Esta lucha fue liderada por muchas mujeres, madres, xadres, cuidadorxs y trabajadores de la salud que experimentaron de primera mano los beneficios del cannabis en sus vidas en la de sus hijxs, amigxs o pacientes. Un trabajo de cuidado que se suma a las tareas cotidianas en los hogares, ese trabajo no pago que sostiene al mundo productivo. A través de la autogestión y poniendo en riesgo su propia seguridad, estas personas enfrentaron una realidad en la que tener plantas de cannabis podía significar una condena de prisión.
En ese sentido, la ley 27.350 promueve políticas públicas centradas en las redes de apoyo a pacientes que necesitan cannabis para tratamientos de salud, redes que operaban en conjunto con el Estado, ONGs y Asociaciones Civiles, brindando asistencia a miles de personas y protegiéndolas de posibles consecuencias penales. Esta legislación no solo facilitó la circulación de información sino que también garantizó derechos fundamentales para los usuarios y sus familias, abriendo el debate sobre el cuidado como una cuestión política, social y comunitaria. Por otra parte, la creación del ReProCann, programa que benefició a más de 200 mil personas, brindando acompañamiento en salud y certeza jurídica a usuarixs de cannabis medicinal.
Las12 conversó con tres cultivadoras que, desde hace años, eligen el cannabis para mejorar la calidad de vida de ellas mismas y de sus familias. En sus testimonios, reflejan cómo enfrentan un momento de incertidumbre en relación a las políticas de expansión de derechos, las preocupaciones sobre el acceso a los derechos en un contexto en el que desde el gobierno amenazan con realizar una nueva reglamentación de la ley 27.350, la limitación y el retraso en la implementación del REPROCANN, mientras intentan mejorar su calidad de vida y la de sus familias. Algunas de las mujeres consultadas, prefieren no revelar su nombre completo por razones de seguridad.
El encuentro con una planta medicinal
Médicos y terapeutas han documentado que los compuestos activos del cannabis pueden aliviar síntomas de enfermedades crónicas como el dolor neuropático, la artritis y la esclerosis múltiple. También es eficaz en el manejo de náuseas y vómitos asociados con la quimioterapia, y en la reducción de la ansiedad y el insomnio. Más recientemente, investigaciones muestran que el cannabis tiene potencial para tratar condiciones similares en animales. La importancia de continuar investigando estas aplicaciones terapéuticas es evidente, así como la necesidad de asegurar un uso seguro y regulado del cannabis.
Verónica vive en la Ciudad de Buenos Aires, es bióloga de profesión y ama las plantas, en un casa tiene un jardín que cuida con amor y paciencia, las plantas de cannabis se sumaron al patio durante la pandemia y el trabajo se multiplicó. Su motivación principal fue la salud de su hija, Guada, quien tiene un diagnóstico de autismo y retraso madurativo. “Nos quedamos encerradas en casa de un momento a otro. Ella hacía terapia ocupacional, psicomotricidad, psicología y fonoaudiología, y estaba bien. Nunca había tenido un pico de estrés, pero la primera semana de la pandemia empezó a desregularse”, recuerda Verónica.
La rutina de Guada cambió drásticamente, sus síntomas se agravaron debido a la falta de sus terapias diarias, el confinamiento forzado y la incertidumbre. Verónica, preocupada por no querer someter a su hija a la medicación convencional para estos momentos de crisis, empezó a asesorarse sobre el uso de cannabis medicinal y autismo. En el interín se quedó sin empleo, por lo que la autonomía y soberanía de poder cultivar y producir la medicina en su casa, le alivió esa preocupación económica.
Cuenta que su primer acercamiento al cannabis fue gracias a una amiga que sufría de migrañas severas, ella sabía que lo consumía, entonces no dudó en consultarle. En ese entonces Verónica se quedó sin empleo, es por eso que “Le pedí tres semillas porque quería probar hacer aceite, empecé con esas tres y solo sobrevivió una de las plantas”, cuenta, recordando el esfuerzo que puso en cuidar esa única planta y el acompañamiento de su amiga, que fue quien le regaló los primeros cogollos con los que comenzó a producir su propio aceite de cannabis.
