Si alguien quisiera saber cuáles fueron y son los amigos y amigas de Marcia Schvartz, sólo tendría que mirar cada uno de los retratos que pintó, en orden cronológico, desde que empezó su carrera y hasta la actualidad. En esas obras hay un registro del paso del tiempo, de los cambios que hubo en la ciudad; también, arman conexiones sociales y personales, trazan mapas de distintos mundos que existen en un mismo lugar. Pero la obra de esta artista no es netamente urbana, también hay ríos, plantas, montañas, cardones, pedazos de madera que se prenden fuego y restos de paisajes por los que Marcia Schvartz caminó e incluso habitó. Lo que une a estos dos mundos, a las calles de asfalto con los senderos de tierra, es el exceso: todo parece desbordarse en las obras de Schvartz. Su producción es la gota que rebalsa el vaso.
Con varias décadas de trayectoria sobre su espalda, la artista está exhibiendo obras de diferentes momentos de su carrera en la galería W. Soy otras es el título de esta muestra que reúne trabajos recientes y otros antológicos. Pinturas, esculturas, instalaciones y hasta trabajos textiles son algunas de las cosas que pueden verse en su reciente exhibición. “Quería mostrar de todo, cosas que hice en distintas épocas: obras de hace 30 años y otras de ahora. De esa diversidad, de esa mezcla, salió el título, el Soy otras, porque es lo que soy, muchas cosas diferentes. Puedo ser una pintora y hacer retratos, pero a veces puedo ser la que hace esculturas o una artista que hace tapices truchos”, dice Schvartz.
Su trabajo apunta en diferentes direcciones, temáticas y también formales. A lo largo de los años exploró diversos materiales, formatos e ideas que dan cuenta de la heterogeneidad de su vida: viajes y estadías en diferentes puntos del país, un exilio en España durante la dictadura y una tensa relación con el mundo del arte y sus circuitos de legitimación. La obra de Schvartz es el resultado de la manera en la que ella se vincula con cada uno de estos espacios. En este sentido, se trata de una obra netamente personal, atravesada por un yo que configura cada una de las imágenes que nacen a partir de las manos de esta artista. La producción de Marcia no es sobre las personas que conoce, el peronismo, la política en general, el paisaje del norte argentino, ni sobre cualquier otro tema que pueda aparecer; su trabajo es sobre ella misma y la manera en la que se vincula con todo lo que la rodea y la atrae.
Schvartz tiene un particular interés por establecer algún tipo de conexión con todo aquello a lo que el sentido común –y las llamadas buenas costumbres– pueden considerar como “bajo”, en la concepción más amplia de la palabra, por eso su trabajo ofrece una mirada sobre la marginalidad, la noche, la prostitución, la soledad, las clases populares. También hay ricos y personas vinculadas al poder, como Isabel Martínez de Perón –aunque parezca ridículo y completamente extemporáneo, sigue viva–, pero estos personajes no están enaltecidos, como si lo están los militantes o las bailarinas de una murga barrial, sino que aparecen de forma grotesca, completamente deformados, abrazados a montañas de billetes o frente de un espejo, ajustando el make up para asistir a ARTEBA. Mientras que unos son endiosados con las obras de Marcia, otros se hunden en un barro viscoso y medio podrido.
“De chiquita tuve una marcada vocación porque dibujaba, dibujaba, dibujaba. Me la pasaba dibujando. Así que mis viejos me mandaron a clases de dibujo y pintura. Pero bueno, a los 15 me fui de mi casa y ahí eso se terminó”, contesta Marcia Schvartz cuando le preguntan por el origen de su carrera y antes de contar que, siendo apenas una adolescente, se la pasó viajando con amigos. Primero, fueron a Uruguay, después a Brasil –haciendo dedo–. Lo que empezó como una travesía por las vacaciones de invierno, se transformó en una pequeña epopeya de seis meses. “Yo no entiendo a la gente que no sale de donde está siempre, a esos que están en Barrio Norte y de ahí a Palermo a dar vueltas manzanas. No sé qué piensan que es la existencia. Es raro. Me intrigan esos seres humanos”.
La década del 70 la encontró a Schvartz iniciando su carrera como artista y también militando en la Juventud Peronista. Sin embargo, la esperanza que había traído el triunfo de Héctor Cámpora se disipó rápidamente y todo el universo político de Marcia se oscureció con la llegada de la dictadura militar, en 1976. En una entrevista que dio en 2016, dijo: “Dejé de viajar por toda América Latina en parte porque quería militar. Yo era una perejila, el último escalón del último escalón, pero mataron a muchos chicos que estaban en esa”. La presión y persecución contra los sectores del peronismo hicieron que Schvartz decidiera irse a Barcelona y cuando se enteró que el departamento en el que vivía en Burzaco había sido allanado por la policía, optó por quedarse. Varias décadas después, Marcia dice: “Estando en España nunca fantaseé con quedarme. Además, no te dan bola afuera. Yo intenté en Barcelona, me moví bastante, pero me di cuenta enseguida que no me iban a dar pelota nunca”.
