El de Osgood Perkins es uno de esos nombres que, de un momento a otro, casi sin solución de continuidad, pasan de ser el secreto de unos pocos a la revelación de la cual todo el mundo habla. Nada nuevo bajo el firmamento cinematográfico, aunque en su caso la alcurnia podría haberle jugado a favor: no cualquiera es hijo de Anthony Perkins, el famoso actor de Psicosis y El proceso, fallecido en 1992 por complicaciones con el sida. A pesar de ese linaje, Osgood –a quien muchos siguen llamando cariñosamente Oz– nunca recibió el mote de hijo de..., y ya desde su ópera prima The Blackcoat's Daughter (2015) demostró con creces tener una voz personal en el terreno de los horrores fílmicos. Su nuevo largometraje como guionista y realizador –el cuarto en una filmografía que sigue tomando impulso– lo encuentra transitando los senderos del thriller de asesinos seriales, aunque con elementos fantásticos que están presentes desde las primeras escenas. Longlegs: coleccionista de almas, que tendrá su estreno en salas de cine el próximo jueves 29, es deudora de clásicos del género como El silencio de los inocentes y Sev7en, pecados capitales, pero en su climática y crecientemente opresiva narración también tienen cabida el satanismo y los traumas familiares como origen de varios males. También un irreconocible Nicolas Cage, que nuevamente hace gala de su excéntrico y particular histrionismo, aunque aquí en un papel bastante diferente a los usuales.

La secuencia de títulos, con letras negras sobre fondo rojo, no anuncian un pasaje bíblico o una cita de algún texto medieval, como suele ser la costumbre. “Eres sucia y dulce, oh, sí / Bueno, eres delgada y débil / Tienes los dientes de la hidra sobre ti / Eres sucia y dulce y eres mi chica”. Los primeros versos de “Get It On”, el clásico rocanrolero de T.Rex, podrían aplicarse a ciertas imágenes de Longlegs que no es conveniente anticipar aquí, pero si la fascinación de Osgood por la banda británica no fuera evidente a partir de ese prólogo, cerca del final un poster de Marc Bolan en pleno apogeo glam engalana la pared de uno de los personajes principales. La cabellera larga del cantante y compositor es replicada en la melena de Longlegs, ese tipo pálido, alto y raro, creepy para usar un término preciso en el idioma inglés, que aparece al comienzo de la proyección, en unos años 70 idealizados gracias a la dirección de fotografía y la cámara Polaroid que una niña rubia lleva consigo durante el encuentro con el extraño visitante.


El corte es abrupto y ahora ya no es una chica de nueve años sino una joven adulta quien ocupa la pantalla, rodeada de hombres durante una reunión con sus colegas y jefes en el FBI. Es la primera salida al campo de batalla y, junto a un compañero también novato, deben tocar timbres en un típico barrio suburbano y hacer consultas vecinales referidas a un sospechoso. Algo le dice a Lee Harker (Maika Monroe, la chica de Te sigue, diez años más tarde) que el hombre en cuestión está en una de las casas. Y lo dice en voz alta. El número de la calle, claro y directo. Efectivamente allí está, como lo confirma el agente sin tiempo para reaccionar. Harker es interrogada y las pruebas lo demuestran: la clarividencia es una de sus cualidades. Nadie lo explicita, pero en el universo de Longlegs resulta evidente que la famosa agencia federal cuenta con un puñado de agentes especiales, que desde luego pueden ser de mucha ayuda para la resolución de casos difíciles.

Prima lejana de Clarice Starling, y tan traumada como ella, Harker posee sin embargo un plus, esa habilidad adivinatoria que puede ser su salvación o, desde luego, el origen de una condena. No es casual que la historia, libre de teléfonos celulares inteligentes, transcurra en 1993. Tiempos de auge de los asesinos seriales cinematográficos, aunque la relación de la protagonista con su madre –una fanática religiosa que responde con un “¿Sigues diciendo tus plegarias?” como respuesta a una salutación telefónica por su cumpleaños– señala hacia otras relaciones madre-hija tóxicas en la historia del cine. “Decidí seguir los pasos de una de las mejores películas jamás hechas: El silencio de los inocentes, de Jonathan Demme”, declaró Osgood Perkins en una entrevista con The New York Times. “Todo comenzó con una idea y una forma de pensar cercana a los crucigramas. El verdadero tema de la película es la decisión de una madre de crear el útero protector definitivo alrededor de su hija, el cual mantiene a cualquier costo. La pregunta entonces es si está mal hacer lo imposible para proteger a tus hijos”.


El trauma y los lazos familiares forman parte del ADN de la vida y las películas del realizador. En The Blackcoat's Daughter, distribuida por la compañía A24 e inédita en nuestro país, el viaje a una escuela religiosa para mujeres rodeada de nieve recogía los guantes negro del giallo para narrar una historia en tres partes. Un film que, en palabras del realizador, utilizaba el terror como caballo de Troya para concentrarse en cuestiones como la pérdida y el duelo. Ese debut fue relanzado más tarde con el título February luego del éxito de su segunda película, Soy la cosa bella que vive en esta casa (2016), lanzada globalmente por Netflix. Allí, Perkins reelaboraba los viejos cuentos de casas embrujadas con una particular vuelta de tuerca narrativa y un clima fantasmagórico que no ocultaba su verdadero rostro: la más inmensa de las soledades. El trauma regresó en la particularísima adaptación Gretel y Hansel, cuento de hadas feminista que parte de la muerte de los padres para reinventar el clásico relato de los hermanos Grimm.

