"¡Yo quisiera destruir este mundo, más aún, todo este universo, que sólo existe para mí, porque yo existo! Soy más fuerte que Dios, voy a destruir, destruyéndome, a esta agrupación de espermatozoides desarrollados".

Raúl Barón Biza, El derecho de matar, citado en Barón Biza, el inmoralista de Christian Ferrer.

“BARON BIZA, Raúl, falleció el 16-8-64. - Su hijo Carlos, en otro aniversario de su muerte, pide paz para su alma, la de su madre Clotilde, y hermanos Cristina y Jorge”.  La esquela, publicada en los recordatorios del diario La Nación el 16 de agosto de 2018, era el testimonio del último integrante vivo de una familia destruida cincuenta y cuatro años atrás. Las cinco personas nombradas se suicidaron. Una de ellas atravesó el calvario de vivir catorce años con el rostro desfigurado aquel día de 1964. Otra dejó el testimonio de esos años en una novela desgarradora, de las más intensas que dio la literatura argentina en las últimas décadas.

El protagonista principal del drama fue un millonario que combinó la literatura con la militancia política, la provocación, una viudez que derivó en un mausoleo para su mujer muerta y un segundo matrimonio con la hija del principal dirigente de la UCR en Córdoba. Raúl Barón Biza vivió varias vidas en una como testigo del turbulento siglo XX argentino.

Infancia y juventud

Raúl Carlos Barón Biza fue el último de los cinco hijos que tuvieron Wilfrid Barón y Catalina Biza. Nació en Buenos Aires el 4 de noviembre de 1899 y tenía cinco años cuando la familia se instaló en la estancia Los Cerrillos, cerca de Alta Gracia, Córdoba. Wilfrid Barón había hecho fortuna con el azúcar y sus rentas se multiplicaron con la venta de tierras en los pueblos fundados a la vera del ferrocarril. La madre del futuro agitador provenía de una tradicional familia tucumana.

Barón Biza viajó a estudiar a Estados Unidos en 1913 y volvió a la Argentina con intermitencias hasta que se asentó en su país natal en 1931. En el medio, en 1925, murió su padre y heredó Los Cerrillos. Antes, en 1918, vio la luz su primer libro, Del ensueño, inspirado en una historia de amor que tuvo en Europa. La militancia política comenzó dos años más tarde, cuando se afilió al radicalismo y proclamó su apoyo a Hipólito Yrigoyen.

1923 fue el año de su novela Alma y carne de mujer, aparecida en Chile. Al año siguiente apareció Risas, lágrimas y sedas (de la vida inquieta). En 1925 creó Charleston (revista ultramoderna), que abandonó para irse de viaje a Europa. De ese periplo resultó su primer matrimonio. En Venecia conoció a una actriz suiza llamada Rosa Martha Rossi Hoffmann, que hacía carrera con el nombre de Myriam Stefford. La pareja llegó a Buenos Aires en 1928 y se instaló en Los Cerrillos, que pasó a llamarse Estancia Myriam Stefford. Un año más tarde murió Catalina Biza, una devota católica que llegó a ser condecorada por el papa Pío XI.

Barón Biza con Myriam Stefford, su primera esposa. 

Barón Biza y Myriam Stefford se casaron en Venecia el 28 de agosto de 1930. El 6 de septiembre fue derrocado Yrigoyen y el primer golpe de Estado en el país arrastraría al millonario a la militancia más activa en defensa del radicalismo proscripto. Ese capítulo de su vida se vio preludiado por una tragedia.

La aviadora

Myriam cambió la actuación por la aviación. Charles Lindbergh había cruzado el Atlántico en solitario y la mujer de Baron Biza soñaba con ser una pionera cuando aún faltaba para la irrupción de Amelia Earhart. Obtuvo el carnet de aviadora y su esposo le regaló un biplaza que bautizó Chingolo. Se propuso unir varios puntos del país a bordo de la nave y reclutó como compañero al alemán Luis Fuchs, veterano de la Primera Guerra. Este había sido instructor de vuelo de la joven piloto y se llegó a decir que fueron amantes.

El 18 de agosto de 1931 despegaron de Morón y llegaron a Corrientes. La segunda escala fue Santiago del Estero. Cuando despegaron rumbo a Jujuy, golpearon un alambrado. Los daños inutilizaron el avión. Enterado, Barón Biza contrató a Mauricio Debussy, un piloto que volaba con un modelo idéntico al Chingolo. El 26 de agosto, Myriam y Fuchs despegaron en el rebautizado Chingolo II. El avión se precipitó en Marayes, provincia de San Juan. Ambos murieron calcinados. La mujer de Barón Biza tenía 26 años y corrió el rumor, potenciado por lo ocurrido treinta y tres años más tarde, de que Barón Biza, enterado del presunto affaire con Fuchs, se habría encargado de sabotear el avión.

