Llueve. Las personas entran a los bares para cubrirse. Soy una más de ellas y pido un café con leche. Las voces empiezan a chocar entre sí, es un pogo de palabras. Pienso en empezar esta columna hablando sobre los sonidos apabullantes, sobre el esfuerzo físico que hay que hacer para la concentración cuando se percibe todo a la vez. En esos momentos, me gustaría vivir cerca de algún descampado.

Anoche los sonidos no me jugaron una mala pasada. Eso también se cuenta. Fui por primera vez a Las Deudas, un antiguo supermercado en el barrio de Boedo ahora convertido en un refugio-escuela, en una guarida-explanada de artistas. En la entrada, me dieron una hoja A4 escrita a mano: el trazo dibujaba la historia de lo que iba a ver después, era la evidencia de un fanzine hecho teatro llamado Tierno Suave Dark. Francesca Giordano y Cristián Jensen, sus creadores, dieron inicio al paisaje performático con una escena de dos metalerxs filósofxs. Reno, uno de ellxs, dice: “Últimamente no me dan ganas de llegar a casa. Así que me pego un pique y me quedo un rato en el arroyo hasta que me empiezo a cagar de frío. Y muchas veces escucho cosas, el sonido del arroyo tira palabras, porque el cerebro tiene una capacidad de transformar el sonido en palabras que necesitás escuchar o que te hacen pensar. A veces también son canciones”. Después leyó Ariel Farace, vimos un corto de Inés Urdinez y escuchamos a Emiko Kashu y al Asesino del romance.

El libro de India Ediciones se puede conseguir en estudioindia.com.ar

Francesca vive en Bariloche y viene seguido a Buenos Aires. En una de sus últimas visitas, me acompañó a una muestra en el Cultural San Martin sobre un libro que me regaló: Sin ofender, hecho a 4 manos entre Luciana Garabello y Luisa Oxenford -madre e hija- ambas dibujantes, autistas y activistas y editado por India Ediciones. En la muestra se podían ver bocetos, primeras aproximaciones y objetos del mundo del libro desplegados por paredes negras. Y, en otras paredes, afiches con frases que Luciana recopiló de su hija y empapelan el lugar: “soy extraemocional”, “me siento diferente, como casi humana”, “mamá te amo porque sos más protectora que limpiadora” y siguen. Más al fondo, una gran pizarra para escribir con tizas o dibujar las propias consignas. Esa tarde había una actividad de niñas neurodivergentes. Nos sentamos en la ronda y nos pusimos a dibujar. En un momento, salí a pasear por la muestra y en una de las vitrinas vi una viñeta que no estaba en el libro y le saqué una foto: dos cabras conversan, tienen ropas modernas, son compinches. Una le dice a la otra:

--Ay, amiga no sé cómo nombrarte, ¿rara, autista?

--Me llamo Susana.

Luciana Garabello toma la punta del hilo para tejer una narrativa apoyada en el juego como paradigma. La artista venía imaginando un libro que por alguna razón postergó por mucho tiempo. Pero el libro finalmente llegó en coautoría con su hija. Llegó a la par de un mismo diagnóstico para ambas y que recibieron “como a una licencia de conducir”, dice. El diagnóstico de autismo -no como un prejuicio sino como un conducto por el cual entrar a mirar de cerca y conocer- es una herramienta, como un lápiz, un anteojo, una palabra. Luciana lleva un cuaderno donde anota las frases de su hija, así descubre la repetición, el leitmotiv: sin ofender. La maternidad modificó su vínculo con el arte y la forma de percibir. La neurodivergencia también. Las identidades de artista y autista se cruzan, se retroalimentan. El dibujo aparece como un puente colgante; un lenguaje posible para decir con humor y sin romantizar. "Sin ofender" es una muletilla de Luisa. Ella encontró ese amortiguador “sin ofender” para abrir paso a lo que tiene para decir de lo que ve, de lo que siente, de lo que quiere decir sin ofender a nadie.

Mi hija y G. son compañeros desde salita de 3, ahora ya van a salita de 5. A diferencia de sus compañeritos, G. siempre prefiere estar en el patio. Su mamá, la filósofa Macarena Marey, publicó en el portal Tierra Roja unos textos conmovedores sobre su hijo, quien, con su lengua mágica, le trajo la posibilidad de nombrar y diferenciarse. Con Macarena nos juntamos a tomar un café. Le cuento que estoy pensando una columna alrededor del libro de Luciana y su hija. Con Macarena hablamos un poco de todo y también sobre el riesgo de la representación y usurpación de la voz del otro. “Entender al otro como autoridad epistémica”, piensa en voz alta Macarena y me manda un video: En mi lengua. Es un corto de 2007 de Mel Baggs, bloggera y activista estaduounidense sobre autismo. Se trata de una colección de tomas de ella misma comunicándose en su lengua nativa -no verbal- y luego una segunda parte en los que traduce imágenes y reflexiones sobre su manera de percibir las cosas alrededor, lo hace con ayuda de un teclado que sintetiza una voz.

“En esta parte del video el agua no significa nada, estoy interactuando con el agua”.

En el corto En mi lengua hay otras composiciones. Conexiones con formas y texturas. En mi lengua la repetición es un eslabón para dar con eso innombrable que sublima el hallazgo de lo otro. Una y otra vez en un ritmo vitalista, aliviado.

Le doy Sin ofender a Macarena. Me quedo pensando si le gustará el mismo pasaje que me gusta a mí: cuando el personaje de Luisa se pone triste -porque se siente rara- y hace el dibujo de una nena dentro de un caracol. En el pasaje siguiente el personaje de su madre, con pasitos de espuma, se adentra con ella. Juntas pasan un rato ahí, donde nace la danza de ponerse y sacarse una máscara de tigre. John Berger dice que dibujar es descubrir. En el libro dibujan-descubren una máscara. La máscara da perspectiva y se mueve: en un viento suave cubre, en otro soplido devela. Y pienso en esa cita de Clarice Lispector: “Elegir la propia máscara es el primer gesto voluntario humano. Y es solitario”.

Al terminar la noche, en Las deudas, escuchamos una playlist ideal y con F. conversamos. Le cuento que estoy ensayando otra vez algo en teatro, una idea que insiste hace tiempo, pero que había abandonado, entre cuerpo y pensamiento; le digo que, esta vez, el vínculo podía darse sin disputa ni guerra, en una tensión no conflictiva.

Paró la lluvia. El bar empieza a vaciarse. Lxs que quedamos flotamos juntxs, en la inercia que viene justo después del barullo.