Hay distintas maneras de perseguir una apropiación, hay quien se apropia de un paisaje escondido al que llega por primera vez; avanzar en esa dirección a pesar de tratarse de una entidad refractaria obliga a estrategias. En El Intérprete, Néstor Ponce toma como propia una ciudad del siglo diecinueve, la Buenos Aires de los primeros pasos, sus comienzos turbulentos, la dependencia dramática del poder extranjero a pesar de su independencia, sus sufrimientos: la peste que infecta y mata e instala el infierno, con el fuego de las ambiciones individuales de los que tienen alguna cuota de poder.
La novela revela una Buenos Aires que admira una cultura, una lengua, lo francés se idealiza hasta el punto de convertirse en meta criolla. Para los criollos, es Francia el lugar de la Civilización. El nudo anecdótico: una francesa bella llega a Buenos Aires en el siglo diecinueve para entretener a un juez, viejo, rico, y sin descendencia.
Su llegada desata la comidilla porteña, se especula sobre la francesa sonsacando perlas a su intérprete: único dueño de su intimidad. Él es el nexo, ilumina las palabras para que se entiendan los protagonistas, que desarrollan una relación civilizada en tierras bárbaras, las últimas del sur.
La francesita y el juez se comunican gracias a los buenos oficios del intérprete, que se deslumbra, como el resto, con la extranjera que corporiza el mundo refinado y culto, francés, ella lo objetiviza.
Ella encarna lo francés, nadie duda de que existió en su vida y alimentó y pulió su espíritu.
En el canje de una traducción hay para negociar, para pactar entre lenguas sabiendo que algo se va a perder en el camino, la traducción no sólo es una carrera cuerpo a cuerpo entre la palabra de origen y la que la suplanta, entre el significante y el significado, sino también un desafío a la intimidad misma del sonido y la alusión. La microestructura que se incluye en la narración de párrafos minuciosos sostiene distintos roces y enfrentamientos, revela la mirada que tiene el intérprete sobre el mundo que le toca en suerte: la alternancia París/ Buenos Aires.
El cuerpo de Buenos Aires exalta sus sentidos, afectados a su vez por su flanco sucio, oscuro y maloliente. El cuerpo del intérprete clavado a su sexo se calma únicamente con su explosión, con la piel blanca de alguna francesita de burdel, pero acuciado por imágenes eróticas de hombres negros que se sacian con carne negra.
En la historia del intérprete se densifica lo instintivo, que siempre es urgente , concretarlo exige obviar toda instancia que no sea la carnal. Los “pecados de la carne” sin sus reminiscencias bíblicas pero sí literarias cobran categoría determinante, penetrar al otro es el leitmotiv, entrar como se entra en un hoyo, en un agujero, porque más allá del deslizamiento hacia el placer instantáneo sólo hay borrón y oscuridad. La mujer: solamente un retazo de piel blanca, perfumada y flexible, que sirve para concretar el deseo (en el caso del sexo entre blancos); “un zarandeo en catres chirriantes en el barrio del Mondongo al ritmo del Cum Tango, Caram Cum” (sexo entre negros).
El sexo como traductor de clase, del deseo de poder, que se camufla en el órgano que persigue saciarse una y otra vez con la penetración, penetrar al otro, invadirlo, saturar todos sus resquicios, en una dupla en la que el que recibe es sólo y estrictamente una cavidad, un depósito que almacena, un recipiente listo para recibir lo que se impone. Se aceleran las formas narrativas acompañando jirones de la historia real del siglo XlX siempre dura de atravesar.
Los movimientos de los personajes se apoyan en el oxímoron: en El Matadero de Echeverría, escrito en el siglo diecinueve, la marca de la estratificación social está en los carniceros dispuestos a matar, y el joven y “atildado” jinete que los desafía: federales y unitarios .
“-¡Cajetilla!- Aprieto los dientes pero no me detengo, bellacos, sucia negrada, infame caterva de bueyes cagones”, de El Intérprete, escrito en el siglo XX pero que reinstala el XIX, sus categorías sociales en pugna, en las que una exhibe una desventaja extrema sin conmiseración, patentiza la pauperización y la marginalidad.
“Esta democracia nativa que se habría resuelto en la barbarie y el bandolerismo…contrarrestada por la acción civilizadora de la sociedad misma… La fuerza destructora se convertiría en energía vital, y el hecho brutal en ley definitiva”. Como un clarín suena la voz nacida en una zona siempre dispuesta a clarificar, desde su punto de vista, a ordenar, a dirigir, en una calle y a una altura que le facilitan vibrar arriba, la voz autorizada que se alza por encima de las del resto porque tiene con qué, se ampara en el poder siempre presente en la historia de los privilegiados.
El intérprete fue editada en 2024 por EUDEBA. Néstor Ponce es periodista, traductor y editor. Argentino, huyó de la dictadura militar a Francia, hoy es catedrático de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Rennes. www.nestorponce.com.