A pesar del exilio y de la falta de reconocimiento que sentía por parte de la escena española, continuó trabajando permanentemente en su obra, de hecho cuatro dibujos que hizo en Europa actualmente integran la colección de la Tate en Londres.
Ese momento histórico, esos capítulos de su vida, siguieron resonando en su trabajo y en su actual muestra en la galería W se puede ver la obra “No me atosiguéis”, una pintura-collage en la que una Isabelita decrépita aparece acostada al lado de las manos podridas de Perón y rodeada de tapas de la revista Hola!, fotos de su marido y cajas de remedios. Esta obra formó parte de la serie El tren fantasma, exhibida unos años atrás en una retrospectiva de Schvartz en la Colección Fortabat. En ese entonces, el curador e historiador del arte Roberto Amigo escribió sobre esta serie: “El tren fantasma despliega la ficción de los sueños y pesadillas argentinos, un preámbulo del horror que es el horror en sí mismo, un teatro de títeres fantasmal, un retablo barroco popular entremezclado con los despliegues de un rito esotérico. Hay una decisión estética hacia la teatralidad, resultado de pensar la obra para un público amplio –no para simple conocimiento erudito de la crítica–. También es comprender la política como teatro”.
La política atraviesa buena parte de la obra de Marcia Schvartz, pero no solo en un sentido histórico. Las imágenes que crea esta artista no sólo se refieren a episodios del pasado sino también a contextos políticos actuales: desde las manifestaciones contra la Unicaba, hasta la militancia social en barrios populares. “Casi todas las personas que retraté para Soy otras son gente joven: personas que laburan conmigo, alumnos u otros personajes que fui conociendo. Los retraté así, con esas poses y esas miradas hacia arriba, como mirando el futuro”. El conjunto de retratos que se incluyen en su actual exhibición y el contexto en el que se insertan los retratados son el contrapunto de El tren fantasma. Mientras que un costado de la moneda tiene una política putrefacta, la otra ofrece una política vital. Por ejemplo, en el retrato titulado “Potre” se ve a un chico de pie, rodeado de un montón de panfletos que refieren a distintas manifestaciones del movimiento docente y otras con consignas feministas. “Este es un chico que conocí de la Manuel Belgrano, la escuela superior de arte —dice Marcia mientras señala la obra de dos metros de altura que tiene enfrente—. En esa época estaban haciendo marchas y movilizaciones para frenar el cierre de los bachilleratos artísticos. Todo lo que hay alrededor del retrato son los volantes que te repartían en la calle”.
El movimiento estudiantil ya había aparecido con anterioridad en otros trabajos suyos; en 2012 ganó el Premio Adquisición del Salón Nacional de Artes Visuales con su obra “Toma de la Belgrano”, en la que aparecen retratadas dos estudiantes sentadas en el suelo. Sobre esta pintura, el artista Pablo Rosales escribió: “Esta toma de la Belgrano, como aquella del año 1971, podría estar sucediendo en cualquier momento del pasado y también en el futuro. El arte es novedad, pero también es resistencia. Es memoria de procesos y prácticas divergentes con el pragmatismo de mercado. Y puede ser también el singular reclamo de que nada cambie”.
Durante toda su carrera, Marcia Schvartz encontró algunos recovecos a los cuales un tipo de poder (represivo) no podía llegar con su mano asfixiante. Las manifestaciones estudiantiles que retrató en numerosas ocasiones, o las integrantes de una murga autogestiva y feminista, parecerían ser algunos ejemplos de esos espacios de resistencia. Sin embargo, hay un lugar que ha aparecido durante todo su trabajo y que también es una trinchera contra las buenas costumbres: la noche.
