"La emoción es una fuerza, no una debilidad", declara Faye Dunaway, como si fuera su mantra favorito. La oscarizada protagonista de Bonnie & Clyde y Network, Poder que mata está sentada en un hotel de Cannes. Al otro lado de la habitación está Liam Dunaway O'Neill, su hijo, con el fotógrafo británico Terry O'Neill, y junto a ella Laurent Bouzereau, el cineasta franco-estadounidense responsable de un nuevo y revelador documental sobre la estrella: Faye, que puede verse en la plataforma Max.

Dunaway atribuye al director de Nido de ratas, Elia Kazan, responsable de su película de 1969 El compromiso, el mérito de haberle enseñado desde el principio que no tenía por qué avergonzarse de plasmar sus sentimientos más crudos en su trabajo. Una técnica que resultó ser tanto su mayor activo como su mayor debilidad. El documental de Bouzereau puede ser adulador, pero aborda con mucha franqueza todos esos momentos en los que las emociones de Dunaway se le fueron de las manos y la metieron en problemas.

En la película, antiguos colaboradores la llaman abiertamente "difícil". Jack Nicholson la apodó "la aterradora Dunaway" en el rodaje de Barrio Chino (1974), una de sus películas más famosas. También se relata su famosa disputa con el director de Chinatown, Roman Polanski. "Roman, el terror", lo llama hoy. El documental incluye el famoso video del programa de Johnny Carson en el que Bette Davis describe a Dunaway como una de las "peores personas" con las que ha trabajado. Además, aborda el catastrófico efecto que tuvo en su carrera interpretar a Joan Crawford: Mamita querida, de 1981, es ahora una película de culto, pero la convirtió en objeto de burla cuando se estrenó.

Al recordar aquellos incidentes en los que perdía los nervios y retaba a sus colegas, la estrella, que ahora tiene 83 años, cita su salud mental como la causa principal. "En realidad tengo, podríamos decir, un diagnóstico bipolar", dice Dunaway. En el documental cuenta que consultó a médicos que analizaron su comportamiento y acabaron recetándole una medicación que estabilizó sus violentos cambios de humor.

La película, sin embargo, sugiere que sin su temperamento la actriz nacida en Florida nunca habría sido tan poderosa en la pantalla. Cuando se la ve como la mujer que sufre abusos sexuales de su propio padre en Barrio chino, o como la obsesiva ejecutiva de televisión en Poder que mata (1976), de Sidney Lumet, uno se da cuenta de que no se guarda nada. "No sé cómo funciona todo eso exactamente, pero entiendo que necesito todo eso para utilizarlo en mi oficio", dice. "A veces ha sido una dificultad, por supuesto, como persona. Es algo con lo que he tenido que lidiar, superar y entender. Es algo que forma parte de lo que soy, y que ahora puedo entender y afrontar mucho mejor."

¿Fue catártico el documental? "Catártico es una buena palabra", responde. "Lo fue. Mirarlo todo y ver en qué se ha convertido. A veces fue difícil, porque es algo muy privado para mí. Me daba un poco de reparo verlo todo ahí fuera, pero así es el proceso, ese es el objetivo de la película, compartir quién soy. Me he esforzado mucho".

Otra faceta de la historia de Dunaway es la intensa presión a la que se vio sometida durante el rodaje de sus películas más conocidas. Siempre se esperaba de ella un aspecto inmaculado. Apenas tenía tiempo para comer o descansar entre rodaje y rodaje, por lo que no es de extrañar que sus nervios estuvieran a flor de piel.

El documental aborda abiertamente el alcoholismo de Dunaway: le encantaban los martinis de ginebra, que poco a poco se convirtieron en alcoholismo (lleva 15 años en Alcohólicos Anónimos). Es una enfermedad que le viene de familia. El padre de Dunaway, que era militar, también tuvo graves problemas con la bebida. Una de las consecuencias de crecer como hija de un soldado fue que se mudaba de casa cada dos años cuando su padre recibía nuevos destinos. Cree que esto le hizo desconfiar de las relaciones duraderas.

"Aprendí a no estar demasiado unida a la gente porque la vas a perder de todas formas", dice en el documental. Es una observación que resulta aún más conmovedora por sus reflexiones sobre los romances que no duraron. Dice que Marcello Mastroianni fue "en muchos sentidos, el amor de mi vida". Tuvo una aventura con el actor casado después de trabajar con él en la película romántica franco-italiana de 1968, Un lugar para los amantes. Como muchas de las relaciones de Dunaway, no perduró.

En el documental, James Gray, que dirigió a Dunaway en la película policial La otra cara del crimen (2000), afirma que la actriz fue víctima de la doble moral y el machismo a lo largo de su carrera. "Cualquier reputación que haya tenido es también un comentario sobre cómo se trata y juzga a las mujeres en una escala muy diferente a la de los hombres", afirma. No obstante, cuando le pregunto a Dunaway por el sexismo que ha sufrido a lo largo de los años, se niega a dejarse arrastrar. "Hay altibajos", es todo lo que dice. "Una carrera es un lienzo. Hay cosas maravillosas. Luego hay cosas que son menos maravillosas".

Dunaway ha soportado su ración de humillaciones. Hace veinte años, parecía que iba a tener una carrera alternativa como directora. Su cortometraje de 2001 El pájaro amarillo, adaptación de un relato de Tennessee Williams, se estrenó con críticas favorables en el Festival de Cannes. "Me gustó mucho esa pequeña historia", recuerda. "Formaba parte de mi pasado, y estaba muy conectada con mi origen sureño". Giraba en torno a la hija de un predicador criada en circunstancias conservadoras, pero que "rompe su jaula".

Pero más tarde, cuando intentó escribir, dirigir y protagonizar una versión cinematográfica de Master Class, una obra de Terrence McNally sobre la vida de la cantante de ópera Maria Callas -en la que Dunaway había actuado sobre el escenario-, el proyecto fracasó estrepitosamente. El dinero se acabó, y todo tuvo que abandonarse a mitad de camino. En el documental, Dunaway recuerda haber estado "destrozada durante bastante tiempo, encerrada en mi habitación y haciendo análisis", como si el fracaso hubiera sido culpa suya.

Entrevistar a la estrella con su director y su hijo al lado no es tarea fácil. Son muy solícitos y, a veces, responden a preguntas dirigidas a ella. Bouzereau comenta que ha estado en sets con actores "difíciles" y exigentes. "Pero nunca se habla de ello", dice. "Si es una mujer, se habla de ello. Definitivamente hay sexismo ahí, a lo grande". Agrega que las estrellas masculinas son capaces de soportar los bombazos de taquilla de una forma que las mujeres no suelen soportar, haciendo referencia al desastre de 1987 Ishtar. "Fue peor que Mamita querida, pero no destruyó a Dustin Hoffman ni a Warren Beatty", dice. "Pero todo el mundo quiere hablar de la maldita Mamita querida". Dunaway se ríe de la observación con evidente aprobación.

Bouzereau dice que no quería que Faye fuera "melosa", que tenía que tener "esa sensación de vida real". O'Neill también interviene y agrega: "Queríamos contar una historia que no se quedara en lo superficial, que no se quedara en lo bueno. Tenía que abarcarlo todo. Mi madre estuvo de acuerdo, porque si no hablamos de todo, no es la verdadera historia". La describe como "una mujer muy fuerte... todos sus personajes en uno en la vida real". Es un comentario acertado. Hablando con ella, me doy cuenta de que Dunaway abordó el documental exactamente igual que cualquiera de sus trabajos como actriz. Es decir, lo hizo todo.

"Soy muy reservada", dice. "Pero lo conté todo".

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.