Qué sé yo lo que sucede en Venezuela. Puedo contar lo que me pareció cuando estuve diez días en el invierno del año 1995, en Caracas y zonas aledañas al Mar Caribe, participando de un Congreso. Apenas sé lo que ocurre en mi barrio, en una dimensión que va del Rio Paraná hasta Juan Manuel de Rosas, de Avenida Pellegrini hasta calle San Juan.

No podría manifestar con claridad lo que sucede en el resto de la ciudad, en los barrios periféricos. Solo por comentarios, por lo que acontece en la TV y las redes, por la publicidad política o por lo caminado, (cada vez menos por la inseguridad), en los últimos años.

Pero tenemos por costumbre opinar con certezas tan endebles, como con sesgos ideológicos o repetir como imbéciles todo el tiempo lo que se nos incrusta desde los medios arbitrariamente, que destellan a diario en los hogares. Con tanta liviandad formamos opiniones basadas en la escucha de un mundo globalizado, para estupidizarnos.

Para tener una opinión cercana a la realidad habría que tener información precisa de primera mano. Leer, investigar, preguntar, cuestionar, para luego formar una opinión valorable y cercana a la realidad.

Yo puedo detallar si el Parque Urquiza está cuidado. Si hay inseguridad en el barrio. Si el Paraná esta crecido o en baja. Si respetan la poda de los árboles. Si mantienen el Planetario. Si el Anfiteatro Municipal, hoy privatizado y enjaulado, está en condiciones. Hasta si habrá crecido un tallo en el nogal, sobre la Avenida De la Libertad.

Puedo opinar con certeza. Porque lo camino cuidadosamente y poéticamente a diario.

Puedo reseñar si las luces de mi cuadra funcionan. Si barren las calles, si levantan la basura. Si la K, el 115 o el 131, 132, cumplen los horarios. Si arreglaron las veredas del Nacional 1. Si los bizcochos de chicharrón de las panaderías del barrio aumentaron o siguen en precio. Si las farolas de la Plaza Bélgica iluminan las noches de ensueño invernal.

Puedo y debo opinar con información no sesgada y direccionada. Con la capacidad de cuestionar lo que no funciona y valorar lo que se solidariza con los intereses del pueblo. Desde ese espacio tendré una mirada posible y respetada, sobre diferentes situaciones.

El resto, o sea el palabrerío mediático y las repeticiones morales de entrecasa, solo representan ramalazos interesados, tan parasitarios como miserables.

Osvaldo S. Marrochi