“En una época para ofenderme me decían en redes que me parecía al cantante de Malafama. Entonces me puse una gorra y lo imité, lo volví un chiste”, dice María Carolina López Schmalenberger, más conocida como Charo López

Hija de una maestra de biología y un padre inclasificable, la actriz y comediante escupe una grosería con tono dulce, es en ese cortocircuito donde el humor de Charo triunfa. Entra por los poros y sale en forma de carcajada. Sea en un teatro, en la radio, en un sketch o en una serie de Netflix. Mientras Charo prepara un mate en la barra de su cocina, husmeo la heterogeneidad de objetos y chucherías que reclaman mi atención en una casa que refleja a quien vive: sobre una biblioteca el busto barato de una Evita se entremezcla con una colección de perros de porcelana. Desparramado en el sillón reposa un perro de carne y hueso, Pico. En una de las paredes posa una pareja de leones, un cuadro que Charo recogió de la calle, en la otra sonríe un Adrián Lakerman de 13 años en la fotografía sobre madera de su bar mitzvah. 

En el frente de la heladera conviven calcomanías de Olmedo y Porcel, una imagen ochentosa de alguna formación de Las primas y dibujos de Elvira, la hija de Charo. “Convivir con una persona de 7 años me permite sacarme de encima toda la formalidad de la adultez”, dice. Desde lo alto del electrodoméstico vigila un Godzilla de plástico, uno de los tantos que habitan ese hogar lúdico lleno de vida.

Charo, nacida el 6 de mayo de 1980, es un Lego hecho de las mujeres fuertes que la criaron en una casona antigua gigantesca a dos cuadras de la estación de Banfield. Abuelas, tías, madres e hijas se reunían en la cocina a rellenar cientos de empanadas, tomaban sol todo el invierno, tejían y charlaban para compartir el aburrimiento. Charo era la más chica de las mujeres y escuchaba a su madre decir ‘andá a barrer la vereda y sabés cómo se te pasa todo’. “Yo siempre fui muy fan de ciertas mujeres. De mi mamá, de las maestras, la panadera. Siempre me llamaron más la atención en sus formas las mujeres que los hombres. La hermana de mi papá me influyó mucho, era como una estrella. Fumaba Chester con rush, manejaba una Torino coupé. Era una señora muy elegante y muy ordinaria a la vez, eso es un superpoder”, relata Charo con un brillo nostálgico en sus ojos. 

Cuando le pregunto qué extraña de aquella época responde “Los sabores. Extraño el gusto a las Melba. Ahora nada tiene sabor”. De niña fue amante de la televisión, con su abuela materna devoraban la programación de los cuatro canales de aire, entre Topacio, Xuxa, ALF, Función privada y Grandes valores del tango. Pero también esperaba esos momentos sagrados en los que jugaba sola, construía escenarios para montar obras que solo verían perros, gatos, conejos, palomas y tortugas.

La célebre empanada de concha

Antes de hacer reír a la gente pasó por toda clase de trabajos, incluyendo ser operaria de una fábrica de galletitas de hojaldre, porque la independencia económica le dio la posibilidad de elegir. Definida por ella misma como “mala amiga” y devota del amor, Charo fue parte del fenómeno Cualca, junto a Malena Pichot, Julián Doregger, Julián Kartun y Julián Lucero. Fue en ese ciclo, al que recuerda con mucho cariño, donde su concha se volvió viral, y en esa pérdida de pudor Charo blanqueó un flagelo femenino del que no se hablaba: “la empanada de concha”. Cuando el tiro del pantalón parte en los dos labios vaginales. Un chiste que definió el humor físico de López, la sexualidad corrida de los parámetros masculinos.

A Charo le interesan los personajes raros, como Norman, el dueño del mítico bar Mamita. “Yo tengo que charlar con personas diferentes a mí para crear a mis personajes. Me siento más cómoda en el bar post apocalíptico Mamita que en una fiesta cheta donde la gente no se ríe. Quizás el 40 por ciento de esa gente que está en Mamita lo votó a Milei, pero en el crisol de la noche hay una rotura que nos encuentra ahí”, reflexiona mientras endulza el café. 

¿Quién fue tu mayor influyente en el humor?
--Me pasó muchas veces de tener que hacer fuerza por responder quiénes eran los referentes míos de en el humor y hace muy poco tuve la iluminación de darme cuenta que el Negro Álvarez era mi ídolo. Cada vez que aparecía en la tele, algo se me encendía. Yo quería ser como él, esa cosa desfachatada, de tener una ocurrencia tras otra, el disfrute y lanzar un sonido. En algún momento me olvidé de eso y ahora lo recuperé. Hace poco me bajé un disco entero y me reí con ruido

¿Llegaste a conocer a tu ídolo?
--No, no hace falta conocerlo. A mí me gusta también la distancia con la gente que me gusta lo que hace, porque me da miedo también. Y siento que es algo muy porteño esto de tener que participar de la obra del otro. Querer un poco más, morder algo. Hay cosas donde uno no tiene que participar.

¿Te permitís que te guste el arte de alguien que ideológicamente es complicado?-----Una cosa es alguien inmoral, alguien políticamente incorrecto me puede atraer muchísimo. Pero alguien fascista ya no puedo, pero sobre todo porque no me parecen personas muy inteligentes. Pienso que de todo lo que había para elegir, eligió lo peor, y eso me aleja. Tampoco necesito que las cosas que me gusten sean perfectas, no entro en el debate cuando algo me gusta. Hoy me puede gustar un artista que mañana va a hacer algo horrible. Me aburre la búsqueda de la corrección política. Prefiero los malos que hay que pensarlos, que te ponen en jaque. Siento que todo está yendo hacia un lugar peligroso donde la gente tiene miedo de mostrar lo que piensa, lo que siente. Y ya no hay debate.

