La cultura metalera argentina, subespecie importante entre las tribus de nuestro rock, atraviesa la tercera década del siglo XXI con un catálogo de históricos en escena que aún catalizan las mayores convocatorias. El pasado sobre el futuro de un género que escribió sus clásicos en los '80 y en los '90 y, desde allí, transita la huella grande de un legado vivo y pesado. Pero, así y todo, curiosamente (o no) consigue atraer e interpelar a las nuevas generaciones.

En la narrativa frontal, solo cambió la partida de Ricardo Iorio en octubre de 2023: Rata Blanca sigue girando por el mundo como desde hace 35 años e independientemente de los compañeros ocasionales de Walter Giardino; los ex Hermética se mecen entre el repertorio, las banderas y los sellos de La H y Malón; mientras que el Tano Marciello amplía su viaje solista, aunque con una "conmemoración" a Almafuerte en El Teatro Flores y el Malvinas Argentinas para diciembre.

La llegada de Horcas a Obras marca un hito extemporáneo: es la última de esa saga histórica en lograrlo, aunque la que más ha conectado con su tiempo histórico y con las nuevas generaciones que convoca. La banda fue fundada en 1988 por Osvaldo Civile pero el ex V8 falleció once años después y, desde entonces, el nombre perdura entre los estandartes de aquellas últimas formaciones: el bajista Topo Yáñez, el guitarrista Sebastián Coria y Walter Meza, su cantante y estandarte escénico, además de un permanente conector con gentes y estilos vedados por el termismo del jevi nacional.

Hay una corriente tóxica dentro del metal argento que cuestiona a Horcas por usar ese emblema más allá de la vida de Civile. Esto es: a partir del 28 de abril de 1999. En los números, la banda grabó más discos sin el guitarrista que con él: nueve contra cuatro. Pero, fuera de eso, hay otro dato más interesante: cada época posterior a la de su fundador fue refrescada con incorporaciones jóvenes del metal local. En la década del 2010, por ejemplo, sumaron a Mariano Elías Martín, baterista de Mastifal, y al Castor Lucas Simcic, virtuoso que aportaba conservatorio al heavy. Y luego, ante la partida de ambos, aparecieron Cristian Romero y Lucas Bravo, créditos de Malicia y Morthífera.

Esas renovaciones de sangre le permitieron a Horcas mostrar cosas frescas: ahí están Por tu honor (2013), Gritando verdades (2018) y el flamante El diablo, registro de la transición entre Martín-Simcic y Romero-Bravo. La tríada Meza-Yáñez-Coria opera como garante de nuevas apuestas y con la generosidad de abrir la creación de las canciones a las nuevas camadas que buscan interpelar dentro de ese folklore tan bonito que es el metal criollo. Poco después publicar su disco número 13, Horcas se lanzó a Obras para probar su propia capacidad de convocatoria multigeneracional tras haber convocado el año pasado 15 mil personas para un show gratuito en Tecnópolis.

El microestadio de Avenida del Libertador tiene un valor para el repertorio emocional del rock argento. Aunque, especialmente, por las gestas de antaño que aún recuerdan los nostálgicos. En la actualidad destacan otros cubiertos porteños, el Movistar Arena a la cabeza. Sin embargo, Obras será Obras para Cristian, fanático de Horcas de toda la vida. Y también para su hijo, a quien llevó por primera vez a mostrarle su banda favorita: perdió el celular, otro lo encontró y se comunicó para devolvérselo. Ninguno de ellos olvidará la noche del sábado.

Hay algo imposible de negar: la cultura jevi argenta también está construida sobre ciertas intolerancias de mierda. La bosta que conformó los ladrillos y marcó cimientos. Otras tribus tendrán lo suyo, sin dudas. Quizás haya sido (y sea) la manera de movilizar los odios que también forman parte de ese barro: un odio que empezó siendo de clase y terminó siendo entre la misma especie. En toda esa narrativa, que se prolonga por décadas, Horcas aparece siempre como una fuerza centrífuga que intentó sacar la basura de adentro (no al revés) para permanecer en el fuego a pesar del hateo que los rodea.

Atento a todo eso, la noche de Obras fue, para Horcas, de reivindicación y popularidad. "¡Lo logramos!", dijo a sí mismo, a sus compañeros y al público el bueno de Walter cuando la banda tomó el escenario pasadas las 21, para hacer Rompo el dolor, uno de los repasos del emblemático disco Eternos. Tocar en el Templo del Rock trae prestigio pero también supone riesgos: los costos operativos para montar allí un concierto son altísimos y obligan a estar cortando clavos con el canto hasta último momento, necesitando un piso alto de convocatoria para no quedar en números rojos. La banda pudo haberlo hecho en 2005, cuando tuvieron el primer ofrecimiento, pero no se logró concretar. La revancha llegó casi 20 años después con la sabiduría que da la experiencia más una formación rejuvenecida.

Foto: Prensa Horcas

"Nos preparamos mental y físicamente para esto", confiesa Meza, quien sobrevivió a una parada brava por Covid. "Topo, Seba y yo le metimos muchos huevos pese a todo, incluso a la edad, jaja. Pero estamos hechos un camión, tocamos muchísimo. Y Lucas y Cristian, los dos pibes nuevos, nos hicieron retomar el amor a nuestra música", continúa el cantante. Sobre el escenario, Walter agradeció visiblemente el cariño de un público heterogéneo y auténticamente ATP, tal como se pudo apreciar cuando un nene de 10 años se subió para cantar Esperanza.

Para ese entonces ya habían mostrado tres canciones de su nuevo disco: El ciego, El diablo y El infierno que inventás, todas con pergaminos para convertirse en himnos del futuro. "Tuvimos épocas muy buenas y también estuvimos en la lona -se sincera Walter Meza-. Pero, como dice nuestra canción Fuego: Horcas… vive. Ahora queremos disfrutar de todo esto que acaba de pasar. Y prepararnos para lo que sigue: esto recién comienza."


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