En cierto momento epifánico de La práctica, la nueva película del argentino Martín Rejtman, el protagonista cae en la cuenta de que el universo de seres humanos que lo rodean puede dividirse claramente en dos grupos: los alumnos y los exalumnos. Hace años, muchos años, que Gustavo da clases de yoga en un pequeño salón en Santiago de Chile, y los rostros y cuerpos que han pasado por allí dejaron una estela diáfana o bien desaparecieron por completo. Hay una única excepción a esa tajante división: Steffi, una joven alemana que, por sufrir de una particular clase de amnesia, es al mismo tiempo alumna y exalumna. Casi una versión humana del fenómeno cuántico conocido como dualidad onda-corpúsculo. Quien es ex de hecho y casi por derecho es Vanesa, con quien Gustavo está casado a pesar de no compartir ni techo ni lecho. Apenas si se dividen algunas cuentas a pagar y, tal vez, las cuotas de una heladera nueva. Durante esos días de separación forzada, con idas y vueltas entre la ciudad y un retiro en el interior chileno, transcurre La práctica, que finalmente verá la luz de los proyectores locales el próximo jueves 5 de septiembre, a un año exacto de su estreno mundial en el Festival de San Sebastián.

La práctica es inherentemente rejtmaniana, dueña de un inconfundible sentido del humor -a veces absurdo, otras tantas basado en pequeñas observaciones cotidianas-, un ligero vértigo producto de las ansiedades y miedos del protagonista y esas marcas de estilo de la dirección actoral, los diálogos y el montaje que el realizador argentino comenzó a erigir a partir de su segundo largometraje, Silvia Prieto (1999). Pero más allá de los espacios y tonalidades familiares, confortables, hay varias primeras veces en su nuevo largometraje. El director de Dos disparos (2014), Los guantes mágicos (2003) y Rapado (1992), cuyos relatos transcurrían en su totalidad en Buenos Aires -con alguna escapada a la costa bonaerense-, filmó ahora en gran medida en el país trasandino y contó con la presencia de un nuevo rostro, el de Esteban Bigliardi, actor que Rejtman tuvo todo el tiempo en la cabeza mientras escribía el guion. Con algún que otro paso de comedia física y la música de Santiago Motorizado, La práctica sigue a Gustavo en lo que podría ser el comienzo del resto de su vida, acompañado en pantalla por actrices chilenas de la talla de Amparo Noguera y Catalina Saavedra, además de la participación, en tres escenas inolvidables, de Mirta Busnelli.

Gustavo no tiene casa ni muebles, aunque al menos quedó en su posesión un biombo que nadie más quiere. Porque, ¿quién quiere un biombo en pleno siglo XXI? Vanesa (la chilena Manuela Oyarzún), su ex, se deshizo de la mesa, las sillas y un par de aparadores que ocupaban el living de la casa; profesora de yoga ella también, ha comenzado a dar clases en la intimidad del hogar. Por eso el biombo está en el pequeño estudio de Gustavo, doblado y apoyado en una pared. Gustavo va del estudio a la casa de su cuñado, que fuma todo el tiempo y come comida con mucho ajo. Por eso Gustavo hiede a ajo y a pucho, aunque no fume y coma con ajo porque no le queda otra opción. En esas anda el protagonista, dando clases como siempre, cuando un temblor, algo usual en la capital chilena, hace que la práctica se detenga y todos salgan al exterior. Excepto una persona que queda adentro, justo debajo del biombo.

Sentado en la mesa de un café ubicado exactamente en el límite geográfico entre Chacarita y Palermo, Martín Rejtman recuerda que en la primera versión del guion la historia de La práctica transcurría en nuestro país. “Dos disparos había sido una coproducción con Chile, pero no había habido ningún requisito especial, excepto que hicimos la posproducción de sonido del otro lado de la cordillera. El guion de esta película estaba pensado para filmarse en Argentina, pero en cierto momento pensé que si rodábamos en Chile eso iba a facilitar la coproducción. No fue tan automático como imaginamos y tuvimos que presentarnos al fondo unas cuatro veces. Pero siempre es así: tengo ideas de producción que después, al final, terminan saliendo al revés. Uno planea algo y las cosas no salen de esa manera. Al mismo tiempo, varias de las circunstancias que rodean al protagonista están basadas en experiencias mías en Chile. Fui muchas veces a hacer retiros de yoga en el norte del país, en el Valle del Elqui, que está a la altura de San Juan. Una zona muy seca pero muy linda. Viajé muchos años y, una vez, durante uno de esos retiros, me pasó que... por ahí es medio spoiler, pero un día volví a Santiago y me quedé en la casa de uno de los productores de Dos disparos. Y esa noche, antes de regresar al retiro, fui a tomar algo y al volver caminando, mientras buscaba un taxi, me caí en una alcantarilla”.

