En los últimos días, la escena política nacional se ha puesto patas para arriba a partir de los ecos suscitados por una denuncia. Se trata de la presentación de la exprimera dama Fabiola Yañez en la que detalla los maltratos sufridos a manos (precisamente) de su marido, el expresidente de la Nación Alberto Fernández. La denuncia por “lesiones graves y amenazas coactivas” incluye acoso, hostigamiento, violencia física, reproductiva, económica y presión psicológica. El amplio abanico del campo nacional y popular salió a respaldar a la exprimera dama con la expectativa de que la justicia dirima las graves responsabilidades en juego. No sorprende tal actitud, habida cuenta de que tal espacio político es el mismo que luchó por otorgar carácter institucional a la lucha que los feminismos y los discursos de la diversidad sexual emprendieron hace décadas, y por la cual se logró, entre otras muchas conquistas, la ley de matrimonio igualitario, la ley de identidad de género, la ley de interrupción voluntaria del embarazo, la creación del Ministerio de la Mujer y los diversos dispositivos de prevención y asistencia por violencia de género. De hecho, y tal como bien señaló la diputada Mónica Macha, “si la denuncia de Fabiola Yañez se hizo pública fue gracias a la lucha feminista”.
Lo paradójico es que el tratamiento mediático y el viciado empleo de la mencionada denuncia por parte de algunos poderosos sectores políticos ha hecho relativizar --por no decir olvidar-- el frontal ataque que el actual gobierno libertario ha emprendido contra los logros más arriba detallados. Lo mismo respecto del desastroso rumbo económico adoptado desde su asunción en diciembre pasado; su alarmante incapacidad de gestión; el aumento escandaloso de la pobreza; los niños y niñas que se van a dormir sin cenar; el desguace de áreas claves en el Estado Nacional y tantos otros agravios a la integridad material y simbólica de nuestra nación. Es decir, mientras la tele, la radio y las redes sociales nos entretienen con los ominosos detalles de la violencia ejercida por un expresidente contra su esposa, la administración ultraderechista y sus aliados de la “oposición amigable” sacan provecho a costa del sufrimiento del pueblo. Por otra parte, y entre otras muchas cuestiones, con la obscena exacerbación de esta denuncia elevada a la dimensión del espectáculo, se ha logrado disimular las responsabilidades por la siniestra visita que algunos diputados efectuaron a los genocidas del terrorismo de Estado que este actual gobierno reivindica, como así también el juicio que se está llevando adelante por el intento de magnicidio sufrido por CFK el 1° de septiembre de 2022.
Toda la pregunta es: ¿este festín del cual están gozando los sectores más retrógrados de la Argentina es ajeno al estilo de gobierno del expresidente Alberto Fernández?
El yoísmo impotente de Alberto
Desde el punto de vista subjetivo, la consecuencia es la descreencia generalizada en la política, recurso indispensable para todo proyecto que abomine de la justicia social, sea en su versión neo o anarco liberal. De maniobras políticas y mediáticas tenemos indicios todos los días, pero la actual operación adquiere un tinte sin precedentes ya que se nutre de la múltiple y permanente violencia ejercida por un primer mandatario sobre su esposa. El consultorio es testigo del “yo ya no le creo a nadie”; “son todos lo mismo”; y otras similares cuya cuota de negatividad, por rara paradoja, abona sin embargo la bravata del violento que propone destruir todo como única solución.
Se impone preguntarnos: ¿qué enseñanza, qué reflexión extraer de esta amarga saga de oscuridades en torno a un expresidente (Alberto) sin el cual, no obstante, muchos no estaríamos vivos para decepcionarnos por su pobre gestión? (“que se mueran los que se tengan que morir” proponía Macri en tiempos de pandemia, el expresi que “no logró lograr ese logro”). Para extraer algunas conclusiones no es necesario realizar conjeturas sobre la intimidad de una persona. Basta tomar nota de su discurso público.
Por ejemplo: el yoísmode Alberto. Yo, porque Yo. Yo soy. Yo firmo. Yo, yo, yo. Y la escena política que le pasaba por al lado. Los acontecimientos que apenas se dedicaba a comentar. (Cuando la selección campeona del Mundo no visitó la Casa Rosada para saludar en la Plaza, Alberto atinó a justificarse diciendo: “Yo no gané la Copa”). La agenda política ocupada por la oposición y este señor en cualquiera. “Yo no puedo”; “no me lo permite la Constitución --decía-- lo que me corresponde es...” y otros artilugios que solo servían para tapar lo que a todas luces brillaba como la renuncia a ejercer el poder que le había sido encargado. Macho al fin: una centralidad yoica reveladora de su flagrante impotencia. Luego: la violencia.
El idioma que nos une en tanto comunidad lingüística ofrece una muy precisa palabra para esta posición subjetiva degradante: el pusilánime. Sobre el mismo dice el diccionario: “Que muestra poco ánimo y falta de valor para emprender acciones, enfrentarse a peligros o dificultades o soportar desgracias”. Me pregunto: ¿cuándo podemos considerar que la pusilanimidad no se agota con la cobardía moral propia de quien la padece sino en qué momento, a partir de qué instancia, el pusilánime pasa a ser un canalla? Esto es: un entregador de las personas que se supone debe cuidar y representar ante los poderes fácticos de un país. En otros términos: el poder que no se atreve a ejercer por delegación constitucional lo practica en forma clandestina y violenta sobre su más íntimo entorno. La equiparación del padre de familia que mira para otro lado ante el abuso que algún familiar practica con un hijo/a resulta por demás ilustrativo en este caso. De hecho, cuando el lugar de la autoridad está ocupado por la pusilanimidad, crece un monstruo en el llano. A las pruebas me remito. Hoy el monstruo conduce el país.
Por otra parte, hay hechos que se hace imprescindible puntuar. Hasta nuevo aviso, Cristina Kirchner es una mujer. Y por tal condición, la dos veces expresidenta ya había sido objeto de una violencia política inusitada. Lo cierto es que durante el mandato de Alberto su vice padeció una flagrante indefensión. Basta recordar que, en marzo de 2022, fue agredida con piedrazos en su mismísimo despacho del Congreso Nacional, mientras la policía se tomaba largos minutos para intervenir. Me interesa destacar este hecho del cual hoy los responsables bien gracias, habida cuenta de que a la luz del desayuno que nos estamos comiendo: ¿quién podría asombrarse del intento de magnicidio de la cual CFK fue objeto apenas pocos meses después? Más precisamente, el 1° de septiembre de 2022. Fecha en que, con Alberto Fernández como presidente, se quebró el pacto democrático iniciado con el retorno de la democracia en diciembre de 1983.
La pusilanimidad en el ejercicio de gobierno acarrea ruinosas consecuencias para una Nación. Paradojas del poder: la violencia que se tolera en la escena política, se actúa en el entorno más inmediato. Una dura experiencia de la cual se hace imprescindible tomar debida nota. Para volver, con los mejores.
Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.