Hay golpes en la vida, como la muerte del padre, que producen un cimbronazo existencial. La menor de cuatro hermanas y un varón, lloró y aún llora, por ese hombre que escapó del hambre y la miseria de Casamanza, en el sur de Senegal, para buscar un porvenir en Francia. La ira que le provocó la lenta agonía ocasionada por un accidente cerebrovascular la impulsó a escribir y a boxear contra sus propios demonios. Entonces empezó a imaginar la historia de Penda, una muchacha negra francesa de familia senegalesa que vive en un barrio popular de París junto a su abuela curandera, la entrañable Abu Pirata. Las dos cuidan de su vecino Jimmy, un joven que será internado en un centro de salud mental diagnosticado con esquizofrenia.
En su primera novela Djinns -palabra que refiere a los dobles invisibles o voces interiores-, Seynabou Sonko despliega una extraordinaria narración donde la tensión entre las identidades (musulmana, senegalesa, francesa) deviene la mayor fortaleza. Ser muchos en una misma y convivir con lo que aparenta ser contradictorio, como la razón o la “magia”, intensifica la experiencia vital.
Sonko, que nació en París en 1993 y estudió letras modernas en Montreal y Bruselas, visita por primera vez Buenos Aires. El domingo se presentó en la Feria de Editores (FED) y este miércoles estará en el Museo Malba. “Todo el mundo quiere saber si Abu Pirata existe; pero nació de una fantasía, aunque inspirada en mi abuela, a la que conozco poco porque vive en Senegal, pero siempre sentí que tenía un vínculo muy fuerte con ella, a pesar de la distancia. Inventar a Abu Pirata fue una manera de acercarme a mi abuela”, reconoce la escritora y música en la entrevista con Página/12. “Si me aproximé a la cultura senegalesa al escribir la novela fue de manera muy inconsciente. En el fondo lo que tenía era una voluntad de afirmación de mi identidad francesa y de rebote eso clarificó mi identidad senegalesa. Pero no creo haber resuelto esta cuestión. Tengo la intención de no estar en casa en ningún lado; por eso la escritura y la literatura son mi casa”, cuenta Sonko.
El trabajo de escritura en la extraordinaria Djinns -traducida por Sofía Traballi y publicada por la editorial Sigilo- consistió en reunir lenguas e imaginarios (el francés y el wolof) que en una primera aproximación parecen contradictorios para crear unidad y fluidez. “Yo buscaba el equilibrio como en una balanza: cada vez que usaba una palabra de origen extranjero, tenía que encontrar luego su contraparte en francés. Ahora lo estoy contando como si hubiera sido algo planificado, pero hay mucho de inconsciente en ese proceso porque son lenguas que me atraviesan, que ya están en mí, y lo que hago es poner esas lenguas en escena”.
Un espacio de resistencia
-Penda, que habla bien francés porque es su lengua natal, se enoja con alguien que se burla de una compañera de supermercado que no lo habla bien. ¿La lengua francesa es muy purista y desacredita a quienes intentan aprenderla?
-La escena del supermercado no la inventé, la viví personalmente; era una manera de mostrar las discriminaciones lingüísticas que una persona puede vivir en Francia, según su grado de comprensión del francés. También es una manera de hacer una distinción entre las personas negras que nacieron en Francia y las personas que aprendieron la lengua más tarde, una vez que llegaron. Para algunos las personas negras pueden ser percibidas como un bloque homogéneo cuando en realidad hay un montón de diferencias y complejidades dentro de esa comunidad a la que no sé si podemos llamar comunidad... Se usa mucho en Estados Unidos la palabra comunidad negra, pero en Francia no es una palabra que se pueda utilizar y esto se debe a la historia migratoria francesa. Muchas personas que llegaron a Francia están muy desperdigadas y aisladas en el territorio.
-¿Cómo está modificando a la lengua francesa ese flujo migratorio de países africanos?
-Las personas que llegan a Francia lo hacen con un bagaje cultural desde sus propias lenguas y deciden o no aprender el francés, pero esto crea un roce entre la lengua de origen y la lengua del país de llegada. Yo creo que la música juega un rol muy importante en la transformación de la lengua francesa, en particular el rap francés, que tiene una inventiva asombrosa y es un espacio de resistencia donde todo está permitido. Una particularidad de los raperos franceses es que no tienen nada que perder porque ya están puestos en un lugar marginal de la sociedad; entonces hacen cosas increíbles.
Laboratorio musical y literario
-¿Hacés rap?
-No, no soy buena para el rap. La música que hago, que está muy cercana al rap en los instrumentos que uso, es un rhythm and blues experimental. Cantar es una manera de permitirme cosas que no puedo hacer en la literatura. La música es un laboratorio en el que estoy buscando y luego vuelvo a la literatura con un ojo abierto y una libertad exacerbada, con una mirada más fresca y sensible.