La noticia del incidente aéreo fue tapa de todos los diarios y el viudo quiso homenajear a lo grande a su esposa muerta. En el campo que ya llevaba el nombre de Myriam Stefford, le encargó al arquitecto Fausto Newton que levantara un mausoleo. La obra llevó un año de trabajo. Cien obreros construyeron el monumento de 82 metros de alto, y que insumió 170 toneladas de hierro para darle forma a algo parecido al ala de un avión. Los restos de Myriam fueron llevados allí, custodiados por una frase en mármol: “Maldito sea el que profane esta tumba”. 

En el monumento se enterraron también las valiosas joyas que Barón Biza le había regalado a su esposa.

El mausoleo de Myriam Stefford. 

El radical agitador

La viudez dio paso a la política. Se fue a Europa y regresó a la Argentina del gobierno fraudulento de Agustín P. Justo. Se reencontró con amigos yrigoyenistas y se sumó a una de las tantas conspiraciones radicales contra los conservadores en esos años, una página que parece estar arrancada del libro de memorias promocionado por la propia UCR.

Barón Biza se plegó al complot del coronel Atilio Cattáneo para derrocar a Justo. La asonada fracasó antes de comenzar y la prensa afín a Justo señaló al millonario como financista del fallido golpe. Durante varios días estuvo prófugo hasta que se entregó. Lo llevaron a la Penitenciaria Nacional. A fines de 1932 aceptó la oferta del régimen y optó por el exilio en Montevideo. 

Estuvo del otro lado del charco hasta mayo del año siguiente. En Uruguay conoció a un dirigente radical que también había marchado al destierro por combatir a la dictadura. Destacaba en la política de Córdoba y se llamaba Amadeo Sabattini. Ya de vuelta en el país, Barón Biza pagó los gastos de movilidad de mil militantes radicales de Córdoba que viajaron en tren a Buenos Aires para el funeral de Yrigoyen.

En septiembre, al cumplirse tres años del golpe, puso su firma en la creación de la Asociación Democrática Argentina. El grupo quiso pasar a la acción, pero el gobierno de Justo se movió rápido y allanó 200 armas ocultas en la estancia de Barón Biza. Se acostumbró a estar prófugo y se lo señaló de financiar el diario radical La Víspera. Al terminar 1933 se plegó a la rebelión de Paso de los Libres, la más importante de cuantas organizaron los radicales contra los conservadores. La asonada fue derrotada.

En ese contexto, en 1934 aparecieron dos libros escandalosos: Por qué me hice revolucionario y El derecho de matar. El primero apareció en Montevideo y era el relato autobiográfico de la militancia política. El segundo fue “una novela de tesis social en la que trataba de mostrar la podredumbre de la sociedad”, según su autor, que pagó la edición. El gobierno ordenó secuestrar los ejemplares de la novela y lo querelló por haber publicado un libro considerado obsceno y pornográfico.

Los Sabattini

Por qué me hice millonario es el relato de su periplo por Uruguay y Brasil tras la derrota en Paso de los Libres, que incluyó un arresto en Porto Alegre. Se escapó y llegó a Uruguay, donde se encontró con otros radicales, entre los que estaba Sabattini. El vínculo con el dirigente, gobernador de Córdoba entre 1936 y 1940, llevó a que Barón Biza conociera a su familia. Así fue como se acercó a la hija del caudillo radical, Clotilde, a la que llevaba casi veinte años.

Clotilde Sabattini, la segunda esposa de Barón Biza, antes del ataque con ácido. 

Dos meses antes de la asunción de Sabattini, el 5 de marzo de 1936, Barón Biza se convirtió en su yerno. Su flamante esposa tenía 17 años. El 17 de diciembre de ese año nació su primer hijo, Carlos. La familia se instaló en la estancia de Alta Gracia, y Clotilde se recibió de maestra normal, en el inicio de una carrera que la ubicaría como una de las grandes pedagogas de la Argentina.

En 1942 nació el segundo hijo, Jorge. Un año después, Barón Biza publicó Punto final, otra novela con elementos autobiográficos, que también fue tachada de obscena. El libro fue censurado y un juez absolvió a su autor, que para entonces se había diversificado hacia el negocio maderero, en el que no le fue bien, y vendió su estancia.