“Creo que siempre me veo obligado a expresar alguna verdad de mi experiencia”, declaró Perkins en otra entrevista para el medio especializado Deadline. “No sé si mi experiencia es mejor, peor, más privilegiada o dañada que otras. Sólo sé que son cosas mías las que pongo ahí, y siempre intento hacerlo al escribir. Me mantiene interesado y honesto, y siempre hay un nivel de verdad, no importa cuán fantástico sea todo”. Osgood Perkins no es el primer Osgood de la familia. Su abuelo, el padre de Anthony Perkins, llevaba ese mismo nombre; un actor de Hollywood hoy olvidado que, sin embargo, participó en largometrajes famosos como Scarface (1932) y Madame Dubarry (1934), antes de fallecer en 1937, a los 45 años, cuando su hijo tenía apenas cinco años. Anthony, cuya bisexualidad fue la comidilla de todos los medios amarillistas cuando un periódico hizo pública su infección con el virus del VIH, murió cuando Osgood tenía dieciocho años, y en muchas entrevistas este último declaró que lo veía poco y nada debido a su profesión de actor. A pesar de ello, llegó a actuar en Psicosis II, dirigida por Richard Franklin en 1983, interpretando con apenas nueve años al joven Norman Bates, además de acompañarlo durante algunas jornadas de rodaje de la segunda secuela, Psicosis III (1986), dirigida por Perkins padre algunos años antes de su muerte. La madre de Oz Perkins, la modelo, actriz y fotógrafa Berry Berenson, falleció el 11 de septiembre de 2001 en el vuelo número 11 de American Airlines que se estrelló en una de las Torres Gemelas.

En la ficción Lee Harker, una Monroe retraída, de escasas palabras, visiblemente incómoda en situaciones grupales y cuya relación con la madre, para utilizar un eufemismo, es compleja, termina emparejada con otro agente del FBI que anda tras los pasos del culpable de una serie de horrendos crímenes sin resolución. Una pesquisa con escaso éxito. Allí entra en juego la joven investigadora, que quizás pueda utilizar su misterioso sexto sentido para encontrar al menos una pista, por minúscula que sea. Así aparecen las primeras claves, otro homenaje/relectura de los enrevesados guiones de los relatos de serial killers de los 90 (iconografía: Perkins incluye una escena en la oscuridad atravesada por los intensos haces de luz de un par de linternas). Las fechas de los homicidios coinciden con el cumpleaños número nueve de una serie de niñas. El responsable de los horrores es siempre alguien de la familia. Varias cartas escritas en un extraño idioma podrían ser la llave para llegar a identificar a un sospechoso o sospechosos.

¿Y Nicolas Cage? De a poco, la visión de un hombre alto y pálido (¿acaso está maquillado, como el payaso de It?), que algunos testigos refieren haber visto en las cercanías de los crímenes, dibuja una silueta llena de misterio pero, al fin, tangible. Un creador de muñecas de tamaño casi natural confeccionadas con la elegancia y perfección de lo artesanal. El realizador consignó que ese detalle de la trama tiene su origen en La rama dorada: un estudio sobre magia y religión, el libro del antropólogo social escocés James George Frazer publicado en 1890, un estudio comparado sobre religión, mitología y folclore. “Es un repaso enciclopédico de culturas y supersticiones, ceremoniales y rituales, en diferentes culturas. Uno de los capítulos, que quedó impregnado en mi mente, está dedicado a la magia imitativa, los muñecos de vudú, las efigies. La manera en la cual algunos países queman marionetas de sus líderes. La idea de que es posible afectar a un ser vivo mediante la manipulación de su efigie. Lo sentí como una vuelta de tuerca fresca a la idea de la muñeca creepy (espeluznante)”.

Por los caminos del señor de las tinieblas camina Lee Harker, y es durante la primera mitad de Longlegs: coleccionista de almas donde más aparece el Perkins que se hizo un nombre en el terreno del terror. Un terror que no es ni elevado ni craso, pero siempre es sugestivo. Porque es en las pequeñas rendijas de la realidad donde se cuela el mal: como si se tratara de una versión femenina del John Trent de En la boca del miedo, Lee rasga la superficie de una serie de simbólicos afiches callejeros para ir descubriendo una verdad que le compete no sólo profesionalmente. La segunda parte de Longlegs depende un poco más de la trama, de las vueltas de tuerca de un pasado que regresa con fiereza al presente, pero el realizador continúa apostando por un abordaje al horror que escapa de las trampas usuales del shock, o bien las utiliza de una manera particular. Nuevamente, ¿y Nicolas Cage? Extremo incluso para sus altos estándares de extremismo, semi oculto detrás de varias capas de maquillaje y látex, el sobrino predilecto de Hollywood hace nuevamente de las suyas. Para Perkins, “Nic está en lo más alto de la profesión. Ha visto todas las películas, puede hacer referencias a todas las actuaciones que han hecho todos los actores, se sabe las letras de todas las canciones. Es un tipo extremadamente inteligente. Hay que decir que no todos los actores lo son. Es inteligente y veloz. No se pierde nada. Es como usar un cuchillo realmente afilado para cortar algo. Uno tiene que agradecer el hecho de poder contar con un colaborador tan increíble. Porque se trata de eso: uno habla, trae referencias, dice las cosas que quiere y también escucha, y luego se trata de encontrar a un buen y alegre médium”.