En el país donde todo sube pero la inflación baja, y donde los tarifazos ya ponen a la propia clase media entre pagar la luz y el gas o los tipos de comida, continúa o proseguiría la ficción de entretenerse mediante fuegos artificiales. No importa si algunos o varios de ellos se sustentan en hechos veraces o verosímiles.

Como sintetizó este diario, el viernes, en el copete de la nota de portada a cargo de Leandro Renou, realidad y panorama se aúnan de manera tétrica.

Los supermercadistas hablan de una catástrofe nunca vista. En julio, el consumo se desplomó más de un 16 por ciento interanual. Y la primera semana de agosto muestra un derrumbe de 21 puntos. La destrucción de salarios y jubilaciones, junto a las subas de tarifas, conforma un escenario peor que 2001. O que la pandemia.

Y al igual o peor que en pandemia, la capacidad instalada de las fábricas funciona a poco más de la mitad. Es una baja utilización de máquinas e infraestructura vinculada, fundamentalmente, a la virtual parálisis de la actividad productiva de las pymes.

Suspensiones, adelantos vacacionales, despidos y reducción de turnos no son, sólo, la consecuencia más dramática de este desastre. Es lo más difícil de revertir. Tan viejo como la escarapela, reparar y construir lleva un montón de tiempo. La destrucción es exactamente al revés: se resuelve en un santiamén.

Cualquiera debería darse cuenta de lo que Juan Carlos Junio, también el viernes, en Página 12, puso en una descripción tan sencilla como impecable.

“El tratamiento amarillista de la desaparición del niño Loan, de las elecciones en Venezuela y, ahora, la denuncia de violencia de género contra un ex Presidente, fueron y van ocupando la atención de los medios” en forma cuasi monopólica (en este asunto, nos permitimos agregar que, entre esos medios y colegas, se cuentan algunos que abrevan en el ideario progresista y que, sin embargo, sucumbieron ante el convite de la tendencia chillona, hasta desaforada, que abarca prácticamente a todo el escenario comunicacional).

Como continúa expresando el director del Centro Cultural de la Cooperación, se trata de que se hable de todas esas cuestiones cargadas de estridencia y espectacularidad para ocultar, entre otras razones, a los verdaderos culpables de más de 25 millones de pobres. Y de los supermillonarios de los grupos económicos, con sus ganancias y exhibicionismos pornográficos.

El millón de niños que se van a comer sin cenar, según el informe de Unicef, tampoco recibió lugar privilegiado en la agenda mediático-digital. Y otro aspecto que puede adosarse sin dudar es que, detrás de esa maquinaria desinformativa, se (¿mal?) oculta la necesidad de asestar un golpe de nocaut definitivo al peronismo y a las fuerzas auténticamente progresistas.

Tras las brumas mediáticas”, es el título de la columna y vaya si es acertado.

Podría arriesgarse que nunca fue demasiado diferente, ni mucho menos distinto. Es legítimo ese aserto, porque hace ya rato que los medios -ratificados ahora por la incidencia de las redes- no observan al Poder. Lo constituyen. Siempre fue así, en más o en menos, con las excepciones correspondientes. Antes con tanques tradicionales. Ahora con los algoritmos.

El tema no pasa por la ratificación de ese estadio, sino por a) la voluntad colectiva de advertirlo y b) por cómo hay, o no, la capacidad de saber pelear en ese terreno.

Desde ya, en lo segundo es determinante que, para luchar en cierta igualdad de condiciones, hace falta un proyecto político detrás del que se encolumne esa eventual voluntad popular. Reiterado: si se carece de ese proyecto, no hay ingenio “publicitario” que alcance. Contribuye, desde ya. Influir decisivamente es otra cosa.

De hecho, Javier Milei resolvió en tres patadas comunicacionales la sintonía social: casta, dolarización y disrupción de imagen y emociones. Pero, para lograrlo, tuvo detrás al grueso de los factores de poder, por supuesto que junto con un clima colectivo de cambio a como fuere.

En otro artículo muy destacable y con data variada, en Cenital, Pablo Ibáñez se interroga sobre el “Peronismo Py: la huída de Alberto y los límites de Cristina”.

El colega recuerda que Fernández (Alberto) había unificado en la crítica o el silencio (más silencio que crítica) a casi la unanimidad de lo que alguna vez fue el Frente de Todos. Que Cristina, en cambio, no logró atravesar, en respaldo a ella, las fronteras de La Cámpora y del peronismo del conurbano. Y que se perfilan, ahí, los dos límites del peronismo en general: las dificultades para unificarse hacia adentro y la imposibilidad, manifiesta, para crecer más allá de sus propios márgenes.