La irrupción de Juan Domingo Perón tras el golpe de 1943 cambió el mapa político. Sabattini desistió de ser su candidato a vicepresidente y también rechazó sumarse a la Unión Democrática. Apenas asumido Perón, y con la excusa de una invitación a Clotilde para dar una conferencia en Milán, la familia se instaló en Suiza. 

De regreso, fueron a vivir a La Falda, donde en 1950 ocurrió el episodio que preludió la tragedia. Tras una discusión, Clotilde se fue a la casa de su padre en Villa María. Al quedar claro que no regresaría, Barón Biza fue a buscarla. Y lo hizo armado.

Amadeo Sabattini y su hijo Alberto le impidieron el paso. Entró a la fuerza y su esposa le pidió el divorcio. Al rato salió de allí herido, igual que su cuñado. Al parecer, Barón Biza se quiso suicidar y Alberto Sabattini se avalanzó para sacarle el arma. Ambos fueron detenidos por la policía, lo mismo que don Amadeo y Clotilde. Barón Biza estuvo un año preso por el incidente, acusado de haber querido matar a su esposa. Pese a todo hubo una reconciliación y en 1952 nació una hija, María Cristina.

Raúl Barón Biza y Clotilde Sabattini con sus hijos Carlos y Jorge, hacia 1943. 

La familia se instaló en Uruguay y volvió tras el derrocamiento de Perón. Ante la división de la UCR, Barón Biza acompañó a la facción de Arturo Frondizi, la Unión Cívica Radical Intransigente, mientras que Sabattini se quedó en la UCR del Pueblo liderada por Ricardo Balbín. La UCRI se impuso en Córdoba en 1958 con Arturo Zanichelli. La victoria de los intransigentes a nivel nacional llevó a Frondizi a la presidencia y a Clotilde al Consejo Nacional de Educación, donde redactó el Estatuto del Docente. La relación era cada vez más tirante con Barón Biza, que en 1959 se quiso suicidar con barbitúricos. Recuperado, invirtió en las dos galerías comerciales que cruzan la avenida 9 de Julio, cada una a metros del Obelisco.

Barón Biza, Clotilde y sus tres hijos.

Ese emprendimiento comercial derivó en un hecho de resonancia mundial después de la muerte de Barón Biza. El potentado, que alternó el negocio con su último libro, Todo estaba sucio (1963), decoró las galerías con pinturas de un joven artista boliviano llamado Benjamín Mendoza y Amor (que además ilustró el libro final de Barón Biza). En 1970, este apareció al pie del avión que llevaba al papa Pablo VI a Manila y lo quiso acuchillar. Fue detenido y más tarde se instaló en Perú, donde murió en 2014.

La tragedia

En 1960 falleció Amadeo Sabattini. En tanto, el matrimonio Barón Sabattini llegó a su fin con un acuerdo de separación de bienes. Barón Biza citó a Clotilde a su departamento del octavo piso de Esmeralda 1256. A instancias de su hijo Jorge, ella fue acompañada de un abogado, ya que no confiaba en lo que deseaba que sea su exmarido. La reunión fue poco antes del mediodía del domingo 16 de agosto de 1964 para finiquitar el trámite de la separación. A Barón Biza lo acompañaban su abogado, un primo y un amigo. La discusión fue tensa y se interrumpió por el almuerzo. Volvieron a encontrarse por la tarde. 

Y sucedió la tragedia: le arrojó el contenido de un vaso a la cara. Ácido sulfúrico. Clotilde Sabattini comenzó a morir en vida.

 

Así lo cuenta Candelaria de la Sota en El escritor maldito, su biografía de Barón Biza: “El vitriolo carcomió la piel y la carne del rostro de Clotilde, que fue trasladada de inmediato al Instituto el Quemado, desde donde la derivaron al Sanatorio Otamendi Miroli (…) viajó a Milán a consultar al doctor Calcaterra, un especialista en injertos y cirugías plásticas. Buscaba a alguien que pudiera devolverle algo de su rostro, aunque más no fuera sus párpados, que habían desaparecido cuando el vitriolo (cuyo símbolo curiosamente es Cúpido) los devoró. Los resultados no fueron óptimos, pero al menos la piel volvió a cubrir cada rincón de su cara, evitando que los huesos y músculos quedaran al descubierto”.

Al día siguiente de haber quedado desfigurada se enteró de lo que pasó después del ataque. Barón Biza se encerró en una habitación y, tras haberse hecho la denuncia, lo encontraron acostado, con un disparo en la sien derecha. Aun tenía el arma en su mano. Lo cremaron en la Chacarita y su cenizas fueron esparcidas al lado del monumento a su primera esposa.

