En Una puerta, un hombre y otro hombre, obra de Darío Bonheur, dos seres contrastan sus diferentes puntos de vista sobre la casa que acaba de comprar uno de ellos sin llegar a compartir los mismos parámetros. Bajo la dirección de Adriana Garibaldi, el montaje combina actuación, movimiento y maping sobre tres paredes y un piso, siguiendo a un texto estrechamente ligado a la dramaturgia del absurdo. Compone así un juego entre los actores y el espacio, el cual permite abordar la variedad de sentidos que suele plantear el lenguaje. Autor y directora consideran que la pieza habla acerca de los diversos modos de concebir lo que se conoce como realidad, además de tomar en cuenta el vínculo afectivo que se establece con los lugares que se habitan. Con la actuación de Gabriel Nicola y Miguel Sorrentino, diseño visual de Gustavo Acevedo y Leticia Barbitta, música de Gustavo Popi Spatocco, la obra se ofrece en Felisberto, una nueva sala ubicada en Yatay 112

Garibaldi comenzó a formarse con Cristina Moreira en tragedia, bufón y clown, cuando a comienzos de los ’80, “no le encontraba la vuelta a las clases de teatro”, según cuenta en diálogo con este diario. “En ese momento-dice- en el conservatorio nadie me enseñaba nada en concreto y el mmo y el clown, que eran un boom por entonces, me ofrecían un modo de actuar, una técnica para desarrollar”, precisa. Luego conoció al director cordobés Paco Giménez, y a lo largo de 22 años integró el recordado grupo La noche en vela.

-¿Cómo fue que te contactaste con Paco Giménez?

-Yo estaba en uno de los festivales internacionales de Córdoba y vi su obra Choque de cráneos. Me dí cuenta de que era una versión de Los 7 locos, una obra de Arlt que, creo, es la que más veces leí en mi vida, y enseguida quise estudiar con Paco. Por suerte él comenzó a viajar seguido a Buenos Aires y se formó un grupo. La primera obra que estrenamos fue La noche en vela, en el sótano del IFT, debajo del escenario principal. En total hice con el grupo 5 obras.

-Paco es un artista inclasificable, tal como vos definís a Felisberto Hernández, por quien tu sala tomó su nombre…

-Sí, yo tomaba clases de dramaturgia con Alberto Muñoz y fue él quien me hizo leer la obra de Felisberto Hernández, un autor que va creando mundos tergiversando reglas. Me gustó ponerle su nombre a esta nueva sala: tener un espacio propio para trabajar es un viejo deseo que, creo, contrarresta lo efímero del teatro.

-¿Cómo llegaste a esta obra?

-Ya había dirigido de Darío Bonheur otra obra suya, Rezar de noche, un relato tremendo sobre el bullyng, para describir rápidamente lo que allì se cuenta. Durante la pandemia él me pasó el texto de Una puerta…que me recordó mis inicios como lectora de obras de teatro, la época en que empezaba a conocer los textos del teatro del absurdo.

-¿Qué es lo que te interesa de esa dramaturgia?

-El juego que permite el lenguaje, el trabajar sobre la variedad de los sentidos de las palabras. Los personajes ven la realidad de modos muy distintos y a la vez pueden ser uno solo. Por eso no quisimos caracterizarlos, incluso los actores fueron intercambiando los personajes en los ensayos.

-¿Es difícil trabajar este tipo de piezas?

-Son complejas de abordar. Yo llamé a dos actores dúctiles y entrenados en teatro físico, que pueden sostener esa otra realidad que plantea la obra. Para enriquecer el sentido estuvieron meses trabajando sin tener el texto de memoria, ensayando desde el recuerdo.

-¿Por qué usaste ese procedimiento?

-Porque creo que cuando se estudia una obra, la memoria hace que se cristalice el sentido. Y yo quería indagar en la dinámica de los diálogos y encontrar diferentes modos de decir los mismos textos. Hasta que los actores pudieron hacer que sus personajes, como una rueda dentada, engancharan uno con el pensamiento del otro.

-¿A qué ideas te llevó la puesta de esta obra?

-El juego entre los actores y la temática, me llevaron a Gastón Bachelard, cuando en La poética del espacio se refiere a la figura de “la casa del ermitaño”, un lugar donde no hay nada y donde tampoco se necesita nada. Aquí hay solamente una puerta cerrada que, mientras no se abra, contiene todas las posibilidades. Y esto también se relaciona con la esperanza.

*Una puerta, un hombre y otro hombre, en Felisberto (Yatay 112), los viernes a las 21 hs.