“Yo hablo por las cosas que hice. A mí me decían: anda a buscar a tal, yo iba y lo traía. Vivo o muerto, lo dejaba en la ESMA y me iba al siguiente operativo.” Palabras de Alfredo Astiz en una entrevista con Gabriela Cerruti en enero de 1998 para Tres Puntos.

Buenos Aires/12 arriba con una pregunta a General Lavalle. Particularmente, al Sitio de la Memoria ubicado en el cementerio local. Varios años atrás, allí se encontraron los restos de Azucena Villaflor y Léonie Duquet. La respuesta era esperable, pero el interrogante era inevitable: ¿Qué sintieron cuando vieron por primera vez la foto de los diputados de La Libertad Avanza con los genocidas, entre ellos Astiz?

“Pensé en cuál es el límite a todo esto, hasta donde llega el cinismo, porque no son viejitos seniles, son represores que secuestraron, torturaron, violaron y mataron”, dice Agustina Puertas. Repasa el momento en que le llegó la foto y le surgieron otras percepciones: “Me lo imaginaba más deteriorado, porque siempre pienso que cuando señalaba a las Madres y a las monjas en la Iglesia de la Santa Cruz tenía mi edad”.

Hoy Agustina tiene 23 años. Con 12, allá por el 2012, la atravesó la inquietud de ahondar en un relato que siempre circuló por su pueblo sobre que había monjas enterradas en el cementerio de General Lavalle. Aquel ruido derivó en una confirmación de los hechos, porque allí se encontraron los restos de Duquet. Desde entonces, se adentró en la formación y militancia por los Derechos Humanos a partir del programa Jóvenes y Memoria. La iniciativa la acercó en aquel tiempo, Maximiliano De Luca, su profesor de historia en la Escuela Secundaria N°1 Manuel Belgrano.

A De Luca, la respuesta al interrogante sobre Astiz y la fotografía le dispara una reflexión: “Más allá del rechazo, bronca y enojo que te invade, inmediatamente después a eso te llega la convicción de que no hay que dar por terminada la lucha ni creernos que la democracia está tan consolidada como cree la sociedad porque nos falta un montón”.

Ambos, junto a Joaquín Pérez y un colectivo de lavallenses, en una labor conjunta con la Comisión Provincial por la Memoria, llevan las riendas del Sitio de la Memoria en el cementerio. Ambos, también, coincidieron en un dueto de palabras sobre Astiz: oscuridad y sombras.

Para los dos, esa coincidencia perceptiva se ve en la foto viralizada de los libertarios y los represores. Se lo observa a Astiz ubicado en la fila del fondo, apenas se lo distingue. Está “escondido”, tal como señalan Agustina y Maximiliano. “Está como siempre, como cuando se infiltró en las reuniones de las Madres, cuando se hizo pasar por familia de un desaparecido, y todo para marcar y entregar a quienes terminaron en los vuelos de la muerte”, sintetizan.

Por eso ya están organizando la reacción. La continuidad de la lucha a la que hace referencia De Luca. Esperan, a más tardar a fines de agosto, poder concretar la contrafoto. El objetivo es que dirigentes, intendentes, legisladores y militantes se acerquen al Sitio en Lavalle y se saquen una foto en el lugar donde se pueden palpar las acciones del ex marino condenado a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad.

Las huellas de Astiz

Agustina Puertas recuerda la primera vez que escuchó acerca de Azucena Villaflor. Fue de parte de Cecilia De Vicenti, una de sus hijas y hermana de Néstor, el joven que Azucena buscaba cuando Astiz se infiltró en las reuniones que mantenía el incipiente grupo de madres. En diciembre de 1977, Azucena fue secuestrada y, según consta en documentos desclasificados tanto de inteligencia argentina como estadounidense, su cuerpo apareció flotando en las playas de Santa Teresita.

El primer parte médico indicó lo que siempre se negó: “el choque contra objetos duros desde gran altura”. Fue arrojada viva y sedada. Las fracturas óseas dejaron en claro que murió al impactar contra el agua. A pesar de saber los motivos de su fallecimiento, fue enterrada como NN en el cementerio de General Lavalle.

Recién en 2005, tras décadas de investigación, se logró certificar que los restos exhumados en la década de los años ochenta pertenecían a Azucena. “Su hija nos contó cómo lo vivió: mi mamá fue a buscar el diario y mi papá la espero mirando para el mismo lado toda su vida”, rememora Agustina el relato de Cecilia.

“Después de tantos años se entera de que su mamá está enterrada en un pueblito remoto de la provincia de Buenos Aires”, reflexiona Agustina. Recuerda que, durante aquella experiencia con la hija de Azucena, tenía entre trece y catorce años. “No se me ocurría la manera de ayudar”, suelta con la voz entrecortada.

Quien hoy se ocupa de brindar las charlas informativas durante las recorridas en el cementerio de General Lavalle, señala que los diputados del partido que encabeza el presidente Javier Milei mostraron, por medio de esa fotografía, que “avalan el accionar de los genocidas”. “¿Después de esto vienen los indultos y la reducción de penas?”, se pregunta.

Varias veces revuelve el mismo interrogante respecto del límite que se cruzó con esta acción. Repasa su recorrido. La inquietud que con doce años la llevó a investigar qué pasó en su pueblo. La búsqueda de información sobre la monja francesa enterrada y, al igual que Azucena, entregada antes por Astiz y arrojada de un avión militar en 1977. Recuerda las charlas con el ex prefecto lavallense que les relató cómo encontró los cuerpos en las playas y los enterró en la arena y este medio relató el año pasado.

