El teléfono sonó en la sala. Respondí, porque la abuela decía que si yo quería ser una buena curandera tenía que empezar por atender las llamadas y dar las citas y decir buenos días, este es el consultorio de Abu Pirata, en qué puedo ayudarlo, entre otras cosas. Solo que, aquel día, al otro lado de la línea no había una paciente. No, no. Era una señora que se presentó como médica psiquiatra de un centro de acogida permanente cercano a la estación de metro Bonne Nouvelle, pero que estaba lejos de llamarnos para darnos una buena nueva. No entendí bien su nombre, pero dijo que nos llamaba a nosotras porque no había podido localizar a la madre de Jimmy, un vecino medio friki al que cuidábamos Abu y yo. Jimmy vivía en el piso de arriba, misma puerta al salir del ascensor. En ese barrio donde todo el mundo se conocía, en ese edificio donde todo el mundo se conocía, todo el mundo sabía que Jimmy era un poco especial, por no decir jnounné. De jnoun, plural de djinn en árabe.
Luego, la Señora psiquiatra me pasó con Jimmy, que tardó una eternidad en ponerse al teléfono. Tardó tanto que tuve tiempo de imaginar las respuestas que podría dar a mis preguntas. Solo que no dijo hospital psiquiátrico cuando le pregunté dónde estás, no dijo sí cuando le pregunté si estaba bien, no dijo no cuando le pregunté si era algo serio. Anoté la dirección que le sopló la Señora psiquiatra. Jimmy repitió las palabras dos veces después de ella, antes de que yo colgara.
Nos esperaban allí ese mismo día. Abu Pirata y yo habríamos ido aunque la Señora psiquiatra no nos hubiera dado cita. Yo no sabía muy bien cómo anunciarle a la abu lo que estaba pasando sin que se enojara, porque ya dedicaba bastante energía a encontrar una cura adecuada para Jimmy. Así que se lo dije a mi hermana mayor, sabiendo que ella se lo explicaría mejor que yo. Shango le contó todo sin que se le moviera un pelo. La pelea, los polis, el arresto. Y no se detuvo ahí. Dijo que era culpa nuestra, de la abu y mía. Según ella, lo que intentábamos hacer con Jimmy era magia, y hasta ahora lo único que habíamos conseguido era perder el tiempo. Luego colgó, dejando a la abu con la palabra en la boca, pero al minuto siguiente llamó para disculparse.
Yo podría haber atribuido esa actitud a su djinn, de no ser porque mi hermana era una soplona de manual. Esa era Shango en su máxima expresión: se ponía loca y después pedía disculpas. Cuando éramos pequeñas me delató un montón de veces, y a los soplones, a los idiotas, mi djinn y yo no los podemos ni ver. Después, cuando la abu me retaba, Shango decía, perdón, no quería que se enojara contigo, pero es que no es justo que te hayas comido todo el tiakri. Shango sigue siendo la misma nenita de entonces, aunque ahora tenga un trabajo, un departamento y un novio, como dice la abu.
Shango aceptó acompañarnos. Al salir del metro nos miró muy mal, de una forma más que elocuente, tras lo cual chasqueó la lengua muy fuerte dos veces.
Mi hermana no estaba tan errada con respecto a Jimmy. Quizá él fuera, como ella decía, un caso perdido, quizá fuera, como ella decía, retrasado de nacimiento, y la abu y yo simplemente nos negábamos a aceptarlo. Pero entonces, ¿de qué iba a servir un hospital psiquiátrico? Fue la pregunta que hice en voz alta cuando nos encontramos frente al edificio, y por toda respuesta la abu me dijo, sabes, Penda, los psiquiatras son para los blancos, vamos a sacar a Jimmy de aquí.
A continuación nos dirigimos a la consulta de la Señora psiquiatra. Ella nos explicó que, luego de su detención preventiva, Jimmy había sido transferido a ese centro porque su caso era psiquiátrico. Seguramente él le había contado que Abu Pirata era curandera, porque la Señora psiquiatra cuidaba cada una de sus palabras. Hacía un gran esfuerzo por no ofenderla. Tras unos segundos de vacilación, la abu dijo, dirigiéndose directamente a mí, te imaginas, Penda, si a cada blanco que me cruzo tuviera que explicarle en qué consiste mi trabajo, trabajaría más, no sería sostenible. Se hizo un silencio. ¿Debía traducir sus palabras, aun si la persona a la que estaban destinadas sabía muy bien qué quería decir la abu? La Señora psiquiatra se llevó el índice y el pulgar al mentón, en modo “qué interesante”. Era como si se hubiera pasado toda la carrera esperando a que se le presentara una ocasión como esa, encontrarse frente a una curandera inculta. Es lo que parecía traslucir su mirada llena de condescendencia. El malestar que me produjo fue demasiado.
Este extracto es el comienzo de Djinns, la primera novela de Seynabou Sonko, editada por Sigilo La autora estuvo presente en la última edición de la FEd. Traducción de Sofía Traballi.