Ese movimiento de caderas que Judith Butler describió alguna vez como el comienzo de un drama, el señalamiento social que traería el armado de una teoría, es estructurante en la coreografía de Superfundo. Carlos Casella se desplaza por una pasarela, otra forma del escenario pero ligada a cierta virtud comercial, como si fuera una vidriera donde la figura se ofrece. En Superfundo no hay un fuera de escena. El equipo artístico formado por Gonzalo Córdova y Diego Vainer convive con el intérprete. Están allí haciendo de la maquinaria escénica una parte sustancial del espectáculo.
Pero en el comienzo Casella prefirió meterse dentro de un ataúd y enfocar un micrófono para capturar esa voz que en el ocultamiento podría invocar a otro personaje. La alusión a la muerte como una figura que habita el show recuerda el armado de la película All that jazz de Bob Fosse donde un coreógrafo y comediante creaba un musical con su propia muerte, la agonía bajo el formato del music hall.
Un cuerpo que se entierra (la escena que no sucede pero que se sugiere con la imagen del ataúd) habla de esa profundidad física, literal de esa tierra que taparía ese cuerpo que ahora está en la superficie. Aunque aquí el cajón es un elemento escenográfico que Gonzalo Córdova serrucha a la vista de todos para adaptarlo a los requerimientos del hombre que baila y canta mientras nos regala una visión perfecta de su culo. Bajarse los pantalones y mostrar las nalgas sería una forma de exponer el cuerpo en una puesta en escena que está centrada en la exhibición
La música electrónica que propone Diego Vainer oficia de dramaturgia. Casella canta siempre la misma canción pero la repetición se vuelve extraña. Hay en la ejecución, la del músico y su consola, la del iluminador y escenógrafo atento a los objetos y la de Casella como síntesis de todo el dispositivo, una voluntad de tomar como referencia las artes visuales. Superfundo podría ser una instalación, un ejercicio que se reitera infinitamente.
Hay algo que se rompe en la escena, como si la pieza estallara y viéramos cada una de sus partes pero después parece unirse, como si cada intervención de Casella reconstruyera ese bricolaje y armara otro recorrido.
Superfundo es una propuesta poética, una serie de variaciones que funcionan como una improvisación musical donde el cuerpo se adapta a las sonoridades. El intérprete es una materia moldeada por el espacio, la luz, el sonido como si no existiera por fuera de esas combinaciones, el personaje que surge obedece a ese engranaje y, al mismo tiempo, disfruta de una ambigüedad sexual. El esmoquin, la ropa que delata una hombría hegemónica elegante se expresa en el movimiento de unas caderas que son pura sensualidad. La distinción se rompe cuando se baja los pantalones y muestra el culo o, en realidad, continúa y se trata solo de una variante, un elemento más de esa escala glamorosa
En Superfundo la danza entra en alianza con los objetos. Hay un momento donde una soga de ahorcado enlaza el ataúd y Casella lo sostiene y tensiona. Es su partener, como un otro yo, un espectro o cadáver personificado en una estructura de madera. La dimensión espectacular devine en ritual. Una vitalidad que se desmadra sobre una pasarela para imaginar ese inevitable final
Superfundo se presenta este viernes y sábado a las 20:30 en Arthaus