El 21 de septiembre de 2018, el jovencísimo Ismael Vázquez, conocido por todos como Lambo, andaba con sus amigos festejando su día, el del Estudiante. No lo sorprendieron ni los besos tempranos, ni la nacarada primavera rosarina, ni ningún chiste bobera que pudiera hacer algún compañero. De sopetón, como un rayo, lo flasheó lo que andaban haciendo otros dos pibes, allá a lo lejos: estaban haciendo saltos mortales, estaban practicando parkour.

Hoy, apenas un tiempo después de aquella escena iniciática, el joven de 20 años se convirtió en uno de los referentes más importantes del parkour nacional y está delante de uno de los desafíos más cruciales de su prominente carrera: necesita juntar plata para participar del Mundial que se desarrollará del 13 al 15 de septiembre en Portugal.

Esta disciplina, de origen francés y basada en la adaptación del movimiento en entornos urbanos, aún está lejos de convertirse en un fenómeno popular. A Lambo, por ejemplo, cada vez que escupe la palabra "parkour" en entornos que desconocen la disciplina, la primera referencia que le tiran no es ni Raymond Belle (su creador), ni David Belle (su hijo, el continuador), ni los Yamakasi (la crew que lo popularizó): es The Office.

En el opening del capítulo 1 de la temporada 6, Dwight, Andy y Michael -santísima trinidad dentro de la comedia oficinista- intentan adentrarse al parkour saltando y haciendo piruetas usando los elementos que hay en la oficina. Torpes rolls encima de grises sillones, saltos incómodos entre computadoras de escritorio, sillas que giran por girar: nada de eso es parkour pero el meme impregnó el imaginario colectivo. "Todo el tiempo me cargan con eso. No vi The Office, apenas vi ese fragmento", dice nuestro joven talento.

Pequeño rewind. Aquel Día del Estudiante, Lambo se les acercó a aquellos pibes -más grandes- que andaban a los saltos. Le hablaron de parkour, le contaron que había clubes en donde se practicaba. Esos pibes iban a su escuela y los recreos, los fines de semana, cualquier agujero por fuera de los compromisos del secundario, los tenían ahí, tensando sus músculos, dando enviones, girando sobre sí mismos.

Lambo siempre tuvo al deporte ululando entre sus prioridades. Practicó atletismo, natación y waterpolo. "De chiquito quería hacer parkour -dice- porque veía a Spider-Man, que se trepaba de un lugar a otro, lo hacía fácil y lo hacía rápido, eso me atraía." Claro, no sabía lo que era exactamente el parkour pero YouTube -maldito algoritmo, bendito algoritmo- comenzó a sugerirle videos de tipos saltando y corriendo por terrazas. "Yo también puedo hacerlo", pensó.

En su ciudad, Rosario, la tercera urbe más poblada de la República Argentina, son pocos los que practican parkour. Unos números a ojo: todos comparten un grupo de WhatsApp en el que hay, digamos, unos 50 entusiastas. Y apenas 7 de esos tienen un nivel competitivo. En Buenos Aires, por densidad poblacional, serán el doble.

Cuando Lambo arrancó, su mamá quedó fascinada. Sus abuelos, también. Al principio, al no tener referencias, su papá miró su yeite con algo de desconfianza. "¿Para qué sirve? ¿De qué vas a vivir?" Sin embargo, asegura el pibe, "fue el que más costó convencer", pero hoy lo apoya. Y si bien corre de atrás algunas conejas (no es un deporte olímpico y sus competencias no tienen grandes sponsors, ni mueven una gran economía, ni gozan de una popularidad abrumadora), Lambo logró vivir de la disciplina a través de la docencia.

Su escuelita de parkour, desde donde dicta clases particulares y grupales, se convirtió en su refugio profesional y en el sostén económico de su vida. Allí entrena a unos 25 chicos y, si bien le encontró la vuelta a la guita, todavía no le alcanza para comprar un ticket, viajar a otro país y, eventualmente, traer una medalla. Acá tiene un lindo quilombo por resolver. "Estoy buscando sponsors", asegura con cierto lamento. El desafío es claro: necesita 3000 dólares para viajar a Europa y representar a los colores celeste y blanco.

Hace unos meses, gracias a una colecta colectiva, Lambo pudo viajar al Segundo Abierto Panamericano de Parkour en Alajuela, Costa Rica. "No iba con esperanzas de quedar en el podio, era mi primera vez fuera del país y me sorprendí: quedé en el top 10 (entre 70 competidores) e hice todos los trucos que practiqué, sin saber cómo me iba a responder la cabeza."

Sobre su espalda, un palmarés que tiene presencia destacada en casi todas las competencias provinciales, regionales y nacionales. Ganó torneos de skills, de freestyle y de velocidad. Se enfrentó contra los mejores deportistas del país. Este año, de hecho, se llevó el primer premio en la Nacional, en skills, y quedó tercero en freestyle. Entretanto, sumó algunas frustraciones: el año pasado fue convocado para representar a la Selección Argentina en el Mundial de Bulgaria pero no pudo viajar. No tenía los fondos suficientes, el gran dilema de los "deportes amateurs".

"Falta desarrollo. Tengo la esperanza de que para los próximos Juegos Olímpicos, el parkour sea considerado. Pero necesita ser practicado en muchos países. Tiene que haber más practicantes que se animen a la competencia. Lo que pasa es que muchos no se animan porque tienen solamente la filosofía de la competencia con uno mismo. Para que sea olímpico, falta que los competidores entiendan el valor de medirse con otros", evalúa Lambo.

Mientras tanto, entrena todos los días en la zona centro, a veces en el gimnasio Deluxe Gymnastics, otras en la Plaza Libertad, aquella misma en la que empezó a practicar parkour. Lambo divisa barras, busca muros gruesos. "Todo Rosario sirve", se ensancha el pibe que no sale de joda, no fuma (ni cigarros ni marihuana), no se ceba con el animé (su apodo, Lambo, se lo puso su hermano por Katekyō Hitman Reborn!), no la cuelga tanto con los videojuegos (nombra, sí, Spider-Man, Prince of Persia, Assassin's Creed, todos juegos medio en línea con el parkour), no toma alcohol, ni tiene novia.

"Tengo una mentalidad en la que sólo quiero entrenar", cuenta, y apenas se le va la bocha para leer un poco sobre anatomía y biomecánica, cuestiones inherentes a su disciplina deportiva. "En parkour me expreso de la manera que quiero. Lo que más me gusta es la libertad que me da el deporte, competir contra uno mismo, ser y durar. Me gusta cuidar mi cuerpo, sabiendo que es el único que tengo y conociendo mis límites. No hay que ir más allá para impresionar."

En este mismo instante, esta misma tarde, a Lambo le recorre un escozor por la espalda. Sabe que es muuucha la plata para llegar hasta Portugal y representar al país. "Sé que no es lo más accesible, y mientras pasan los días, más aumentan los pasajes", tira. Lambo debería estar viajando, como máximo, el 8 o 9 de septiembre. Tic, tac. Anda haciendo una colecta, le escribió al streamer Coscu para ver si, de pronto, le podía tirar un centro. "Me gustaría cumplir mi sueño de representar a Argentina en el Mundial de Parkour." El paso a la gloria, el paso a la profesionalización, depende de un puñado de dólares.


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