-Djinns es fresca y sensible, deja la impresión de que ha sido un laboratorio también. ¿Por qué no te permitís hacer en la literatura cosas que sí te permitís en la música?
-Es cierto que Dijinns es también un laboratorio, pero si no tuviera la música no me permitiría escribir de esa manera. La música es más inmediata y además la devolución del público es directa. También es un arte colectivo. Cuando hago música, trabajo con músicos, con beatmakers, y mis textos, mis canciones, las comparto para que la lean mis amigos. La música es un lugar donde hay debate. En cambio en la literatura soy anarquista; doy poco a leer los textos antes de que estén listos. Escribo mucho en la noche; hay mucha obsesión y angustia. La música me permite salir de esas angustias y obsesiones, gracias a la música vuelvo a la noción de equilibrio para no caer en la locura.
El tabú de la salud mental
-Uno de los personajes tiene esquizofrenia. ¿Qué te interesaba explorar?
-Jimmy es esquizofrénico porque yo pensé que también era esquizofrénica; es un personaje que cristaliza un sentimiento de doble consciencia. Me pareció interesante poner en escena personajes con doble identidad y lenguaje. Si tuviera que definir a Jimmy con un número sería dos; en la novela hay una dualidad entre Abu Pirata y la psiquiatra. Y Penda está debatiéndose con su djinn interior todo el tiempo. Hay otros personajes que son más complejos y que están habitados por diferentes lenguajes y identidades. Un tema bastante tabú en las comunidades afrodescendientes es la cuestión de la salud mental. Yo misma me planteé en momentos donde no necesariamente estaba bien a quién recurrir cuando uno experimenta racismo y está frente a una persona blanca que no está entendiendo lo que me pasa. Ahora hay más psicólogos y psiquiatras negros. ¿Cómo puede la psiquiatría incorporar las creencias de una persona de cultura musulmana? En Senegal se habla muy poco de esquizofrenia.
-¿Por qué se habla poco de las enfermedades mentales en Senegal y entre la comunidad negra de senegaleses en Francia?
-Hay varias razones, la primera es histórica. El hecho de que los cuerpos negros estuvieran presentados como cuerpos fuertes y resistentes hace que sea más difícil mostrar la vulnerabilidad. Estos son los prejuicios que permanecen en el inconsciente colectivo. Hay muchísimas mujeres negras a quienes no se las toma en serio cuando hablan del dolor que sienten; es como decirle: “usted puede, es resistente, va a estar todo bien”. La otra razón es la falta de psicólogos y psiquiatras negros que podrían entender sin prejuicios lo que están viviendo las personas negras.
-A propósito de prejuicios, Abu Pirata plantea que la psiquiatría es cosa de blancos...
-Es importante para mí que esto sea algo que piensa Abu Pirata porque no estoy de acuerdo. Yo voy a la psicóloga, la necesito porque si no me volvería a loca (risas). Pero me llevó tiempo autorizarme a ir a una psicóloga, una mujer negra a la que veo hace un año. El hecho de que Abu Pirata diga que la psiquiatría es para los blancos no significa que sea reacia a la psiquiatría en sí, sino que ella tiene otra manera de aproximarse al cuidado y a la salud mental, que pasa por una forma de espiritualidad y por las creencias.
Contra la meritocracia
-¿Por qué creías que eras esquizofrénica?
-A veces me da la impresión de que en una misma conversación podía pasar de un registro de lengua a otro y eso es algo que todavía me pasa. Pero me di cuenta de que no era únicamente yo, sino que las personas negras que viven en un país donde la mayoría de la población es blanca son genios de la adaptación; es una carga brutal tener que estar prestando atención a no encarnar el cliché típico que transmite una persona negra y es cansador mentalmente estar como entre dos lenguas. Hay una doble penalidad: soy mujer y soy negra.
-Y pobre… o al menos lo eras.
-Esa ha sido mi mayor desgracia, pero también mi mayor fortaleza. Tengo la impresión de venir de tan lejos que todavía tengo que seguir hacia adelante. Como los raperos, tampoco tengo nada que perder. Puedo hacer y probar; es lo que me queda. Lo peor ya está detrás de mí. No quería en absoluto estetizar la pobreza en la novela para evitar que sea una coartada para una sociedad meritocrática que dice: “es pobre, es negra, pero ha logrado hacer algo con su vida”, “es pobre y negra, pero pudo escribir una novela”. No creo para nada en la meritocracia. En mi camino hay determinación y mucho amor y apoyo de mi familia.
-¿Qué fue lo que te llevó a la escritura?
