Un trabajoso plan de robo, premeditado y ejecutado desde hacía un mes, en el microcentro de Rosario, se arruinó en un santiamén este sábado al atardecer, y antes de que sus autores lograran consumarlo. Lo único que sí lograron, y por poco, fue escapar sin riesgo de ser atrapados. Pero es probable que el saldo les haya sido negativo por invertir y perder más de lo que habrán podido robar.

La historia empezó hace un mes atrás, cuando una persona rentó un departamento de alquiler temporario, en el 6° piso de San Lorenzo 826, tal como luego recordaría el dueño del inmueble. En las unidades cercanas de esa torre ayer los vecinos comentaban sobre los ruidos que solían escuchar desde hacía un par de semanas. Golpes de maza, de un martillo rotopercutor (que finalmente los ladrones dejarían en su fuga apurada). Otro vecino haciendo reformas, supusieron. Pero no.

El sábado a la tarde los ladrones terminaron de perforar el living del departamento, traspasar la medianera y así acceder a la torre lindera, un viejo edificio de una oficina por piso, en el 822 de esa calle. Aparecieron en el palier del 5° piso, a través de una abertura de no más de 50 centímetros de diámetro entre los ladrillos huecos de la mampostería. 

Más tarde se descubriría que los boqueteros abrieron antes otro agujero pero fallaron porque daba al hueco del ascensor vecino.

Ya en la torre contigua, deshabitada los fines de semana, los ladrones eligieron una oficina del 7° piso desde donde se venden artículos electrónicos. Forzaron la puerta y así saquearon el lugar, y algo de dinero también embolsaron. 

El comerciante, desde su domicilio, no prestó atención la primera vez que la alarma le avisó en su teléfono. Solo un rato después, al notar que las cámaras de seguridad habían sido tapadas, se intrigó y acudió a ver qué sucedía. Para entonces, los ladrones fueron hasta una oficina del último piso, rompieron la puerta y no tuvieron mucho para llevarse. Sí una computadora que acabaron por dejar junto al boquete por el que habían entrado, dado que el monitor resultó más grande que el orificio.

En esos momentos, el comerciante del 7° –atraído por sus videocámaras ciegas– ingresó a la torre y llamó al ascensor. Cuando llegó a su piso, alcanzó a ver el escape apurado de un muchacho, a la carrera escaleras abajo.

Cuando la policía llegó, solo quedaban las huellas del saqueo a medias y de la audacia de sus autores. Una videocámara de la calle registró a esas horas –alrededor de las 7 de la tarde del sábado– a cuatro jóvenes que cruzaron a paso apurado y ascendieron a un automóvil estacionado en la esquina de calle San Lorenzo y Laprida. Sus rostros quedaron ocultos bajo las gorras que lucían.

En el departamento alquilado, donde todo comenzó, solo quedaron un par de prendas olvidadas y un bolso con herramientas, entre ellas el costoso martillo rotopercutor que abrió el hueco hacia la torre vecina.