La nueva banda sensación del indie canadiense, Crack Cloud, no nació ni como banda ni con la intención de ser la nueva sensación de nada. Fueron muchas las maneras en que se describieron en sus comienzos, allá por 2015: orquesta mutante, estrategia de supervivencia, arte como performance de rehabilitación. Todo empezó cuando el baterista y cantante Zach Choy decidió armar un colectivo de músicos, realizadores audiovisuales, diseñadores y artistas plásticos que a su vez eran trabajadores de la salud mental o personas que como él atravesaban un momento complejo de adicciones a drogas o alcohol. Todos se conocían de un espacio estatal de consumo vigilado y reducción de riesgos en su Calgary natal, y el número de integrantes fue variando. Al comienzo llegaron a ser más de veinte, finalmente quedaron siete, que se mudaron a un barrio de Vancouver con tradición anarquista en medio de una crisis nacional de consumo de opioides. Desde allí delinearon su plan, a partir de reuniones con artistas de esa comunidad. “Si nos ven como un culto es que estamos haciendo las cosas bien”, bromeaba Zach por entonces.

Luego de dos EPs, instalaciones en festivales, una trilogía de videos unidos por la intención de jugar con formas libres en lo visual y un sonido que en una misma canción podía tomar tanto del punk como del free-jazz, el pop o la ópera, llegaron las giras interminables por Europa, Asia y Estados Unidos, dos excelentes LPs mimados por la crítica (Pain Olympics en 2020, Tough Baby en 2022) y el murmullo de cosa buena y nueva a su alrededor. Entre todo eso, las dinámicas comenzaban a cambiar: “Con Pain Olympics teníamos este idealismo alrededor de la creación en comunidad, pero con la pandemia y hacia la grabación de Tough Baby esa comunidad se empezó a fragmentar. Tuvimos que amigarnos con la idea de que las cosas no siempre evolucionan como esperás”, contó el saxofonista y guitarrista Bryce Cloghesy. El año pasado, luego de que varios integrantes formaran familias y agotados del vértigo de las giras y de la narrativa insistente en entrevistas alrededor de sus adicciones pasadas, decidieron tomarse un tiempo antes de ver cómo seguir. De esa pausa nació Red Mile, su tercer disco, editado a fines de julio por el sello Jagjaguwar. Ocho canciones de una épica alegre y autoreflexiva grabadas parte en Calgary y parte en los míticos estudios californianos de Joshua Tree.

A partir de una sugerencia de Bryce, cuya esposa es oriunda de California, la banda decidió pasar unos días en el desierto de Mojave, en las cercanías del estudio, para bajar de todo y buscar inspiración para el disco. De ahí salió la tapa, una sencilla foto de un amigo lanzado en caída libre con paracaídas y el nombre de la placa pintado en la bota. Consultados acerca de la decisión de grabar en el mismo lugar donde lo hicieron U2 y tantos más, Zach contó que todo se debió más bien a la circunstancia fortuita propiciada por Bryce. Y cuando la pregunta fue más allá y tanteó el contraste con sus comienzos y la vigencia de sus credenciales anarco-punk tras haber grabado su disco más accesible en ese lugar, el cantante y compositor no se anduvo con muchas vueltas: "Hubo algo de ingenuidad en los modos con que salimos a difundir nuestra historia, de una manera medio descontrolada y desinformada”, apuntó. “Cuando sos joven no pensás en el largo plazo. Y yo, en un sentido más radical, ni siquiera pensaba en vivir a largo plazo”. Esa urgencia se tradujo en su relación con los medios de comunicación y con el proyecto en sí: “Ese plan ardiente no terminó siendo sostenible, pero no sé si eso es algo malo. Esos mensajes no están destinados a ser comercializados, y la verdad es que no nos interesa la idea de continuar avanzando como un colectivo pop de reducción de daños ni construir una marca alrededor de eso”.

Las canciones de Red Mile van desde celebraciones de la amistad a inquietudes ideológicas en contraste con las mieles engañosas del consumismo y el lugar que el colectivo ocupa en la cultura pop actual. El primer corte, la pegadiza “The Medium”, resuena como un guiño a Marshall McLuhan que a la vez los encuentra riendo de los giros en su camino: “P-O-P y R-O-C-K, así es como va esto/ Cuatro acordes que todos conocen/ Tópicos gancheros para la mente inquieta/ Alegres melodías de plástico que escuchamos todo el tiempo”, suelta el baterista en plan Johnny Rotten en el primer verso de la canción. Unas líneas después, dispara: “¿Quién habría pensado que los marginados/ serían explotados para uso industrial?”, y entonces llega la voz dulce de la cantante Emma Acs para poner calma al asunto en un medley encantador de estadios con cuerdas incluidas: “Cuando te sentís mal/ vas a un show y cantás en comunión/ Un lugar para pertenecer/ y sanar a tus propios tiempos”.

Crack Cloud, la nueva sensación del indie canadiense

El resto del disco navega sobre aguas similares a través de piezas calmas por momentos y festivas en otros, siempre con arreglos pulidos al detalle. “Blue Kite” apunta directo a la crítica mientras explicita su intención de cortar con el cordón umbilical de su pasado; “Ballad of Billy”, escrita por Will, hermano de Zach y miembro del colectivo desde sus comienzos, asoma como una cruza exacta de compatriotas entre el Leonard Cohen producido por Spector y la fuerza emotiva de Arcade Fire en sus primeros discos. “Epitaph” se embarca en una meditación sobre el arte de escribir historias y las plataformas que la humanidad encontró para hacerlo, desde las tablas de piedra hasta la cultura pop, mientras que el último tema, “Lost on the Red Mile”, vuelve en su letra sobre las posibilidades de la ficción para finalmente funcionar como pista de aterrizaje con un sereno cuelgue instrumental de tres minutos.

El disco, en suma, abre con decisión las puertas hacia un nuevo comienzo. “Me cuesta creer que ya pasaron casi diez años desde que empezamos”, contó Zach, que tenía 21 años cuando todo empezó. “Y entiendo que lo que se ve extraordinario de este proyecto es el lugar de donde viene. Viene del trauma, de un lugar complicado de autoconocimiento y comienzos humildes. No esperábamos ir a ningún lado con todo esto, o al menos no creíamos que pudiéramos llegar tan lejos como llegamos. Pero es lo que siempre amamos hacer, y nos sentimos en paz con lo logrado”. Consultado acerca de cómo seguirá todo de acá en más, respondió: “Ahora que ya salió el disco vamos a salir de viaje por la ruta con mi mamá, mi esposa, mi hermano y mi perro a disfrutar un poco y acampar en el bosque. Y después ya se verá”.