CUANDO PASE EL TEMBLOR

Gustavo y Vanesa, empujados en gran medida por el primero, van a visitar regularmente a una psicóloga (Catalina Saavedra, la protagonista de La nana). Sesiones de terapia de pareja que, como Vanesa no se cansa de repetirle a Gustavo, no tienen demasiado sentido ya que ambos están separados. El protagonista parece aferrarse a algo que ya no existe y Vanesa insiste en que deje de vivir entre el humo y el ajo y consiga un departamento en el cual comenzar de nuevo. Típico en el cine de Rejtman, el encuentro casual con Laura, una exalumna farmacéutica de profesión (Camila Hirane) dispara otra línea narrativa que viene a sumarse al esquema original. En La práctica, como en otras películas del autor, los personajes aparecen, desaparecen y reaparecen ubicados en distintos casilleros del tablero narrativo, parte de un tejido que comienza a envolver a Gustavo entre las idas y vueltas al retiro, un espacio libre de celulares regenteado por una firme practicante del yoga (Amparo Noguera). Pero antes de todo eso, el primer temblor, que Gustavo llama terremoto, aunque las cosas apenas si se sacuden un poquito.

“Viví muchos temblores en Santiago. Cuando estábamos haciendo la posproducción de Dos disparos todas las noches, tipo a las doce, sentía que se movía un poco la cama. Si estás en un piso alto los sentís más. En la película se hace alguna referencia a eso: la ex le dice ‘Hace más de diez años que vivís acá y no sabés la diferencia entre un temblor y un terremoto’. En fin, Gustavo es un argentino en Chile, y hay alguna observación sobre unos y otros. Pero lo cierto es que no pensé demasiado en las diferencias, porque me parecen un poco lo mismo en términos de la historia”. Ningún espectador notará salto o brusquedad alguna, pero por cuestiones ligadas a la coproducción –La práctica fue producida entre Argentina, Chile, Portugal y Alemania– algunos de los interiores del film fueron filmados en las tierras de Saramago. “La verdad es que, si hubiera sido por mí, filmábamos todo en Chile. Me gustaba la idea de hacer una película en un lugar que fuera muy familiar y, al mismo tiempo, un poco distinto. Eso de tener las cosas un poquito corridas es algo que siempre hago, trabajo sobre eso. Y en este caso lo hice con los actores y las locaciones. Pero lo de Portugal funciona, de todas maneras. Y ojo, que incluso hay actores portugueses en la película. Por ejemplo, el que hace de Miguel, el hombre salvaje, es portugués. Lo tuvimos que doblar con una voz chilena”.

En casi todas las películas de ficción de Martín Rejtman -sus documentales son otra cosa- la idea de repetición, de ritual incluso, forman parte del engranaje narrativo y formal. Pero en La práctica, tal vez como consecuencia de la misma práctica del yoga, que requiere de la repetición de posturas, movimientos y respiraciones para su éxito, resulta aún más evidente. Los viajes de Gustavo y/o de Vanesa al retiro, con sus planos casi idénticos de la ruta, algún recodo y un puente, se repiten al ir y al volver, como así también ciertos encuadres de interiores y exteriores, siempre con variaciones, amén de las caminatas por las mismas calles y los desayunos y cenas en la misma mesa. Allí radica, en una pequeña fracción, parte de la comicidad de la película, aliteraciones visuales que el montaje transforma en cosmos, el universo en el cual se mueven e interaccionan las criaturas. “Es interesante eso, porque la verdad es que no lo pensé cuando hacía la película. Cuando la presenté en el Festival de Nueva York, entre el público estaba presente la directora Julia Solomonoff. Ella vive allá, practicó yoga conmigo muchos años y fue asistente de dirección en Silvia Prieto. Después de la proyección, durante la sesión de preguntas y respuestas, hizo esa misma observación. Los dos practicábamos ashtanga yoga, que es un tipo de práctica en la cual repetís todo el tiempo la misma serie. Es una observación buena, porque en el fondo tiene que ver con eso. No es que esas repeticiones en la película estén pensadas como reflejo del yoga. No fue intencional, pero es algo que se puede relacionar perfectamente”.

De las repeticiones también surge la forma de la película, su humor.

-Es que es una manera de estructurar todo, ¿no? De darle un cuerpo a las películas. Porque si no todo es una deriva constante. En mis películas no hay grandes eventos o situaciones dramáticas que les cambien la vida ciento por ciento a los personajes, entonces es necesario tener una estructura. Y esa configuración está dada por las repeticiones. Obviamente, el humor en parte también se basa en la repetición. Una cosa es que algo ocurra una única vez, y otra distinta es que ocurra dos veces. O tres. Se produce un efecto de cambio. Pero son cosas totalmente inconscientes. O son conscientes durante la escritura del guion pero después me olvido, lo borro de mi cabeza. Tal vez porque soy un poco como los personajes de las películas, que no son muy reflexivos sobre sí mismos.