“Tras las primeras tomas ya noté diferencias. Guada pudo dormir, dejó de hacerse pis en la cama, y estaba mucho más tranquila,” dice con alivio sobre esos meses que fueron muy difíciles. “Cuidar las plantas es como tener otro hijo", dice riendo y agrega que al principio, el proceso fue desafiante, pero ahora aprendió a manejarlo de manera más efectiva y produce con cinco plantas el aceite necesario para tener durante todo el año. “Mi marido y yo nunca tuvimos dudas en llevar adelante este tratamiento", afirma. Su experiencia en el cultivo es una rutina de cuidado y dedicación, también es un trabajo que complementa el tratamiento de su hija. Elige cultivar, porque le resulta económicamente costoso la compra del producto hecho, además de esta forma conoce de dónde vienen las semillas y qué tipo de cepas utilizar.
Cannabis contra el dolor, una alternativa natural a los fármacos
"Tuve un accidente muy grave que me causó la pérdida de dos órganos, múltiples fracturas en el hombro izquierdo, la columna vertebral, las manos y la rodilla. Es por eso que hace 3 años ininterrumpidos que consumo cannabis," cuenta Jessica que vive en González Catán, en el Partido de La Matanza. Además de ser trabajadora independiente con un emprendimiento de toallitas de tela, está estudiando nutrición en la Universidad Nacional de La Matanza. Desde que tiene 22 años, su vida cambió por completo, el cannabis la acompaña en ese proceso de dolores crónicos.
Inicialmente, los médicos le recetaron tramadol, un medicamento muy fuerte contra el dolor, cuenta que el tratamiento médico fue deficiente y le trajo complicaciones adicionales con el paso de los meses. “Me dieron una cantidad de medicamentos para el dolor, desde Buscapina hasta Tramadol, y también fármacos intravenosos para controlar las náuseas,” recuerda. A pesar de la medicación intensiva, Jessica no encontró el alivio necesario y se enfrentó a una serie de problemas de salud como estreñimiento severo y distensión abdominal, como no había una medicación específica para su diagnóstico y le advirtieron que era algo crónico y que podía reincidir en unos años decidió enfocarse en cambiar su alimentación y en llevar un estilo de vida lo más saludable posible.
“Además, comencé a consumir aceite de cannabis, por el estrés postraumático de la segunda operación y los dolores persistentes”, explica. Recibió el apoyo y acompañamiento de su psicóloga y de una psiquiatra a lo largo de su proceso de recuperación y de muchas amigas cultivadoras “me proporcionaron aceite y compartieron su información conmigo,” dice agradecida. Más adelante, con una organización no gubernamental llamada Naturaleza Indica, que tiene locales en San Justo. La ONG tiene una campaña llamada “Donar” que facilita el acceso al aceite a todos los usuarios de cannabis medicinal.
La estigmatización es desconocimiento
A diferencia de Jessica y Verónica, Samantha siempre tuvo prejuicios con la planta, hasta que hace 12 años atrás una compañera de trabajo le compartió su experiencia. “Ella estaba muy emocionada, me contaba cómo un frasco de aceite de cannabis que le habían traído desde Uruguay le había mejorado la calidad de vida”, recuerda, hasta ese momento le parecía una sustancia “negativa”, nunca había fumado ni había considerado sus aplicaciones medicinales. “Su testimonio me hizo pensar que quizás había algo más allá de los estigmas que había escuchado”, reconoce.
En 2022, una experiencia personal la acercó de nuevo a esta planta cuando su hija de 13 años sufrió una hernia de disco, una condición dolorosa que la dejó en una silla de ruedas y con un tratamiento basado en fuertes medicamentos como pregabalina y morfina. “Ver a mi hija, que estaba acostumbrada a estar sana y activa, de repente doblada del dolor fue muy duro”, relata Samantha. Recordando la experiencia de su compañera, decidió preguntar al médico traumatólogo sobre el uso de aceite de cannabis como una alternativa a los medicamentos convencionales. Aunque el médico no era un especialista en esta terapia, admitió que el cannabis podría ser “efectivo” y le aconsejó buscar un aceite de buena calidad. Fue en ese momento cuando su hermana la puso en contacto con una organización cooperativa que la orientó sobre su uso y el proceso en el caso de su hija. A pesar de las dificultades iniciales, el aceite de cannabis se convirtió en una herramienta valiosa en el tratamiento de su hija.
