El asesinato de Franco Saulle, un joven de 19 años que se presentaba como un "experimentado trader" especializado en criptomonedas, marca un nuevo hito de un fenómeno creciente: los influencers financieros. Cualquiera que dialogue con adolescentes sabe que son bombardeados con posteos en redes sociales que los invitan a demostrar lo que valen, a no ser normales y demostrarlo. Por ejemplo, levantándose a las 5 am a darse una ducha fría y hacer 200 saltos de rana. Este sería el primer paso al éxito.
Saulle, con más de 100.000 seguidores en Instagram, aclaraba en sus posteos que no vendía un esquema piramidal ni un curso, sino una "modalidad de negocio". Y aseguraba que "actualmente estamos facturando más de 10.000 dólares gracias al trading de criptomonedas y al marketing de afiliados". Lo "único" que pedía eran 200 dólares para abrir la cuenta de trading. Más tarde decía que ese dinero permitía "tener acceso a todos los sistemas educativos que nosotros tenemos". Ahora, su asesinato frente a la casa de sus padres en Burzaco, parece motivado por un ajuste de cuentas.
Más allá del caso particular, Saulle es síntoma de una época en la que muchos jóvenes buscan dinero fácil y creen en servicios, plataformas o influencers del mundo digital. No es que las estafas piramidales sean nuevas: ahora vienen recargadas por otros caminos y en un contexto nuevo.
Pirámides
Los cuentos del tío y las estafas existen hace siglos. Los primeros esquemas Ponzi conocidos son del siglo XIX, antes de que Carlo Ponzi a principios del Siglo XX les prestara su nombre. En ellos se pide dinero a los incautos, se les paga dividendos muy altos con capital propio y con eso se atrae nuevo dinero que permite pagar las "ganancias" anteriores en un círculo vicioso. Como las inversiones no existen, el secreto pasa por escapar justo antes de que el egreso de dinero sea mayor que el ingreso.
El rey en este arte fue Bernard Madoff, un supuesto trader que fundó su firma en 1960 y fue apresado en 2008 por estafas que sumaron 64.800 millones de dólares a lo largo de décadas. Hacía tiempo que era un miembro respetado de la National Association of Securities Dealer y un ostentoso filántropo. Antes de morir, aseguró desde la cárcel que estaba arrepentido pero no había cura para el tipo de enfermedad que tenía.
En los últimos años, gracias a la posibilidad de inventar dinero de la nada con el auge de blockchain y los criptoactivos, estos fenómenos se multiplicaron. Muchos "emprendedores" se subieron a la moda de criptoactivos para montar su propio chiringuito virtual. El caso más extremo lo dio el meteórico ascenso y caída de Sam Bankman-Fried, creador de la exchange para criptomonedas FTX. Este joven de 30 años aseguraba que el dinero que le daban quedaría almacenado y a disponibilidad de sus usuarios. Este personaje, hijo de profesores de Stanford y que estudió en el MIT, se definía como un "altruísta efectivo", una suerte de filosofía para justificar la riqueza personal. Y defendía la necesidad de regular a las cripto. En septiembre de 2022 fue tapa de la revista Forbes por ser el segundo mayor cripto-rico del mundo con 17.200 millones de dólares. Un mes después era detenido por desviar los fondos de sus clientes para "invertirlos" sin demasiado rigor y usarlos para gustos personales en un increíble descontrol financiero.
Casos como estos, sumados a otros vernáculos como Leandro Cositorto o el de Ganancias Deportivas S.A. indican que las estafas a escala y a plena luz del día no son nuevas. Sin embargo, este fenómeno viene recargado por las particularidades de esta época.
Pirámides virtuales
Las redes sociales permiten la construcción de perfiles gracias a los datos que acumulan y procesan. Estos se usan para segmentar campañas publicitarias de manera muy precisa. Además, como los algoritmos aprenden, una vez que detectan perfiles que responden a determinados estímulos --un descuento, un influencer, colores, horarios-- se puede afinar aún más la búsqueda.
