Lo primero que hizo fue descorchar un vino y servirse media copa. Ese hábito la relajaba para cocinar. Peló las papas y las cortó en cuadraditos iguales como si los hubiera medido con una regla. Le sobraba tiempo y paciencia para hacerlo. Las metió al horno enseguida porque sabía que iban a demorar. 

Puso música francesa en el celular, la que había conocido por él, ese hombre al que esperaba preparándole su plato favorito en el día de su aniversario de casados. 

Cerró los ojos e improvisó unos pasos de baile, abrazando la silueta que todavía no había llegado y se dejó llevar como siempre, como solo él sabía hacerlo. 

Después puso a dorar las pechugas de pollo a fuego lento, al igual que su amor. El chillido de la carne al tocar el aceite hirviendo la distrajo de la canción que antes tarareaba. Agregó el puerro y lo fue mezclando con el pollo, el olor se le fue metiendo por el cuerpo y fue conquistando todos los ambientes de esa casa inmensa. 

Dejó la cocina y se acercó a la puerta porque creyó escuchar las llaves en la cerradura, girando el tambor con fuerza como acostumbraba a abrir él, siempre apurado para llegar a su encuentro, a sus besos. 

Tendrían un tiempo para dejarse llevar y después volver a la cocina, más relajados, más imantados. Pero ella sabía que era temprano, que a esa hora él todavía estaría lidiando con el tránsito, con los peatones imprudentes, con las sirenas de las ambulancias, con la vida acelerada. Más tarde iba a llegar a la calma del hogar, al olor a comida casera, a la música francesa, al tiempo de bajar, a su oasis.

 

Tiró la crema dentro de la olla y fue mezclando hasta que por fin se transformó en su comida favorita. Se sirvió más vino mientras esperaba a que las papas estuvieran crocantes por fuera, que hicieran ruido al masticarlas. 

Cuando estuvieron a punto las colocó en una fuente bien acomodadas. Vistió la mesa con ese mantel bordado en hilo blanco que reservaba solo para ocasiones especiales. 

La música viajó de la cocina hasta el living, a volumen bajo para que no la distrajera de sus pensamientos. Había pensado en poner velas, pero le pareció demasiado cursi, así que se conformó solo con dejar las luces bajas. 

Ya era la hora de sentir la cerradura abrirse con rapidez, así que fue hasta la cocina a traer la comida. Sirvió los dos platos de forma armónica, los miró presentados en la mesa y se le infló el pecho. Sirvió las dos copas de vino y se sentó a esperar. 

La voz de Edith Piaf se desangraba a través del parlante del celular mientras ella pensaba en el día que se conocieron, en los años compartidos, en la vida que pasaron, y que ya no volvería nunca más. 

Después, cruzó los cubiertos sin tocar bocado y se fue terminando el vino mientras imaginaba que estaría haciendo él en el primer aniversario de casados que pasaban estando divorciados.