Sin embargo, a la par resalta que lo que no parece perder solidez es el rechazo a Milei. Cita entonces el informe de Pulsar UBA, capaz de aportar un dato que, en diagonal, puede leerse como pista de por qué hay un universo que rechaza, sin matices, al presidente “libertario”.

“En cuestiones puntuales como la ‘seguridad’, los votantes de identidad peronista tienen un postura claramente diferente a la de los de La Libertad Avanza y Juntos por el Cambio, que son casi idénticos entre sí (y, también agregamos, sea lo que fuere que hoy signifiquen partidariamente los cambiemitas; al igual que los libertaristas, quienes en el Congreso están masacrándose por el pase de facturas luego de la visita a Astiz & Cía, en lo cual, es evidente, algo les salió muy mal).

Tal cual remata Ibáñez, esa identidad, ideológica o cultural, está enfrente de Milei y busca que alguien le hable. Eso mismo: ¿quién le habla no ya a los que no lo soportan más, sino, sencillamente, al 44 por ciento que no lo votó?

No es que falten voces, sino que las obrantes responden a hechos específicos. Tácticas o estrategias parlamentarias (más lo primero que lo segundo). Apariciones mediáticas resaltables. Oradores enfáticos y acertados, nutridos por estadísticas económicas contundentes. Pero, inevitablemente, corren detrás de la agenda fijada por el Gobierno, sus trolls, sus periodistas, sus servicios de inteligencia, sus provocaciones.

Los líderes son producto de procesos sociales, está bien. No se inventan así como así. No aparecen por generación espontánea. Hay circunstancias epocales y locales que favorecen o retardan su surgimiento o potenciación.

Pero tampoco debiera caber interrogante acerca de que sin liderazgos firmes, sin la búsqueda de ellos, sin el estímulo a que se produzcan, es improbable o directamente imposible lograr un consenso capaz de generar unidad.

Para el caso del peronismo/progresismo/identidad hacia izquierda/modelo de desarrollo inclusivo, u otras definiciones que conducen a un debate bizantino y en medio de un mileísmo sentado con pochoclo viendo el espectáculo divisionista, ya no es que no hay partido sino tribus.

Es que cada tribu está subdividida en carpas individuales enfrentadas entre sí, sin que se adviertan distancias ideológicas de fondo entre quienes se reivindican como opositores genuinos.

Libertaristas, cambiemitas y gorilaje por el estilo tienen fragmentaciones atendibles, pero sólo radican en cómo regular su marcha (relativamente) firme de derechas.

Macri se siente despechado porque Milei le come su base electoral. No sabe dónde ponerse porque si Jamoncito tiene éxito lo absorberá, como ya está haciéndolo. Si fracasa, arrastrará a Macri y a toda su troupe.

Y Milei divaga con su anarco-capitalismo ante un establishment dudoso de la muñeca que pueda tener, para controlar las tensiones sociales y sus matemáticas austríacas. Dólares y capitales no aparecen por ningún lado. Caputo Toto prende la vela para que el blanqueo –que no es en esencia divisas frescas, sino declaración de bienes- le dé algún resultado propagandístico.

Otra vela está prendida a un acuerdo de salvataje con países árabes, que pareciera una nueva cortina de humo. Y el “frente” regional e internacional no deja de verlo como una extravagancia, incluido el Fondo Monetario.

Pero hacia el rumbo final -y en vigencia- no tienen dudas, que es muy diferente a que pudiera salirles bien.

Por el contrario, en la vereda opuesta solamente se registran combates de egos, luchas territoriales ligadas a intendencias del conurbano bonaerense, ámbitos provinciales, chicanas declarativas, victimizaciones, despechos personales.

En síntesis, torneos de cacicazgos mientras enfrente no hay más que contradicciones secundarias.

Si persiste que el peronismo y las vocaciones progres no resuelven quién los lidera, en lugar de insistir con conventillos y parálisis, la derecha podrá quedarse tranquila con sus opciones de Milei consolidado, Villarruel, Villarruel/macrismo como salida institucional ante un eventual desmadre o símiles de ese tipo.

¿Tanta vuelta hay que pegarle a quién es el nombre y los nombres que podrían resolver la dispersión opositora?