COMO UN HERMANO MENOR

El menisco hace crack. Y ahí arrancan las visitas a los médicos, los visionados de unos videos en YouTube producidos por un “especialista” ruso, las recomendaciones de unos y de otras. También hay un alumno que tomó una sola clase para probar qué onda y no regresó hasta mucho tiempo después, cuando las sospechas de que se trataba de un amigo de lo ajeno quedaron un poco olvidadas. A él no le suenan los meniscos, pero un movimiento en falso lo deja con un fuerte dolor de espaldas. De vuelta al médico, el cruce con la farmacéutica y también con su pareja (que está a punto de ser expareja), un anestesiólogo aficionado a los muebles (notable Víctor Montero). También hay un motoquero que se cruza en la vida de Laura y algunos objetos que pasan de mano en mano (o de living en living), como en la seminal Silvia Prieto. La práctica, como todas las películas de Rejtman, es una comedia y al mismo tiempo varias cosas más. Pero todo comenzó con Esteban Bigliardi.

“La película, sin Bigliardi, no existiría. La escribí pensando en él. Se parece un poco a mí. Hay un aire de familia, podría ser un primo o un hermano menor o algo así. Y no es porque la película esté basada en mí, pero me gustaba la idea de jugar un poco con eso. Hubo un momento en el cual existieron problemas de fechas para filmar y estuve pensando alternativas, pero me resultaba muy difícil hacerla sin él. Ensayamos mucho durante la pandemia, con Esteban y con su coach, Rafael Federman, que fue el protagonista de Dos disparos. Todo para entrar en el clima que necesitábamos. Esteban es bárbaro, su entrega fue absoluta y siempre mantuvo la mejor predisposición”. En cuanto al reparto chileno, mayoría absoluta por lógica geográfica, Rejtman recuerda que vio muchas películas del país vecino y el casting fue profuso y extenso. “Fueron años de casting. La película se fue retrasando, en parte por la búsqueda de fondos y también por la pandemia, pero seguimos trabajando. Aunque eso es algo que me pasa siempre, en todas las películas: el casting y la búsqueda de locaciones son procesos largos. Me gusta ver a todo el mundo antes de decidir, aunque muchos productores a veces se enojen. Además me gusta hacerlo personalmente. Por ejemplo, en Rapado recuerdo que las locaciones salí a buscarlas en mi ciclomotor. En Chile era más difícil, obvio. Vimos muchos actores y actrices, y realmente encontramos gente tan buena que me daba pena no tener personajes para ellos. Catalina Saavedra, Amparo Noguera, las dos geniales. Y después Camila Irane, que interpreta a Laura. Es muy conocida en Chile, pero es alguien que casi no hizo cine. Muchas telenovelas, y muy famosas. Bah, ellos les dicen teleseries, que es más cercano al concepto nuestro de tira. Un día estábamos mirando Instagram y vemos que tenía 600.000 seguidores. Ahí nos dimos cuenta de que era súper famosa. No teníamos idea, ella vino al casting como cualquier otra persona, después se quedó tomando algo con nosotros”.

La moto hace crash. Y ahí se termina otro (accidentado) viaje al retiro. Vuelve Steffi, nuevamente renacida, la misma pero otra. Y también muta el hombre salvaje, el portugués que hace de chileno. Y, tal vez, cambie Gustavo, que regresa al domo del yogui y una mañana se pierde conscientemente en el bosque, en una secuencia “contemplativa” que parece otra primera vez en el cine de Martín Rejtman, cuyo cine es usualmente compacto, con secuencias prolíficas en diálogos y situaciones y cosas y bienes. “Son siete, ocho minutos”, saca la cuenta el realizador. “Supongo que quise hacer algún comentario al respecto con esa escena. La verdad es que me gusta poner de todo en las películas, llenarlas de cosas. La idea de esa caminata tiene que ver con cierta idea del cine contemporáneo, que a mí me aburre un poco, pero que de todos modos quería incluir en La práctica. Pero en ocho minutos, no en 180. No es una ironía, de hecho me parecía bien que eso formara parte de la historia. No es algo caprichoso, tiene que ver con el protagonista poniéndose en otro lugar, del otro lado de la civilización, por decirlo de algún modo”.

 

El final de La práctica es diferente al de otras películas de Martín Rejtman. Abrupto y precedido por una posible trascendencia. Un paso hacia otro plano. El realizador cree que, en general, en sus películas “los personajes desaparecen al final, es como si se disolvieran. Por ejemplo, el personaje de Vicentico en Los guantes mágicos se pierde en una discoteca del interior. En Silvia Prieto hay un plano bien abierto, mientras ella dice que es otra persona. Como si perdiera entidad. Y siempre es algo melancólico, sin risas. En algún punto creo que hago películas que podrían ser comedias, pero que al final siempre terminan no siéndolo”.