John Paul Getty estaba tranquilo evaluando la próxima pieza de arte que iba a comprar, su pasión junto a las antiguedades. En una tarde de 1973, le avisan que uno de sus nietos que vivía en Roma, John Paul Getty III, había sido secuestrado. En principio, su frío y calculador carácter, que había desarrollado una personalidad avara e insensible, no pareció inmutarse.

Para él era su hijo John Paul Getty el que debería asumir las consecuencias del secuestro. Los secuestradores, de quienes hablaremos mas adelante, exigieron 17 millones de dólares. La noticia fue recibida con estupor por el padre de la víctima. En conversaciones con los secuestradores, les informó que no contaba con tal suma. Ellos, con sorna, le dijeron “lo sabemos, siempre supimos que nuestro interlocutor es su padre Jean Paul Getty, el magnate del petróleo”. Quienes decían esto eran la organización mafiosa calabresa N'drangheta, que conocía perfectamente que el abuelo de la víctima era un multimillonario que integraba junto a David Rockefeller y Aristóteles Onassis lo mas selecto del club de hiper-millonarios de EEUU.

La N'drangheta, conocía perfectamente la situación patrimonial de la familia Getty. La organización criminal, nacida en Calabria hacia mediados del siglo XIX se caracteriza por el secretismo y la preferencia, como dice Francesco Forgione, de manejarse como una mafia en la sombra. Una de sus especialidades es el secuestro. 

Ante esta situación John Paul Getty II pidió ver a su padre, para rogarle que lo ayudara para rescatar a su hijo. El abuelo todopoderoso escuchó la súplica de su hijo. Con su tradicional frialdad le contestó con un NO contundente. John Paul quedó paralizado porque la avaricia de su padre llegaba a límites inimaginables. ¿Se daba cuenta que estaba poniendo la vida de su nieto en riesgo? La justificación lacónica fue como una trompada al hígado: “tengo otros catorce nietos. Si pago el rescate de uno… tendré catorce nietos secuestrados”.

Jean Paul Getty dio por terminada la conversación, y se retiró al salón de arte a disfrutar de su colección. La N'drangheta silenció las comunicaciones. Sabía que la respuesta tendría que ser de impacto demoledor. Cuatro meses después, en una soleada mañana, los padres de la víctima recibieron en un paquete un pedazo de oreja ensangrentado, mechones de pelo y una advertencia: “si no pagan, la próxima vez lo devolveremos en pedacitos”. Pero también hacían una concesión. Bajaban a tres millones el recate.

El avaro abuelo millonario ofreció dos millones. Eso sí, con su habitual “sensibilidad”, le dijo a su hijo que era “un préstamo, que devengará una tasa de intereses del cuatro por ciento mensual”. La serie “Trust”, que ficcionó la historia con Donald Sutherland como el abuelo millonario, reconstruye una hipotética escena de negociación. Las ruinas de la Villa de Adriano encuentran al magnate y al jefe de la mafia calabresa, quien sería Girolamo Piromalli. Allí ambos poderosos hombres se dan cuenta de sus similitudes y sobre todo de sus debilidades, coinciden en su disconformidad con su descendencia familiar, que suponen no está a la altura de las circunstancias. Finalmente el joven secuestrado es liberado.

El magnate petrolero falleció en 1976, con una fortuna calculada en más de 2000 millones de dólares. Muchos lo recuerdan por ser un avaro insensible y en extremo tacaño, tanto que llegó a instalar en su mansión una cabina telefónica, así sus invitados no le usaban el teléfono. Con menor crueldad aunque con una avaricia y falta similar de sentimiento por su familia, podemos encontrar coincidencias con “El Viejo Hucha”, un clásico del Cine Nacional. Enrique Muiño, en su notable caracterización de 1942, personifica a un jefe de familia que acumula billetes mientras su familia vive en las ruinas. En una célebre escena, uno de los hijos le reclama por los agujeros en las suelas de sus zapatos. El Viejo Hucha, con firmeza, le dice que están así por su forma de caminar. Diciéndole que debe hacerlo “taco, suelo, punta…taco” y así no gastará la suela de sus zapatos.

En economía política, la austeridad ha sido una estrategia abordada para reparar erróneas “políticas distribucionistas”. Sin embargo, Mark Blyth nos dice que la austeridad es una idea peligrosa, expresamente porque “es inmune a la refutación empírica, a nivel lógico, ya no importa cuántas veces se insista en esto a) El Estado no es un hogar; b) La capacidad para cobrar impuestos y emitir deuda a lo largo del tiempo es importante c) El gasto público no desplaza al privado si nadie mas está gastando d) No existe tal cosa como la contracción expansiva”. Con sutileza nos dice que “la austeridad protege el valor de los activos de quienes los tienen y dicha protección se paga recortando los gastos destinados a aquellos que no tienen activos. La austeridad pone a salvo los activos de los ricos. Es realmente así de simple”. Blyth en “Austeridad, Historia de una idea peligrosa” señala que el ajuste no guarda relación alguna con el despegue económico. 

Clara Mattei señala que la austeridad fiscal, en particular, es una determinante central para comprender la política económica. La tributación regresiva, al recaer sobre la mayoría de los ciudadanos, significa una directa política de apoyo a los sectores de poder económico. Considera Mattei a la austeridad como un modelo económico, cuyo objetivo es disciplinar a los sectores populares. Al respecto sostiene que hay perdedores y ganadores, y que la austeridad está ahí para garantizar que los ganadores sean siempre los mismos.

Volviendo a Blyth, podemos definir que “la austeridad es una forma de deflación en la cual la economía se ajusta a través de la reducción de salarios, precios, para restaurar la competitividad, todo lo cual supuestamente se logra reduciendo el presupuesto del Estado”. En síntesis, la austeridad no es una política de coyuntura o eventualmente de estabilización, sino una herramienta de ajuste permanente.

En Argentina, el Presidente se jacta de llevar adelante el mayor ajuste fiscal de la historia. En diciembre del 2023, a poco de asumir, señaló que “la austeridad no es negociable”. A más de siete meses de gestión, podemos ir evaluando medidas y resultados. Según el informe de julio/2024 de la Oficina de Presupuesto del Congreso (OPC) los gastos totales cayeron respecto al primer semestre de 2023 en un 27,9 por ciento con las siguientes especificidades: Jubilaciones cayó 29,2, subsidios 36,9 (luz, gas, transporte), Universidad 31. Según la OPC, también con datos a junio/2024, las transferencias totales a gobiernos provinciales y municipales se redujeron en un 18,7 por ciento, mientras que las llamadas transferencias no automáticas tuvieron una contracción real del 87,1. Solo a título de ejemplo, la provincia de Buenos Aires sufrió un recorte de 87,2 por ciento en el Fondo Nacional de Incentivo Docente y del 57,1 en Desarrollo de Seguros Públicos de Salud. El descalabro que este ajuste está causando es harto evidente. Caída del 5,1 por ciento del PBI en el primer trimestre, con proyecciones similares para el resto del año. Los avaros, tacaños, “viejos huchas”, gritan a viva voz “No hay plata”. Pero algunos, como el Gobernador Axel Kiciloff piensan distinto.

En el marco de la puesta en funcionamiento de nuevos equipos del Hospital General San Martin en La Plata, Kicillof dijo que ”es mentira que no hay plata, lo que hay que hacer es destinar los recursos donde realmente hacen falta”. Un abuelo avaro y un padre insensible pueden causar daños irreparables en una familia. No permitamos que la tijera de la austeridad dañe a millones de argentinos.