Un ejemplo dramático se conoció durante el juicio al Corinthian College de EE.UU. que buscaba a madres que dependieran de subsidios del Estado y además tuviesen niños, estuviesen embarazadas, recién divorciadas, con baja autoestima, trabajos de bajos ingresos o que hubieran experimentado una muerte cercana. El objetivo era venderles cursos malos y caros como salida de su situación límite. En 2022 el gobierno de Biden condonó los 5.800 millones de dólares de deudas de las 560.000 víctimas de la estafa.
El algoritmo es bueno para detectar a los influenciables. Por eso las redes sociales resultan un aliado ideal para llegar de manera directa a quienes pueden creer que 200 dólares alcanzan para iniciar una fortuna. Seguramente el consumo irónico de estos influencers es mayoritario: este cronista escuchó a un adolescente explicarle a otro que le había ido mal en un examen por no hacer 200 saltos de rana al día. Pero a juzgar por la proliferación de estos personajes, el pequeño porcentaje de crédulos alcanza para cubrir los gastos y más.
Ese es otro de los puntos: la necesidad de cierta estructura y financiamiento. Por muy chapuceros que sean los montajes de riqueza, con autos caros o supuestos viajes a Qatar, requieren de cierta producción y tiempo, además de dinero para pagar publicidad sostenida en las redes. El objetivo es generar un empujón inicial que permite recibir el primer ingreso, mostrar resultados rápidos y aprovechar la efímera credibilidad. Los medios, urgidos por conseguir auspiciantes, los promocionan y les dan espacio, como demuestra a nivel local el intenso raid mediático de Cositoro durante su apogeo. Menos atención reciben estos esquemas cuando caen, excepto por casos extremos como este.
Una pregunta obvia es quién puede creer a un adolescente que dice tener la fórmula para volverse rico pero prefiere cobrar 200 dólares por compartirla. O, peor aún, confiar en quien dice ser un "trader experimentado" con solo 19 años. Si bien todas las generaciones creyeron de una u otra forma que los más jóvenes no entendían nada, hay señales de un cambio de época y visiones algo apocalípticas al respecto: como explica el neurocientífico Michelle Desmurget, por primera vez en más de un siglo, la generación joven actual --los llamados "nativos digitales"-- tienen peor desempeño en los test de inteligencia que las anteriores. El especialista adjudica este retroceso al uso excesivo de pantallas, sobre todo en la infancia: en lugar de interactuar con otros, desarrollar el lenguaje, jugar e incluso aburrirse, buena parte de los niños se quedan de manera pasiva o con opciones limitadas con un celular en la mano, un pésimo alimento cognitivo en un momento clave del desarrollo del cerebro.
Pero probablemente el contexto sea determinante para explicar el auge de estos supuestos atajos inverosímiles hacia la fortuna: el contexto social de desesperanza, de trabajos chatarra y la idea naturalizada de que el éxito en la vida se mide por los autos, los departamentos y los dólares en la cuenta bancaria. Para esos jóvenes no importa que sea una mentira evidente porque necesitan creer en algo. Por increíble que parezca, en este paradigma meritocrático que promueven esos influencers, el camino hacia el éxito depende de la voluntad para levantarse a las 5 am y darse una ducha fría, algo que han hecho millones de obreros a lo largo de la historia sin que eso los lleve a hacer una fortuna.
Estos esquemas que funcionan desde hace años utilizan ahora una combinación de algoritmos, nuevas subjetividades, un contexto de incertidumbre y la idea de que las generaciones anteriores fracasaron: uno de estos personajes decía que la universidad era una pérdida de tiempo porque allí se escucha a un profesor que "seguro que no está generando ni más de 1000 dólares por mes". Saulle, desde ese punto de vista, es solo un emergente extremo de cómo puede terminar esa forma de encarar la vida.