Fue un concierto disfrutable de punta a punta, con un programa amable y un intérprete capaz de crear el clima justo para encantar a un auditorio atento. El jueves, en la Sala Argentina del Centro Cultural Kirchner, como parte del siempre destacado ciclo Conciertos del mediodía del Mozartuem, el pianista Raúl Canosa ofreció un muy buen recital. El español, que mostró una técnica óptima y una sensibilidad bien temperada, articuló su presentación a través de un programa cuya economía revelaba la relación entre pilares pianísticos del romanticismo y los sucedáneos nacionalistas españoles, con obras de Frederic Chopin, Johannes Brahms, Isaac Albéniz, Ernesto Halffter y, más acá en el tiempo, Miguel Ángel González Vallés y del propio Canosa.
Desenvuelto e irónico –dato si no fundamental, siempre apreciable en un concertista– Canosa predispuso de la mejor manera al auditorio y situó cada una de las obras con amabilidad, inmediatez y humoradas. Invirtiendo el orden de lo que se anunciaba en el programa, comenzó su faena con el Intermezzo en La mayor Op. 118 nº2, de Brahms. El andamiaje casi rapsódico y el clima de vals demorado de la pieza –obra de un compositor en su otoño–, sirvió a Canosa para comenzar a trazar un paisaje de dinámica calma, que comenzaría a agitarse, sin resquebrajarse, con la Balada nº3 en La bemol mayor Op. 47, de Chopin, anunciada como primera pieza. Nítido y ligero, sin aturdirse en los laberintos de la obra y sus referencias, Canosa ofreció una lectura brillante.
La pieza del gran polaco, que como buena parte de su obra está calada por aires populares, funcionó mejor como segunda obra del programa porque sirvió de nexo, con sus cadencias y su sensualidad rítmica, para entrar en el universo hispánico con Habanera de Halffter. Canosa puso la gracia y la sensibilidad justas para destacar los rasgos de la pieza del compositor madrileño que, más gracia que ciencia, no va más allá del pintoresquismo salonero. En la misma línea, pero con más imaginación y resolución pianística superior, “Tango” –parte de la Suite España, de Albéniz–, terminó de marcar el ingreso del programa a otro territorio musical, que tendría buenos momentos con dos obras de González Vallés.
En la música del compositor gallego vibran los genes de la improvisación que está en sus orígenes. Habanera-Tango y el más conciso Tango del bandoneón fueron dos muestras de destreza pianística de gran efecto, que Canosa supo canalizar hacia cierta abstracción ciudadana con notable expresividad. La figura del compositor-pianista, rasgo común a las obras de este programa, se completó con Jota robada, del mismo Canosa. De particular exigencia técnica y emotiva, la obra –que desarrolla rasgos de la tradicional “Jota aragonesa”– resultó el momento culminante del recital. Sin sobreactuaciones ni dobleces, el intérprete puso su virtuosismo, que por sólido no deja de ser plástico y elegante, al servicio del desenfado hispánico.
El aplauso prolongado de un público entusiasmado tuvo dos bises como premio. El primero fue un "Nocturno" de Chopin –el célebre “Op. 9 nº 2”–, tocado con licencias tangueras que pusieron en evidencia las dotes de buen improvisador de Canosa –otro rasgo apreciable del pianista– y con el Vals del duende –sí, el de Dolina, en el arreglo de Misha Dačić– tocado con inspirada ligereza, para enlazar lo que una hora antes y en otra región del ensueño había comenzado con el valseado del viejo y querido Brahms.