A comienzos de la década del 80, la artista empezó a retratar a distintos personajes que habitaban la nocturnidad. De allí salió una de sus obras más icónicas, el retrato de Batato Barea que actualmente integra la colección del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA). En esa imagen, este personaje del under porteño aparece a medio montar, con un vestido negro, pero sin nada en los pies, tapado por una piel harapienta y rodeado de objetos que usaba en su vida cotidiana: desde un vasito telescópico, hasta joyas de plástico hechas por él mismo. En su actual muestra en W, la noche de los 80 revive ya que se incluyó un retrato de quien fuera el iluminador del Parakultural: “A este tipo le decíamos El Barba y su retrato no lo pude terminar, a la parte de las manos le falta, no está del todo bien. Lo que pasa es que no vino más al taller y yo necesitaba que posara una vez más para poder terminar la pintura. Capaz se pasó con alguna raya la noche anterior a ir. Andá a saber qué será de su vida, si es que está vivo. Fue tremenda esa generación. Lo peor de todo es que a los que sobrevivieron después los mató el SIDA”.
Con esta serie de retratos a personas de la escena independiente —por aquellos años realizó uno similar del artista Gustavo Marrone y otro de su propia hermana—, Schvartz reafirmó su estilo, el mismo que años más tarde se convertiría en toda una gramática que influiría en artistas de generaciones posteriores y que sería la culpable de que un espectador diga “muy Marcia” cuando una obra tiene cuerpos alargados, como si se estiraran lo más posible por existir y respirar. Sus retratos tienen una figuración extraña y las proporciones entre cada parte del cuerpo de los modelos no guardan un sentido lógico. Schvartz ofrece versiones de quienes posan para ella. No le interesa la mímesis, sino más bien tratar de dar cuenta de su relación con ese que está enfrente suyo, de la manera en la que interpreta ese vínculo y, tal vez, la propia biografía de quien esté delante de sus ojos.
“Hago retratos desde siempre, desde hace miles de años. Para mí es muy importante tener una relación con la persona que voy a pintar porque en ese encuentro, que puede durar horas, pasan cosas. Hay una energía fuertísima. Si no está eso a mí no me interesa pintar a nadie. No entiendo cómo lo hace la gente que trabaja con modelos profesionales. Lo más fuerte, para mí, es el encuentro con la otra persona”. Con esta premisa como norte, Schvartz transforma el retrato en una suerte de género autobiográfico porque la sucesión de personas que posaron para ella es la sucesión de personas que pasaron en su vida, con las cuales creó un vínculo, una conexión, una posibilidad de encuentro.
En una entrevista que dio para Los Visuales, un programa de Canal Encuentro emitido años atrás, Schvartz dijo: “Yo siempre fui un ser bastante nocturno. Bastante del todo. No reniego de eso, de hecho todo se ve en mi obra. Si alguien agarra un libro mío no va a parar de ver escenas nocturnas”. Ese interés por el mundo de la noche se mantuvo intacto a través de los años y empezó a contemplar a otras noches que no necesariamente se vinculan con el mundo del arte. Por ejemplo, en su exhibición Marciamundi —realizada en 2015 en la Casa de la Cultura del Barrio Zavaleta— incluyó un retrato titulado “Bailanta top” en el que se ve a una mujer que se prepara para salir a dejar el alma en la pista de algún antro tropical.
La noche funciona en la obra de Marcia con un escenario para trastocar el mundo real. Es un escape de las normas y también un escondite para los distintos y los desplazados. Lo nocturno es, en las pinturas de Schvartz, una energía que encierra únicamente una potencialidad pura. En definitiva, lo que ofrece la noche es justamente eso: la posibilidad de que suceda algo fuera de lo normal, que haya una aventura inesperada a la vuelta de la esquina o en el tugurio más oscuro de Buenos Aires.
Bastó que una amiga le trajera una flor de tierra para que Marcia Schvartz empezara a hacer esculturas con la forma de ese fruto extraño que había llegado a sus manos. “La cerámica me encanta, pero es complicada. Tiene lo suyo. Vos ves una pieza chiquita y pensás que se hace en dos minutos, pero no, lleva mucho tiempo entre que se seca, se hornea, se pinta, se vuelve a hornear y ni hablemos del riesgo de que se parta. Es muy distinta de la pintura, que tiene un efecto más inmediato”. Soy otras, incluye diferentes cerámicas que la artista realizó en distintos momentos de su vida y que, al igual que con los retratos, se corren de la representación mimética para originar nuevas formas de aquello que quieren representar: más que flores, algunas de las esculturas de Schvartz parecen vulvas y falos (o, simplemente, plantas eróticas). Estas esculturas conviven con obras de Norte negro, aquella serie de pinturas hecha con brea sobre arpillera. La materialidad con la que Marcia trabaja es completamente amplia y no se circunscribe únicamente al óleo, la carbonilla o la cerámica. Su muestra en W da cuenta de la heterogeneidad de su trabajo y la diversidad de materiales que aparecen en su producción.