Los tiempos, el cuidado y la escucha
A lo largo de su experiencia, Samantha entendió que el aceite de cannabis es una opción valiosa para mejorar la calidad de vida, pero no una solución mágica. A diferencia de otras medicinas que actúan de inmediato en el organismo, en el caso de su hija fue un proceso lento, que supo escuchar, atender y cuidar desde el primer momento. Hoy cuando tiene recaídas “complementamos lo que le dan en la guardia con aceite para que pueda dormir”. Por otro lado, el marido de Samantha comenzó un tratamiento con cannabis para tratar dolores corporales crónicos “a diferencia de mi hija, él vio una mejora muy significativa e inmediata. Lo primero fue poder dormir toda la noche sin despertarse por el dolor y a medida que pasó el tiempo se sintió cada vez mejor” , según Samantha hoy el Cannabis es en su familia una gran opción para mejorar la calidad de vida.
En ese sentido, Verónica no tuvo buena recepción al optar por el aceite de cannabis para su hija. A pesar de los avances en la salud de Guada, enfrentó varias dificultades y prejuicios, desde médicos que criticaron su decisión, pero no dudaban en recetar sedantes o conocidos que sin información le decían que intente otras terapias antes que el cannabis. Sobre esto reflexiona que muchas veces las personas opinan sobre el accionar de una madre, sin embargo ella podía ver lo que esas gotitas provocaban en Guada, no estaba dispuesta a sedarla para que se adecue a una forma de comportamiento considerado como “normal” para un niñx, y también tenía el aval del neurólogo que la atendía desde que nació. Su sostén fueron sus amigas y una red de cultivadoras, hoy está en contacto con Coopenábica Arg, una cooperativa trasnfeminista que trabaja con plantas medicinales por el Buen Vivir.
Verónica también reflexiona sobre la violencia que implica para ella sedar a un niño solo para hacerlo encajar en una institución. “Al principio era una lucha muy grande para que Guada encajara en un colegio. Nos dimos cuenta de que estábamos forzándola. Para nosotres la solución nunca fue medicarla para que estuviera tranquila, sino buscar un lugar que entendiera sus necesidades,” recuerda y cuenta que hoy asiste a un centro terapéutico en el que está en contacto con la naturaleza, con animales, anda a caballo y trepa árboles, algo que a Guada le encanta. A su familia le costó encontrar un centro educativo que pusiera el foco en el bienestar de lxs niñxs en lugar de forzarlos a encajar en un molde. “Hoy Guada asiste a un lugar donde se la escucha y se respetan sus necesidades,” dice Verónica.
A pesar de que hoy socialmente se habla sobre cannabis medicinal y hay estudios que dan cuenta de su uso, Verónica sigue enfrentando temores. “Aún tengo miedo de que venga la policía y me meta en cana, pero ¿qué me van a decir? Es una medicina que cultivo en mi casa y que le hace muy bien a mi hija,” expresa con seguridad. A pesar de contar con un certificado de discapacidad y el apoyo de un equipo terapéutico, Verónica sigue esperando la aprobación de su trámite de REPROCANN, que finalmente pudo tramitar el año pasado pero aún no recibió la aprobación. “Está frenado, aunque tengo todo el respaldo profesional que avala el uso de aceite de cannabis para Guada,” explica.
En una era de recortes, los riesgos de limitar estas políticas
El miedo y la falta de información siguen siendo obstáculos para muchas personas que encuentran en el cannabis una opción terapéutica. Las experiencias de cuidado y resistencia de mujeres, lesbianas, travestis, trans, personas neurodivergentes o con diagnósticos, y adultos mayores reflejan la preocupación por ser señalados o perseguidos por cultivar o consumir cannabis.
Jessica señala que el costo elevado del aceite, las dificultades con el REPROCANN y las discusiones sobre el monopolio y patentamiento de semillas son desafíos persistentes. “Somos muchos los usuarios de cannabis medicinal. Para nosotros, es fundamental defender estos espacios. Es esencial poder caminar por la calle y llevar lo que necesitamos encima, así como acercarnos a estos lugares para obtener aceite sin temor. La defensa de estos espacios y organizaciones es clave en un contexto en el que estamos viendo un retroceso en materia de derechos”, afirma.
Según las mujeres consultadas por Las12, el cannabis no es solo una planta y una medicina, es también un símbolo de cuidado para la salud integral, la posibilidad de tener autonomía y soberanía sobre la salud, además de un recurso accesible. Jessica lo describe como la posibilidad de conectar con la tierra y recuperar nuestros conocimientos ancestrales sobre el cultivo de plantas y alimentos. También resaltan la importancia de defender los espacios y las organizaciones que apoyan el uso medicinal del cannabis, una tarea que consideran esencial, para poder garantizar el buen vivir y una mejor calidad de vida.