Un denso clima de sospechas volvió a apoderarse este fin de semana del fútbol argentino. El insólito penal que el arbitro Sebastián Zunino no cobró y el VAR a cargo de Yamil Possi no revisó en el partido Platense-Barracas Central y las declaraciones posteriores de Mateo Pellegrino, el centrodelantero del equipo de Vicente López, afirmaron la creencia generalizada de que hay una fuerza oculta en la AFA que influye en los arbitrajes y que protege a Barracas de cualquier fallo desfavorable. Parecería un despropósito poner a todo el sistema en estado de máxima tensión con tal de mantener en Primera al club del presidente Claudio "Chiqui" Tapia. Pero en el ambiente de la pelota son mayoría los que piensan así. Y por eso pasan las cosas que pasan y se dice lo que se dice.

Si esa protección efectivamente existiese, no se sabe si baja desde las más altas esferas de la asociación, es una voluntad unilateral de Federico Beligoy que sigue atendiendo a ambos lados del mostrador del arbitraje o un acto de pleitesía de un grupo de árbitros hacia la figura de Tapia. Lo cierto es que a Barracas insisten en no cobrarle penales groseros en contra (recordar sino lo que pasó en el partido con Independiente por la Copa de la Liga) y que a los jueces que se niegan a reconsiderar sus fallos en contra, los paran en el acto. Le pasó a Andrés Merlos que en el encuentro de Barracas con Atlético Tucumán dio un penal en perjuicio del equipo presidencial y luego de ir al VAR, sostuvo su decisión. La Dirección de Formación Arbitral lo suspendió dos fechas y en paralelo designó a Lucas Novelli, el VAR de ese juego, en dos clásicos consecutivos. La política de premios y castigos parecería funcionar a la perfección.

Tampoco es nuevo el temor de dirigentes jugadores y técnicos a las represalias arbitrales. Pellegrino, en todo caso volvió a ponerlo en palabras. Pero desde los tiempos de Julio Grondona que es así. "Conviene no hablar porque después te mandan a William Boo", decían los mismos protagonistas del fútbol que se quejaban en voz baja por alguna decisión del patriarca de Sarandí. Pero que en público le votaban todo con las dos manos alzadas. Nadie nunca dio a conocer la lista de aquellos arbitros serviles al poder. Pero todos la sabían. Ahora sucede lo mismo.

En tiempos en los que el presidente Tapia lidera la resistencia a la conversión de los clubes en sociedades anónimas deportivas, no parecería la mejor opción que un halo de suspicacias rodee las decisiones arbitrales de cada partido que juega Barracas Central. No se debería forzar al límite el sistema para dejarlo en Primera sin que pase angustias. En función de lo que se está disputando en la cancha grande de la política convendría que los partidos se resuelvan con transparencia en el verde césped y ganen los que tienen que ganar y pierdan los que tienen que perder. Pero la experiencia histórica demuestra que en el fútbol argentino el que piensa mal, generalmente acierta. Ha sido así desde siempre y a nadie le interesa que sea de otra manera.