-La muerte de mi padre en 2018 participó de esta urgencia de decir. Cuando él murió, sentí mucha ira y tenía dos posibilidades: ir a un psicólogo o empezar a boxear. Yo sentía que tenía que hacer algo con mi cuerpo para que me ayudara a drenar mi ira. Hice boxeo durante cinco años y fue casi una formación de rigor y fortalecimiento mental. Me dio un marco en el que podía expresar mi ira y es interesante la dualidad en el boxeo: sos un adversario frente a otro, pero tu mayor adversario sos vos mismo. Me convertí en una fanática del entrenamiento: sólo boxeaba y escribía. Escribía y entrenaba.
-¿Djinns la escribiste boxeando?
-Es imposible boxear y escribir al mismo tiempo (risas). Pero volvía transpirada y con el cuerpo caliente y escribía frases como golpes. Eso me permitió poner en escena a Penda luchando con sus djinns.
Todo sobre mi padre
-¿Por qué te provocó tanta ira la muerte de tu padre?
-La viví como una injusticia porque él no tuvo la vida que deseó; consagró su vida a cuidar a sus cinco hijos en condiciones difíciles y no tuvo tiempo de disfrutar. Yo estaba enojada con la sociedad francesa, que no había facilitado su trayectoria, y sentí que tenía que hacerle justicia de alguna manera. En principio, quería escribir una novela sobre mi padre y sigue siendo lo que quiero hacer, pero creo que nunca lo voy a lograr. La línea de fuga sigue siendo familiar.
El padre de Sonko llegó a Francia en los años 80. “Conozco muy poco la historia migratoria de mis padres, sé lo que me dijeron. Y lo que no me dijeron lo aprendí a adivinar, a leer entre líneas. Al mismo tiempo, no puedo obligar a mi madre, que todavía vive, a volver a hundirse en recuerdos difíciles", reconoce la escritora. "A través de la ficción consigo rozar un lugar de verdad porque hay algo intergeneracional que se transmite en los cuerpos. Mi madre y mi padre escriben en mi lugar; escribimos con nuestros muertos, con nuestros ancestros, y aunque estemos solos frente a la computadora en realidad nunca estamos tan solos”.
El padre y la madre nacieron en familias muy pobres y se fueron de Casamanza, en el sur de Senegal, con la esperanza de un futuro mejor. “Hay mucho silencio en esta historia, creo que escribo para completar esos silencios con palabras. Cuando salió el libro, sucedió algo extraordinario. Mi madre, a la que le conté la novela porque ella no sabe leer, me dijo que mi bisabuela era curandera. Eso yo no lo sabía”, confiesa aún sorprendida por la coincidencia entre la ficción y una realidad familiar que desconocía. “Escribir es una manera de comunicarse con los que nos precedieron y con los que vendrán. Yo todavía no tengo hijos, pero me pregunto qué voy a transmitirles, si es que un día tengo hijos”.
-¿La heterosexualidad es algo reservado a los ricos, como postula Penda?
-Cómo desato este nudo (risas). Penda utiliza un razonamiento bastante simple y es que en tanto mujer negra nunca es percibida como un ser humano con todas las letras y esa es una forma de racismo: ser fetichizada de manera negativa o positiva. A la boxeadora argelina Imane Khelif, que jugó en los Juegos Olímpicos, su adversaria italiana la acusó de ser hombre; los cuerpos de las mujeres negras son sospechosos, pienso también en Serena Williams. Las mujeres negras nunca somos lo suficientemente mujeres porque la primera cosa que uno ve es que soy negra antes de ser mujer. Las mujeres negras son siempre la última opción para cualquier hombre porque es una cuestión de deseabilidad. En el top de deseabilidad para un hombre está la mujer blanca. Eso es lo que quiere decir Penda cuando dice lo de la heterosexualidad. A su pesar hay un pensamiento queer que se desarrolla en ella.
El humor como salida
-Abu se queja y dice que Penda actúa como una blanca. ¿Qué significa eso?
-Es una manera de sentirse en el centro del mundo, de pensarse universal, de no tener en cuenta la pertenencia a un grupo. Actuar como blanca es no tener empatía, es pensar que tu experiencia es la experiencia de todos. Me pasé toda la vida teniendo empatía por las personas blancas intentando saber cómo piensan y cómo se posicionan en el mundo, pero nunca sentí que esa empatía se diera a la inversa.
-¿El humor que hay en esta novela es una estrategia para evitar la estetización de la pobreza?
-Sí. El director de cine Chris Marker decía que el humor es la amabilidad de la desesperación. Cuando estás completamente desesperado, no hay otra solución que reírse. Por mi personalidad veo el vaso medio lleno en vez de verlo medio vacío. El humor es una manera de resistir y de no subirse a la depresión generalizada del mundo en el que vivimos. El humor es una puerta de salida para no odiar a las personas.
* Seynabou Sonko se presentará este miércoles a las 19 horas en el Museo Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415) junto a la escritora y periodista María del Mar Ramón.