Clotilde Sabattini se sumó al Movimiento de Integración y Desarrollo y participó de actos en Córdoba en 1973, cuando el MID se sumó al Frejuli. Con entereza, habló en público, mientras batallaba con el trauma de lo sucedido en Esmeralda 1256. El 25 de octubre de 1978 se arrojó al vacío desde el balcón de ese departamento. Casi una década después, el 25 de junio de 1988, se suicidó su hija María Cristina.

Una novela para el desierto argentino

“En los momentos que siguieron a la agresión, Eligia estaba todavía rosada y simétrica, pero minuto a minuto se le encresparon las líneas de los músculos de su cara, bastante suaves hasta ese día, a pesar de sus cuarenta y siete años y de una respingada cirugía estética juvenil que le había acortado la nariz”. Así comienza El desierto y su semilla de Jorge Barón Biza. El segundo hijo de los Barón Sabattini conservó como segundo apellido el de su abuela materna (así lo anotaron, aunque su madre le exigía usar el Sabattini ante cada separación de la pareja) y conmovió en 1998 con la publicación de su lacerante novela, que con nombres cambiados recrea los años de tratamiento de su madre tras el ataque que la desfiguró. Eligia es Clotilde, que se queda sin rostro por culpa de Arón. Mario, el hijo, es el que narra la historia.

 

También se recrea en el libro el fin de Eligia/Clotilde, cuando la madre le muestra a Mario un cofre con recuerdos familiares. “¿Qué hago con esto?”, pregunta. “Al día siguiente saltó de la ventana de su departamento, que había sido también el de Arón. Pero en el que nunca vivieron juntos. La trayectoria de su caída fue de este a oeste, en dirección a la cúpula detrás de la cual se pone el sol”. El desierto y su semilla compitió sin suerte por el Premio Planeta, sin ser elegida finalista, un año antes de su publicación.

Alejandro Soifer, de la Universidad de Toronto, analizó el libro en la Revista canadiense de estudios hispánicos en 2020. Sostiene que “la deformación del rostro se presenta como un efecto directo en la humanidad de la víctima delineando un borde sinuoso entre lo que se considera (y consideramos) humano tanto en la víctima como sujeto pasivo del ataque como en el atacante que la convirtió en un ser deformado”. A partir de allí hay “una narración que llamaremos ‘reconstructiva’ sobre la base del rostro desertificado que irá desde y hacia esa cara, intentando dar una respuesta que sustituya la falta de signos lingüísticos que den cuenta del acto criminal y su consecuencia en la deformación absoluta del rostro”.

Para Soifer, hay que releer la noción de desierto, a partir la organización nacional y la campaña militar de Julio Roca hasta llegar al presente. “Esto incluyó el proceso de eliminación y expulsión del contrario en la vida política y social e incluyó diferentes instancias como el borrado de nombres propios, la eliminación física de opositores políticos y civiles, la prohibición de presentarse en elecciones a partidos políticos mayoritarios y las persecuciones ideológicas hasta la culminación en el genocidio del Proceso de Reorganización Nacional, la forma más sistemática y regulada de desertificar nuevamente la Argentina para sobre ese lugar donde antes hubo algo y ya no habría nada, construir de nuevo y esta vez definitivamente la Nación”, añade.

Y destaca que la novela “publicada en 1998, necesariamente es producto la última de las desertificaciones sociales al menos hasta el momento de su publicación como fue la política neoliberalconservadora del gobierno democrático del periodo 1989-1999”. Así, “si el rostro de Eligia representa la desertificación como mecanismo metafórico para referenciar un periodo de la historia Argentina debemos extenderlo y no dejarlo ubicado solamente en referencia al que produjo la Dictadura Militar 1976-1983 porque decir 'desierto' en el contexto argentino implica un imaginario que se extiende mucho más allá del último y más organizado plan de refundación sobre la supuesta llanura argentina”.

La amistad de Jorge Barón Biza con Christian Ferrer deparó de este último un libro que es un rara avis, un texto híbrido o mestizo que se puede leer como una biografía ensayística: Barón Biza, el inmoralista. Hoy los libros de Raúl Barón Biza no se publican y se encuentran a precio de coleccionista por Internet. 

 

Tras publicar su lacerante novela, Jorge Barón Biza se suicidó en Córdoba a los 59 años, el 9 de septiembre de 2001. Se sumó así a la saga suicida de su familia, iniciada aquel dramático domingo de hace sesenta años.