Llega a sus ojos la imagen de la sesión en el Concejo Deliberante en 2017. La sesión que se tuvo que mudar a un polideportivo porque la gente no entraba en el recinto. Fue la primera vez que se usó la banca pública y presentaron el proyecto para señalizar y construir el espacio de la memoria en el cementerio.

Todo este trayecto recorrido la envalentona hacia una oración sobre la maldita foto de los genocidas con diputados libertarios: “Acá caminamos por lo que hizo Astiz, acá se puede ver lo que hizo”.


El impacto

Astiz nació en Mar del Plata en 1951. Cerca del mar. Se vinculó a la Marina, alcanzó el rango de capitán de Fragata en 1976 fue asignado a la Escuela de Mecánica de la Armada, la ESMA, el principal centro clandestino de detención y torturas a lo largo de la última dictadura cívico-militar junto con Campo de Mayo y La Perla.

“Yo nunca torturé. No me correspondía ¿Si hubiera torturado si me hubieran mandado? Sí, claro que sí. Yo digo que a mí la Armada me enseñó a destruir. No me enseñaron a construir, me enseñaron a destruir. Sé poner minas y bombas, sé infiltrarme, sé desarmar una organización, sé matar. Todo eso lo sé hacer bien”, dijo Astiz en otro pasaje de la entrevista con Cerruti, citada al principio de esta nota.

Hoy se habla de Astiz en Lavalle de muchas maneras, pero lo seguro es que la foto impactó. Hay un viraje, deduce Agustina Puertas. “Los que creen en la teoría de los dos demonios hoy se ríen y te dicen que se fueron al carajo con lo de la foto”, relata Agustina alguna de las experiencias que vivió en estos días.

—¿Por qué crees que se ríen?

—Porque la risa es por la vergüenza, me parece. Es decir que se fueron al carajo con la imagen y reírse para poder tomarlo de otra manera. Les preguntás qué más nos espera y no te contestan. Son personas que votaron a este gobierno.

Agustina, que no proviene de una familia militante pero contó con padres que siempre le dijeron “dale para adelante”, pide que se habilite el uso de los hoteles del Complejo Chapadmalal para llevar a cabo el encuentro de Jóvenes y Memoria. Por primera vez en la historia, un gobierno nacional estaría negando su utilización. Sería la primera vez en veinte años.

Así como hace un pedido, también convoca. Invita a conocer el Sitio que hace sólo un par de años cuenta con su propia aula donde se exhibe la historia de lo sucedido. Entre las personas que espera que asistan a Lavalle, Agustina piensa en Lourdes Arrieta, la diputada nacional mendocina que participó de la reunión con genocidas.

A los pocos días, Arrieta aseguró que no conocía quiénes eran las personas con las que se fotografió. “Yo nací en 1993, no tenía idea”, dijo. Al respecto, Agustina avisa que ella nació en 2001 y no tiene ningún problema en explicarle.

¿Qué hacemos?

Ante lo sucedido, Maximiliano De Luca advierte que había un solo camino: hacer algo. Lo primero que surgió es volver a contar con las visitas guiadas para las escuelas de la zona. La principal dificultad para esta tarea es el traslado de los chicos y chicas, pero eso se destrabó en acuerdo con la Comisión Provincial por la Memoria (CPM) que se hará cargo del transporte.

También lanzaron una capacitación docente sobre los 40 años de democracia para los maestros de la región. “Muchos ni conocen el Sitio”, señala. Y no se queda ahí. Va por más. Espera poder concretar la contrafoto. “Queremos que vengan los organismos de DDHH, legisladores, intendentes de la quinta sección electoral, y puedan venir al Sitio para conocer las consecuencias de lo hecho por Astiz”, remarca.

“Ante el negacionismo, la verdad”, indica De Luca. Pide que no haya olvido porque “esto no es verso”. “Intentaron, primero, discutir el número y luego plantearon la guerra de los dos demonios”, apunta. Son los dos argumentos que el propio Astiz utiliza durante la entrevista con Cerruti. “Hoy quieren derrumbar el relato histórico, pero acá, este cementerio, es la prueba tangible de los vuelos de la muerte”, sostiene De Luca.

En sintonía con los planteos suyos, Sandra Raggio, directora general de la CPM y férrea colaborado con el Sitio de la Memoria de General Lavalle, habla con este medio sobre la foto que, a su juicio, es un “escándalo moral”. “¿Cómo te podés sentar ahí y sonreír junto a quienes torturaron, violaron y secuestraron con sus propias manos?”, se pregunta.

Recuerda que, por aquella entrevista con Cerruti, también se condenó a Astiz por apología del delito. “Es plenamente consciente de sus actos”, dice sobre el ex marino. “No es que sólo cumplían órdenes ni nada de eso.”

Raggio hace hincapié en lo que sintetiza el encuentro de los cuerpos en las playas de San Bernardo, Santa Teresita y La Lucila del Mar. “Se pudo constatar científicamente la existencia de los vuelos de la muerte y de la muerte por impacto en el agua porque te tiraban vivo”, remarca.

Esquiva la palabra “monstruo” para definir a Astiz. “Es un genocida, un ser humano, pero que da cuenta de la atrocidad a la que puede llegar el ser humano. Es algo que no tenía en sus genes. Es algo que lo aprendió con la instrucción militar. No fueron bárbaros sino que el Estado los formó para eso."

Espera que lo sucedido sea un ejemplo reactivo. “Espero que el consenso de lo tolerable no se resquebraje, pero hay que entender que los genocidas son parte de la configuración ideológica del Gobierno nacional, lo son simbólicamente”, apunta Raggio. Y lo deja más claro: “Ahí está Victoria Villarruel”.