Mundos etéreos

Nenúfares, calaveras, peces y volcanes. Dragones que suben por la espalda, grullas con micrófono, perros fu con sed de venganza. Cada quien sabrá qué historia encuentra estampada en estos kimonos. Creados por Sofía Bergallo y Alfonso Barbieri, cada uno es una obra única y, como no puede ser de otra manera cuando dos artistas multifacéticos unen fuerzas, cada uno es una trama con su propia historia. “En 2020, en plena pandemia, comenzamos a realizar obras en conjunto con la técnica surrealista cadáver exquisito, donde Sofía realizaba manchas o figuras con acuarelas sobre papel y Alfonso las intervenía con dibujos en tinta china, sin acordar el resultado final de la obra”, cuentan. De ese archivo de 500 obras, unas noventa se convirtieron en estampa. El próximo fin de semana, del viernes 23 al domingo 25, los kimonos podrán verse en el Museo de la Historia del Traje (Chile 832). “En 2022 hicimos una Expo/Concierto en un espacio que consideramos un lugar de aguante y amistad que es Roseti. Allí mostramos nuestras obras plásticas, los kimonos y tocamos el disco del dúo que también grabamos en pandemia llamado Absolutos principiantes”, evocan sobre la primera vez que mostraron estas obras en público. Al año siguiente, viajaron a Japón. “Así como el kimono tradicional tiene sus propias simbologías, según estado civil, sexo, ocasión en la que se usa, nosotros nos permitimos resignificarlo desde Occidente. El recibimiento allá fue de mucha sorpresa. Lo tomaron con humor y como algo novedoso. Entendieron perfectamente el juego y con el respeto que estábamos reinterpretando su vestimenta más tradicional”, se enorgullecen. Atención: el hecho de que sean obras no anula la dimensión que tienen como indumentaria para todos y todas. “Los kimonos cortos y largos son de microfibra plana sublimada con nuestras obras. Los kimonos de otoño/invierno son de ketten sublimado, con forro de tafeta negra y tres botones. Todos los kimonos son unisex”, recitan los artistas, que tienen una página de Instagram donde exhiben sus obras, atendida por sus propios dueños.

Superhéroes del Himalaya

El DJI Flight Cart 30 es un dron creado por una empresa china que logró transportar botellas de oxígeno desde una de las bases del Everest a otra ubicada a seis mil metros de altitud con la ayuda de un montañista sherpa. Y ya que estamos, a su retorno llegó cargado con basura. Es que aún en esas cumbres inhóspitas, cada escalador deja un promedio de ocho kilos de residuos. Si la zona recibe unos cien mil visitantes anuales, es fácil advertir la magnitud del problema. Los creadores del DJI encontraron una posible solución que los tiene entusiasmados. Así lo explica Christian Zang: “Nuestros drones tienen la habilidad de transportar equipamiento y suministros. Pero también pueden acarrerar basura. Esto revoluciona las posibilidades de saneamiento del Everest”. Además, los drones son mucho más rápidos. Cubrir la distancia de seis mil metros le llevó doce minutos al dron y le hubiera llevado más de seis horas a cualquier experto en esa geografía brava. Es que el tiempo también es un tema crucial. Más de 300 personas han muerto en el Everest, incluidos cien integrantes de la comunidad sherpa, quienes se encargan de socorrer montañistas. “Tenemos que pasar de seis a ocho horas por día caminando en el hielo. Si no calculamos bien el clima y otras variables, simplemente nos morimos”, dice Zang. Así que además de recolectores eficientes, los drones ayudan a salvar vidas. Y encima vuelan, eficientes y silenciosos a lo largo del Himalaya, como cualquier superhéroe oriental.

Arca de la Luna

Un grupo de científicos de universidades más prestigiosas de Estados Unidos, desde Harvard a Smithsonian, están evaluando las posibilidades de crear en la Luna un “arca de Noé”. donde se enviarían muestras congeladas de las especies más amenazadas de la Tierra. El arca en cuestión, llamada en realidad "biodepósito", albergaría muestras de tejido vivo y serviría como bóveda en caso de que ciertas especies desaparecieran de estas pampas. Se construiría en un polo de la Luna, debido a que las temperaturas allí son de -200°C y los cráteres crean una sombra permanente. Esto significaría que la bóveda congelada no necesitaría una fuente de alimentación activa. Mantener las muestras protegidas en un cráter sombrío o en un tubo de lava lunar garantizaría que si los humanos alguna vez necesitaran organismos para terraformar la Luna, otro planeta o incluso la Tierra misma, habría un reservorio de vida disponible. “Los científicos podrían clonar el material genético guardado en la bóveda lunar”, sintetizan los académicos. Además, la NASA está interesada especialmente en el polo sur del satélite porque la posibilidad de albergar hielo (y en consecuencia, agua) podría ayudar a establecer una colonia humana. Claro que se espera que esa gente se porte bien y no hagan desmanes porque, se sabe, los hasta ahora invisibles selenitas son pacientes y adoran los animales pero no toleran la prepotente estupidez de los bichos humanos.

Todas las hojas son del viento

“La palabra ‘pintura’ es fea. Te hace pensar en pesadez, a veces en pretensión”, escribió René Magritte. Contra la pesadez, Magritte hizo pequeñas obras con la técnica del gouache y una de ellas acaba de ver la luz nuevamente después de más de veinte años. L’Incendie es un conjunto de hojas superpuestas a modo de arboleda colorida y nada de esa atmósfera diáfana hace suponer que fue pintada en 1947, poco después del estallido de la Segunda Guerra Mundial. La obra será subastada en Sotheby’s París por una cifra mucho mayor al precio de base de seis millones y medio de dólares. Esto ocurrirá en octubre. La pintura es parte de un lote que también incluye a otros pesos pesados como Dalí, Joan Miró y Francis Picabia y también las pintoras Jane Graverol y Dorothea Tanning. Lo interesante es que L'Incendie tiene un singular parecido con el logo de los cinco anillos de los Juegos Olímpicos y que será subastada en la capital francesa, la misma que a su vez fue el escenario donde emergió el surrealismo del cual el artista belga fue parte destacada. La subasta, claro, fue pensada bajo este criterio. Thomas Bompard, de Sotheby’s , ensalzó estas coincidencias y consideró que “no hemos encontrado una forma más perfecta de celebrar los cien años del surrealismo pero también de evocar, de modo profundamente poético, el símbolo del evento deportivo más global del planeta”. Tras finalizarla, Magritte le vendió la obra al galerista norteamericano Alexander Iolas, el mismo que se encargaría de presentar en sociedad la primera muestra de Warhol en 1952. Despues la compró Elizabeth Arden, magnate de la cosmética y finalmente fue subastada por última vez en 1992 y adquirida por un coleccionista italiano. En un libro publicado a finales de los ochenta, el crítico Jacques Meuris apuntó que los árboles y las hojas hechos por Magritte “deben ser evocados como si fueran sujetos, personas con sentimientos multifacéticos, y por lo tanto multicolores, nimbados por una gran cuota de elegancia y misterio”. El artista mismo da la clave para observar esta pintura cuando dice: “Un objeto puede ser ridículo o no. El deseo de desplegarlo en el espacio material exige más de uno mismo que de los demás. Es posible que veas vida por todas partes. O podés adivinar cosas que están muriendo rápido... Es mejor resistir, leer el secreto con calma”. Y eso es lo que proponen estas hojas, en cualquier época que se las mire, mientras afuera crece el incendio.