Todas las obras que Schvartz realizó sobre el norte argentino —también aquellas que surgieron de una estancia en San Marcos, provincia de Córdoba— ofrecen una combinación de materiales muy diversos dentro de una misma pieza. Si en las pinturas podían aparecer tapas de revistas cortadas, panfletos políticos y hasta ropa, en este otro conjunto de obras —vinculadas con un afuera natural y no con el espacio urbano— hay ramas, piedras, madera quemada, cardones y lanas. Lo que une estos imaginarios es, por un lado, el desborde —multiplicidad de cosas y elementos que superponen uno arriba del otro—; y, por otro lado, esa representación un poco trastocada o fantasiosa de la realidad, tal como lo que ocurre con los retratos —en “El beso”, una obra de 1998, dos cardones están metiéndose la lengua como si fueran una pareja de amantes en el último día del mundo—.
Viajar para Marcia Schvartz se transforma en una manera de explorar nuevos universos de sentidos y también en una oportunidad para recolectar nuevos materiales para sus obras. “Cada tanto busco salir de acá porque salir me inspira otra cosa. Al norte fui un montón y me sirvió para trabajar con materiales nuevos, para darme cuenta que me gusta mezclar cosas. Por eso en estas obras hay de todo, desde pelos, hasta plomo y mis tapices truchos”. Esos llamados “tapices truchos” se presentan como collages hechos con lanas y otros materiales que retratan algunos paisajes del norte argentino. Schvartz empezó a hacerlos hace alrededor de 30 años y continúa haciéndolos de la misma manera: con lana teñida por ella misma y pegándola sobre una superficie con PoxiRan.
A continuación, un pequeño episodio de la historia reciente del arte argentino.
A mediados de la década del 90, el artista y curador Jorge Gumier Maier organizó una serie de charlas en el Centro Cultural Rojas, la institución que dirigía en ese entonces. A una de esas mesas fue invitada Marcia Schvartz. La artista no recuerda exactamente cuál era el tema que se discutía ese día, pero sí tiene presente que desde el fondo de la sala le gritaban: “¡Concheta montonera! ¡Concheta montonera!”. Dicen que el propio Gumier Maier era el que le gritaba eso a Schvartz. También dicen que alguna de esas “mesas debate” terminaron a las piñas. En la galería W se exhiben unas fotografías en blanco y negro de aquella discusión. En una de esas fotos se puede ver a Marcia de pie, con el dedo índice apuntando señalando a alguien que está fuera del plano. En sus rostros, una expresión de pasión y de furia.
La obra de Schvartz ha tematizado al mundo del arte en numerosas oportunidades desde un costado crítico, sobre todo se ha referido a las personas más acaudaladas que se pasean por museos y galerías. Sin embargo, siempre aparece una tensión en este tipo de trabajos, en tanto se critica a un espacio al cual, al mismo tiempo, se quiere pertenecer y en el que también se deposita la supervivencia.
“El mundo del arte a veces es un embole para mí. Están todos esos gordos millonarios que no entienden nada y que les importa todo un carajo. Es un ambiente muy chiquito y creo que estos tipos lo hacen así a propósito porque no quieren que haya un mercado más amplio. No digo que los mercados te salven, pero se me ocurre que podría ser un poco más amplia la cosa. Pero no, se están guardando todos los billetes ellos”.
Cuando la crítica al mundo del arte se traduce en obra, Schvartz crea unas pinturas/instalación, a las que ella denomina como “cajas”. En esta serie de producciones hay una mirada irónica sobre la manera en la que el arte circula y el contexto social en el que se inserta. Sobre esta serie, Roberto Amigo escribió: “Las pinturas/instalación funcionan como una crítica burlona a los espacios de legitimación del arte, a las ambiciones y aspiraciones del medio, al papel que cumplen ciertos espacios culturales. El arte en estas obras es equiparable a la cosmética y a la mera circulación del dinero en un capitalismo de la periferia”.
En un nivel discursivo, Schvartz puede parecer una artista muy declamatoria y vehemente, pero esas convicciones se traducen en chistes e ironías cuando se transforman en obras. Cuando llega el momento de señalar las contradicciones del mundo del arte o la distancia entre la sociabilidad que ofrece y la propia vida de los artistas, Schvartz construye estas piezas que están más cerca de un sketch humorístico que de una denuncia política. Pero en ese chiste está escondida la crítica. Marcia Schvartz es la única persona capaz de esconder una puteada entre unos pedazos de cartón pintado.
Soy otras de Marcia Schvartz se puede visitar hasta el 15 de septiembre en la galería W (Defensa 1369, Buenos Aires) de martes a domingos de 12 a 18. Gratis.