Marco pensaba y pensaba, y más pensaba después de la medianoche cuando el silencio lo envolvía todo. Entonces su cuerpo adquiría otro contorno dentro de la habitación. Marco pensaba; pensaba en varias mujeres a la vez, o en una misma mujer que sufría vertiginosas variaciones en apenas unos segundos. Veía pasar, seguidas, superpuestas o siamesas, mujeres que se iban. Se iban físicamente, pero al pensarlas se unían en estampida y representaban un cuadro de fuga.

Nada ni nadie cambia que mamá se haya ido. Y ahora, precisamente ahora, de frente a la trasnochada necesidad, no puedo tocar a ninguna mujer y ninguna me toca, se decía Marco.

Entonces la voz de Alterio vibró con un tono extraño. Parecía que se hubieran quedado los dos solos en ese bar.

—Un psicólogo le dijo a un amigo que si otras veces llegaron, ya van a llegar de nuevo. Su última mujer tuvo una presencia global y, paradojal o lógicamente, intermitente en su vida. Pero ahora está en vías de volver con un ex y parece que no van a seguir viéndose. Siempre cogieron con esa intensidad animal agravada por las perversiones que nos regala nuestra especie. Era un comodín crónico bajo la manga gris; nunca salieron ni a tomar un café. Sé de su propia fuente —la de ella— que no está convencida de volver con su ex, pero a mi amigo algún último resto de ética le impide provocarla; al menos de forma explícita. Con lo de la ética me refiero a que —también me lo dijo— quiere algo en serio, y lo de ellos no es más que sexo.

Alterio hizo una pausa, entornó los ojos y los apuntó de refilón hacia la izquierda, hacia una de las mesas del bar, donde había un hombre bastante desgreñado que movía la boca y las manos ampulosamente.

—¿Viste cómo habla ese tipo? Pobre el que tiene al lado, se la debe estar remilvolando, está multiloco. Ya lo observé el domingo pasado cuando vine a ver el partido, ¿viste que es codificado ahora?, estaba sentado en la misma mesa y le estaba quemando la cabeza a otro flaco. Tomó un café y después se levantaba e iba hasta la barra a cargar dos vasos de soda, le convidaba al tipo este y le decía que él tenía confianza porque era amigo de la casa. Surrealista la escena.

—Pará, che, vos también hablás de lo lindo. No te vayas por las ramas. Volviendo a lo de "tu amigo" dijo Marco con énfasis, casi estirando las palabras—, ¿cómo puede pensar solo en seguir cogiendo con ella si ella espera algo, alguna otra relación, que vaya en serio? ¿Pedimos dos porciones más de pizza?, ¿con anchoas y muzzarella, no?

A Alterio le sobrevino una media sonrisa lateral.

—Bueno, che, mi amigo no es de hierro. Sí, dale, pedí nomás —respondió Alterio, como desentendido.

—Tenés razón, ¿escuchaste como acaba de gritar? Bah…, creo que se rio fuerte, pero tronó como un grito. Pobre, no te burles, no seas zarpado.

—Qué caradura, vos también lo estás criticando. Para ser justos, te digo que no es ningún boludo, eh. El domingo, en el entretiempo del partido de Newell´s, le comentaba cosas muy interesantes y profundas al que tenía al lado, mientras se bajaba la soda gratis, claro. Explicó muy bien una teoría del comportamiento, entre otras cosas.

—Mirá vos, interesante. Ahí está el mozo, llamalo, yo estoy de espaldas. Tendríamos que pedir otro par de balones también.

—Dale, cuando me vea le pido.

—Me da la leve sensación de que me estás cambiando de tema y no me querés contar más sobre tu amigo y la minita —dijo Marco, devolviéndole aquella sonrisa lateral y una mirada entrecerrada, inquisitiva.

—Pero no…, sos loco vos.

—¿Y tu amigo qué onda?, ¿no se quiere poner en serio con ella?

—Y no, no le gusta como para eso, se ve. Dice como que sería incompatible.

—¿Incompatible?, ¿incompatible con qué?

—Te tengo que contar un poco, fuera de contexto no se va a entender.

—Bueno, dale, cómo te gusta hablar… Pero pedí la birra y las porciones, que vayan marchando. ¡Tengo una sed!, y encima estos trajeron este plato gigante de maní. Poco clara la tienen... —protestó Marco haciendo el gesto de leve negación y señalando con la cabeza hacia el plato.

—Ahí te cuento, pero mirá, mirá, se levantó a buscar dos vasos de soda —Alterio se rio con toda la boca abierta—. Ahí viene, ahí viene, los trae al tope. Pero mirá, no te lo pierdas, después no me creés.

—Aflojá, che, lo tengo de espalda, no puedo girar.

—Bueno, te cuento. Me dijo mi amigo que la última vez fue cosa de coger hora, hora y media, acabar y abandonarse; y ahí nomás decirle: quieta, quieta, basta; dejarla casi dormida, ir al baño, después poner la olla y salir al balcón. Salir al balcón oscuro y escuchar millones de neurotransmisores aplaudiendo a paso cansino, como una repetición, como un loop, un groove de funk, ¿eso es lo que vos más escuchas, no, Marco?

—No sé si es lo que más escucho, pero sí es de lo que más me apasiona escuchar —se giró mirando hacia la izquierda, levantó la mano y llamó al mozo—. Me voy a ocupar yo de pedir, porque vos solo tenés ojos para el de la sodita.

—Bueno, viejo, ni que estuvieses en el desierto.

—Ahora, lo de tu amigo es fantástico. Es fuera de toda convención el artificio que fabricó con esa chica, un artefacto de laboratorio, una exacerbación de sexo desnudo, despojado, puro.

—¿Vos decís que es para tanto?

—¿Qué te parece? No tiene fisuras.

Un colectivo pasó por la calle y, como una trovoada, hizo rugir el caño de escape con un estruendo ensordecedor, parecido al ruido de las miles de patas que conforman una estampida; dos mozas armaban las mesas del bar de enfrente, una viejita desplegaba amabilidad y la fila del cajero del Banco Municipal llegaba hasta la cerrajería.

El tono de voz de Alterio se sincronizaba por momentos con el ruido de la calle, y de a ratos Marco perdía el hilo y después creía recuperarlo. Ahora le decía a Alterio.

—Claro, así se entiende mejor lo de la incompatibilidad. Tu amigo maneja una lógica muy propia, ¿no?

—Todo el mundo le suele decir eso. La verdad es que se siente bastante incomprendido. Pero si me preguntas a mí, yo estoy bastante de acuerdo con él. Por ejemplo, dice que nunca salieron ni a tomar un café para evitar hasta la más mínima posibilidad de ponerse en algo serio. Ahí viene eso de que el amor contaminaría el sexo, nunca cogió tan bien con nadie. Y yo, que coincido con él en que el sexo no es ningún detalle, ¿cómo no le voy a dar la derecha? Claramente, no quiere menguar esa forma suprema de coger, es un don que no quiere perder —concluyó Alterio deteniendo el movimiento de sus manos en seco al tiempo que se arrellanaba en la silla.

 

—Sí. Es impresionante la construcción que hizo. No lo digo tanto por eso de la incompatibilidad, sino por el artefacto mismo. El ser humano da para lo que sea, viene muy bien no naturalizar estos comportamientos. Detectarlos enriquece la percepción, la renueva. Y además, cómo me gustaría estar en tu lugar… Perdón, perdón, sí, sí, en su lugar, quise decir —se corrigió Marco, y quedó absorto, arrellanado a su vez en la silla, con la mirada ausente.