¿En qué consiste el lugar del excluido en una estructura familiar? Se trata indudablemente de un cierto fantasma que se repite intergeneracionalmente, a partir de un evento de índole traumático en alguna de esas generaciones precedentes, probablemente ligado al no reconocimiento parental de un hijo.
Esta es una hipótesis del psicoanálisis, desarrollada sobre todo por el psicoanálisis francés lacaniano, en el análisis con niños: señalada tanto por Maud y Octave Mannoni, Françoise Dolto, Piera Aulagnier y el propio Jaques Lacan.
Ese episodio original, trauma transgeneracional, puede suceder por circunstancias psicopatológicas, como ocurre con las patologías psiquiátricas de alguno de los padres, o en las psicosis puerperales de las madres parturientas, pero también puede acontecer por la pérdida temprana, brutal e inesperada de alguno de los padres o la estructura parental --lo que ocurre por ejemplo con las situaciones catastróficas--. Esos efectos suelen observarse en lo social y en lo cotidiano con más asiduidad de lo que uno podría suponer. La expresión de Machado sobre una España vital y otra que hiela la sangre[1] es el orillo de ese quiebre estructurante, de toda lucha fratricida en un sentido universal y bíblico.
Por otra parte, pareciera que lo social mismo se estructurara a partir de una dinámica que requiere de un excluido para funcionar. Los horrores contemporáneos y las guerras ponen de manifiesto este tipo de tensión irreversible.
¿Pero qué es lo que padece un sujeto en el lugar de un excluido? ¿Y de qué está aquejada esa persona sin saberlo? ¿Y por no poder allí reconocerlo, a qué peligros se enfrenta cotidianamente? Es probable que ese lugar se instale, no ya sólo como un síntoma que lo haga tropezar, sino como un auténtico impedimento, como una verdadera vorágine de trozos, pedazos de real que lo devoran y lo discapacitan. Sobre esto una persona construye una serie de recursos, compensaciones, técnicas de supervivencia y hasta estrategias deseantes, tal como señalaron Deleuze y Guattari. Pero las secuelas están allí, y cuando reaparecen, en algunas de sus formas, en algunos de sus ecos, para el excluido --en el lugar del excluido, que no es un lugar permanente--, tienen un efecto no de retorno de lo reprimido, sino de encuentro con el trauma.
Frente a esto, se desarrolla una fórmula lógica que nombramos “una orfandad anticipada”, y que, más allá del momento vital de la existencia, vuelve a ponernos frente a frente con un dolor que parece infinito, con un desamparo que es propio de la inermidad humana. Es curioso que esta circunstancia sea también una oportunidad para volvernos, una vez más, humanos en la desventura. Es curioso que sea esta también una oportunidad, un punto de inflexión, para romper algo del lugar del excluido. Como si pudiéramos por un momento ser los artífices en la isla de montaje y decidir los destinos del “final cut” de nuestra película.
Como vemos, ante esto traumático tan desmesurado, no alcanza con explicarlo ni por los factores predisponentes psíquicos, ni considerando la dimensión de estructuración subjetiva, sino que es un llamado a producir una nueva novela a partir de las secuelas, a partir del reconocimiento de esas secuelas que son, por lo pronto, con lo único que contamos en el plano de la representación, para ubicar algo de la historia intergeneracional y transgeneracional respecto de la función del excluido.
¿Es posible extender esta figura, esta estructura y esta función, la del excluido, al plano de las organizaciones sociales y de los registros en lo social? Didier Anzieu lo intentó, también Pichon-Rivière en Argentina. La persecución y la estigmatización que se hace en la política actual sobre comunidades, organizaciones, colectivos, disidencias diversas nos da una pauta de que en la dinámica de los grupos ocurre algo semejante a una estigmatización y persecución del excluido. No puede ser una extrapolación teórica ni clínica punto por punto, pero refleja inevitablemente algo de esa dinámica. Una vez más, no es que lo social se comporta como una estructura familiar, pero lo familiar irradia sobre lo social y los modos de organización familiar extendidos. Atávicos o ancestrales, o en su versión contemporánea de la fragmentación familiar --ante la cual la familia ensamblada es un intento de dar respuesta y resistencia--, produce efectos sobre las posibilidades de organizar lo social.
A fin de cuentas, un excluido es alguien que ha sido señalado para no existir. Es alguien que por oscuras motivaciones ocupa el lugar de un muerto. Es, por doloroso que parezca, alguien que no ha sido deseado. Curiosamente, y ya no desde la estructura familiar, sino desde la transversalidad social, será, reconociéndose como tal, desde el único lugar desde el cual pueda surgir alguna regulación para su existencia, ante semejante arrasamiento de los principios de la vida y la cultura. Reconocerlo, legítima, genuinamente, para salir de allí.
Serán, por una parte, los pares, a veces incluso anónimos, por ejemplo si decidimos seguir los lineamientos del funcionamiento de la psicología de las masas en los fenómenos multitudinarios, reconocidos a veces simplemente por pancartas, banderas o algún marco de referencia simbólico. Y en otros casos, se tratará del remiendo social que nos ofrezca la función maternal de estos emergentes, expresiones comunes y comunitarias, tanto en el plano de los maternajes ciertos, que son funciones de apuntalamiento, las “caricias para el alma” y de las otras, también las palabras que consuelan y arrullan, las orientaciones que le quitan dramatismo al sufrimiento y las intervenciones directas sobre las condiciones de vida de esa persona y su comunidad. Y por otra parte, la función reguladora paternal, que no es otra que la de transmitir marcas comunes para que se narre la historia, otra novela en otro plano, otra novela familiar incluso, para otros, para lo porvenir. Madres y padres putativos, conmutativos, que nos ofrendamos también en la interrelación entre pares, entre los conciudadanos, los amigos, los queridos, los que compartimos la generación o simplemente cualquier sesgo o rasgo identitario.
Cristian Rodríguez (Espacio Psicoanálisis Contemporáneo-EPC).
Nota:
[1]Ya hay un español que quiere/ vivir y a vivir empieza,/ entre una España que muere/ y otra España que bosteza./ Españolito que vienes/ al mundo te guarde Dios./ Una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón. “Españolito, de Proverbios y cantares”, Antonio Machado.