Hay una apuesta segura, la que pone lo que quieras sobre la mesa y dice que en este momento, en alguna parte del mundo, hay un irlandés cantando. No hay que tomarla, porque uno pierde: claro que hay un irlandés cantando en algún lado, si no en su isla sonora porque es tardísimo, en alguna antipoda de su inmensa diáspora. No hay país que no hayan tocado los hijos de esa piedra verde del tamaño de Entre Ríos, tantos que se fueron que hay diez descendientes por cada uno que viva allá. Caso único, toda esa gente llevando canciones por ahí.

La música, y las canciones, tienen un lugar central en esa cultura de habladores. Los ingleses se aparecieron por Irlanda en la Edad Media y la aplastaron con Oliver Cromwell en el siglo 17. Primero a sangre y fuego, un exterminio físico y un exilio enorme. Y luego dejando a todos de peones en tierra ajena, con su religión y su lengua prohibidas, sin escuela y sin derechos. Irlanda sangraba gente y creó una tradición de emigración que se cerró apenas en 1997, el primer año en que el país terminó con más retornados que emigrados desde 1640.

¿Cómo sobrevive una cultura ante semejante asalto? Como puede, claro está, y con lo que tenga. Cualquiera que pise ese país comprueba rápidamente que no hay una arquitectura irlandesa, ni una escuela local de pintura o de escultura, apenas variantes locales de lo que se enseñaba en academias inglesas. Lo que hay a paladas es palabras, escritas maravillosamente y cantadas como nunca. En Irlanda es normal que en un pub anden tocando la música de Turlough O'Carolan, el arpista ciego que nació en 1670 y murió en 1738. O que en casa de alguien, después de comer y con un trago en la mano, se cante a capella con palabras medievales. Hasta los monjes de las abadías, en los ratos libres, anotaban letras en los márgenes de sus manuscritos, con lo que se siguen encontrando temas en irlandés listos a ponerle música.

Todo esto es para explicar las andanzas de Charles O'Brien, un hombre de 44 años simpático y andariego que se puso al hombro esta tradición y este conocimiento. O'Brien anduvo por Estados Unidos, por Cuba y México, rastreando las canciones de su diáspora y encontrando tesoros. Va por varios discos, por algunos documentales excelentes, por rescates de lo que cantaban e inventaban los irlandeses que construyeron los ferrocarriles de Cuba, o pelearon por México contra los yankees en el Batallón San Patricio.

O'Brien viene de Killarney, en el oeste de la isla y cerca de la costa granítica que se asoma al Atlántico, donde todos saben que la siguiente tierra firme es el Canadá. Es una tierra cazuda, a la vasca, tan cabeza dura que el irlandés sobrevivió y sigue prosperando. Este músico lo habla con la mayor naturalidad y a quien le saque el tema le va a demostrar las diferencias de pronunciación entre una punta y la otra, un par de cientos de kilómetros, que al final Irlanda es Europa y también tiene la pasión por el dialecto en cada curva.

Pero lo que hay que hacer con O'Brien es escucharlo en su arte. Su repertorio es contemporáneo y avanza en arreglos, pero su raíz es de una pureza tradicional notable. El fraseo, la melancolía de la voz, el tono, el sonido del tambor bhrodán y a veces la angustiada gaita irlandesa, la uillean... la perfección es absoluta, la raíz está intacta.

O'Brien se hizo argentino porque en sus andanzas conoció a una chaqueña, anduvo noviando y ahora se instaló ya casado en esa provincia donde nadie sabe qué es el frío. Pero lo que empezó a encontrar el músico es lo que crearon sus paisanos por estos pagos, lo que significa andar por el norte de la provincia de Buenos Aires buscando los rastros. Ya había encontrado dos temas, rápidamente incorporados a su repertorio, cuando sucedió: tocando acá y allá, haciendo amigos, lo contactó Miguel Guarnochea, el archivista de Capilla del Señor, que le pasó un tesoro.

Quien pase por Capilla se va encontrar la plaza vieja con lo de siempre, iglesia, intendencia, la casa del médico y una pulpería hoy transformada en supermercado. Lo inusual es que también hay un museo del periodismo bonaerense, una casa de piso de ladrillo con algunas imprentas y escritorios que fue la redacción del Monitor de la campaña. El pueblo conserva ejemplares y Guarnochea los tenía bien leídos y había encontrado una curiosidad, una serie de pequeños textos publicados en inglés. Capilla es pago de irlandeses, como se puede comprobar en la parte vieja del cementerio, que hasta un Kiernan tiene, curiosamente venido de Chile. El diario, como se hacía en esa época, publicaba cartas de lectores como si fueran notas, pero traducía las de los que no dominaban la lengua. Por eso llamaban la atención estos textos, aparentemente poemas, que salían en inglés recuadrados. Apenas en los ejemplares de 1872 y 1873 había una docena.

Todos estaban firmados por The Wandering Tip, una manera añeja de decir Vagamundos, y hasta ahora fue imposible saber de quién es el seudónimo, aunque las sospechas recaen sobre un maestro itinerante que se afincó un tiempo por Capilla trabajando para la familia Donovan. Pero lo que hizo O'Brien fue más importante, porque se dió cuenta de que eran letras, no poemas. Esto es notable, porque hay que tener una experiencia en métricas y estilos, pasarse días tarareando hasta encontrar la melodía, tomar los instrumentos y ver cómo funciona. O'Brien cuenta que varias son letras propias sobre aires tradicionales, algo muy pero muy común en el siglo 19, con lo que alguien que conozca realmente el repertorio puede tirar de la punta del ovillo. Por ejemplo, Donovan's Mount cerraba perfecto con una canción muy popular en 1840, Lanigan's Ball.

El resultado de todo esto es The Trackless Wild, Irish Song of the Pampa, El campo sin caminos, canciones irlandesas de la pampa, que en este caso son diez. En versión CD, el cuadernillo viene con una tapa del Monitor y las letras para el que se anime a cantarlas. Nueve son del Wandering Tip y una, Tierra Bendita, es de Gerald Griffin, de 1830 y traducida por Manuelita Palavecino y Marcela Acevedo para el disco. Hay canciones de nostalgia por la tierra natal, como Hibernia, y homenajes a un caballo de Donovan, que parece era imbatible en las cuadreras. Hay letras que cuentan ese momento en que el inmigrante acepta su nueva tierra, como The Pampa is my Home, y hasta una de amor, contando de la chica más linda del pago que, se aclara, no es inmigrante sino primera generación de Irish-criollos.

En fin, O'Brien nos rescató un tesoro histórico completamente desconocido en un disco de gran belleza. Hay que escucharlo y pensar en esos paisanos pelirrojos que andaban extrañando y aprendiendo a querer como propia esta pieza enorme de país, de campos chuzos y sin caminos.