Fran (Daisy Ridley) parece estar en otra parte. Podría ser una tristeza noble que la lleva a vivir encapsulada, ausente como si sus fantasías de muerte, que contemplan bellas imágenes surealistas de una calma sorprendente, como si salieran de un cuento de hadas, ejercieran sobre ella una atracción fulminante.

Pero en algún momento va a confesar que su trabajo le gusta aunque no resulta dificil sospechar que su silencio vibrante y su expresión de espanto cada vez que debe afrontar una reunión con sus compañeros de trabajo, se deba a la rutina laboral de la ciudad de Oregón.

La vida soñada de Fran (o A veces pienso en desaparecer, los dos títulos con los que se presenta está película de Rachel Lambert que puede verse en la plataforma Mubi), se parece extrañamente a La isla desierta de Roberto Arlt al mostrarnos un grupo de oficinistas que deben realizar una tarea que no requiere de ambiciones frente a un puerto que los llama todo el tiempo a escaparse. Las ventanas dan a ese mar donde se detienen los barcos pero los personajes de esta película expresan una alegría cordial. Nadie parece molesto con la vida que les tocó en suerte, salvo Carol (Marcia DeBonis) que los días previos a jubilarse mantiene esa algarabía rota, un tanto forzada pero unos meses después, Fran se la encuentra llorando en un bar cercano al trabajo.

Fran es la única que manifiesta cierta disconformidad o crítica hacia su entorno pero tal vez solo sea timidez. Acertadamente este film no está cargado de palabras explicativas, los diálogos no tienen la pretensión de revelar algún secreto sino de mantener esa cotidianidad sin expectativas.

La llegada de Robert (Dave Merheje) que viene a ocupar el lugar de Carol en la oficina le da a Fran la posibilidad de empezar a establecer una vida social. Lo más interesante que tiene Robert es su novedad, lo desconocido de su pasado. Es interesante el contraste entre ese entusiasmo un tanto voluntarista de Robert y la persistencia de Fran de limitar su cualquier demostración de interés, aun cuando su realidad comienza a ser más provisoria.

Cuando Fran y Robert van a la fiesta de la chica que trabaja en la cafetería, el tipo de diversión que practica esa comunidad de amigos consiste en imaginarse que son personajes de una película. Cada uno de ellos tiene que sumarse a una suerte de improvisación donde aportan ideas para el desarrollo de las situaciones. Hay en estos encuentros cierto candor, como si fueran un grupo de niños tratando de entretenerse pero también es una manera bella e inteligente de mostrar el aburrimiento de los personajes. Hay en todos ellos un ansia de aventuras, de vivir situaciones que impliquen una intriga, algún tipo de conflicto que les exija otras estrategias o descubrimientos. En esa ciudad todos se conovecen y los días se vuelven previsibles pero la directora elige eliminar toda queja y convertir a sus criaturas en seres deseosos de algo más, como si siempre buscaran, exageradamente, desentrañar algo emocionante en las acciones simples.

Fran sería la excepción pero nadie la cuestiona. La aceptan callada y concentrada en su trabajo, alejada de todo festejo, una figura que busca volverse imperceptible para su entorno. Ese repliegue que sería el único punto de oscuridad en esa oficina responde también a un conflicto interno y es interesante que la directora eligiera crear un personaje que parece salido de una película de los años cincuenta (la música remite a ese tipo de films un tanto ingenuos y románticos con finales felices) para ubicarla en esta época como si nos dijera que todavía existen jovencitas que no saben cómo vincularse o que directamente ya saben que no hay nada en ese afuera que valga la pena y prefieren ir del trabajo a casa y cenar a solas una comida magra con queso potage y acostarse antes de las once despupes de mirar un poco de televisión.

La actuación de Daisy Ridley es fundamental para que la historia pueda contarse. El leve pánico que muestra cada vez que sus compañeros de trabajo celebran algo, ese cuerpo que se ahueca como si buscara que le creciera un caparazón, la manera cautelosa con la que suelta algunas frases que presagian su interés por Robert, hablan de esas dificultades para salir al mundo. Sería más cómodo seguir con esa rutina y envejecer rápido pero está claro que Fran piensa todo el tiempo y no se conforma, en ese comportamiento habita la dimensión política de una película donde las fantasías de la protagonista van hacia la construcción de imágenes oníricas en torno a la muerte. La directora no dramatiza pero señala ese sinsentido que ordena la vida de la protagonista, sin abandonar nunca cierta levedad.