¿Cómo te llevás con el riesgo de equivocarte en un momento donde todos están buscando la falla del otro para crucificarlo?
--Se perdona muy poco, sí, y hay mucha gente que se empezó a fanatizar. Me frustra. A veces alguien hace algo genial, pero solo se fijan en que cómo usó una pluma es apropiación cultural. Bueno, lo más moral en ese caso es aceptar que se hizo apropiación cultural y seguir adelante. No hay que ofenderse cuando te marcan un error. Todo es muy cambiante, yo me voy a equivocar un montón de veces y voy a decir cosas que están mal. Hay que empezar a incorporar que no vamos a hacer bien las cosas nunca.

¿De qué te protege el humor?
--Siento que tiene de bueno que a veces conecto muy rápido con las personas. O que puedo hacer que una situación se vuelva un poco más liviana haciendo un chiste. Pero también siento que hay algo que te distancia mucho de la gente, esa ansiedad por llenar el espacio con un chiste. A veces no te deja profundizar mucho con las personas, es algo medio escurridizo.

¿Creés que el humor es una forma de escaparse de algo?
--También, sí…una vez mi hermana había tenido un accidente muy grave y yo la estaba yendo a ver en bici, fui desde Paternal hasta el Santa Lucía pensando qué chiste le iba a hacer. Y cuando entré a la habitación no le pude hacer ningún chiste, y me quedó rebotando mucho en la cabeza esa escena. Yo tratando de armar un buen chiste en ese momento, en ese lugar, era un momento muy duro para mí enfrentar esa situación de dolor. Y mi única herramienta conocida con la que venía zafando no logró funcionar.

"Todo es muy cambiante, yo me voy a equivocar un montón de veces y voy a decir cosas que están mal". Foto: Jose Nico. 

La libertad de ser mala amiga

¿En qué te marcó haber nacido y haber crecido en Banfield?
--Hay una pulsión que me parece que tenemos las personas del conurbano de resolver con pocos recursos, y una gran sensación de no tener mucho que perder. Lo confirmo cuando vuelvo al conurbano a hacer un show: con qué ropa se visten, la conducta que tienen. El acceso a la información y las cosas que tenés es más preciado. Vos vas absorbiendo las cosas que te llegan.

¿Y sentís que te contaminó la Capital en tu personalidad?
--Bueno, ahora soy un gusano que tomo flat white. Pero también yo me fui del conurbano, no tengo esa oda de que en el conurbano todo es mejor. Porque no voy a negar tampoco que el conurbano es bastante picante con lo diferente, o con lo distinto. Mis compañeros de allá empezaron a tener una vida más ordenada, tuvieron hijos muy jóvenes, es todo más conservador en la construcción. Hubo un momento donde dejé de encajar y yo me rajé. Lo bueno de la Capital es el anonimato, te camuflás. Y después te encontrás con toda esa gente que viene de las provincias, del conurbano, y todos tenemos en común que no somos de acá.

¿Cómo es tu relación con el dinero? ¿Te resulta cómodo hablar de ese tema?
--Me gusta ganar plata. Me gusta pelearla, no me da vergüenza si siento que me están pagando poco, pedir más. No me parece que tenga que ser un tema tabú, siento que esa vergüenza de hablar de plata es algo muy clasista. Querer ganar más está bien. A mí me gusta que circule el dinero, me encanta que entre y salga, gastar, invitar. No me entra en la cabeza no hacer algo teniendo la plata. No respeto la plata. Siempre supe que tener mi plata me iba a dar libertad y que iba a poder hacer lo que yo quería.

¿Cuándo tuviste independencia económica por primera vez?
--Mi primer trabajo fue cuando iba a la escuela, ayudaba a la señora del kiosco en los recreos. En sexto y séptimo grado. En mi casa no fue un tema de debate. Cuando llegaba fin de año hacíamos tarjetas de Navidad y las vendíamos en la calle con mis amigas, y después nos comprábamos una pizza. El circuito económico siempre lo tomé como un juego.

¿Cómo sos como amiga?
--Soy mala amiga. Con mis amigas, con la gente que más quiero, hay un permiso para ser mala. Un poder implícito. Barbi Recanati me tiene agendada como “Sorete Lopez”.

¿Son todas malas amigas o solo vos?
--Somos todas malas amigas.

¿Qué es ser una mala amiga?
--La mala amiga es la que no te ayuda en la mudanza, como yo. Yo pido que me avisen cuando terminan. O también puede pasar que me olvide de un cumpleaños. Pero el ser mala amiga se transforma en un chiste, puedo decir libremente que no voy a ir a esa quinta, olvidate, no va a pasar. Decir eso y que se transforme en un chiste es una buena coronación de la amistad.

¿Qué permite la amistad como vínculo que no lo hace la pareja o la familia tradicional?
--Para mí la amistad es muy superior, primero porque siento que el contrato es más honesto, es a largo tiempo. Me fascina hablar de esto. Por mi experiencia también siento que las parejas entran, salen, suben, bajan, y con los amigos se construye de otra manera. La amistad es más larga y no tiene los códigos estúpidos de los celos, o del dejarse, o de la previa. No te preguntás tanto si podés ser amigo de una persona como sí te preguntás si podés ser pareja de una persona. No le hacés el análisis previo sobre de qué trabaja, cuánto gana, si tiene hijos. No importa nada de eso. La amistad fluye desde otro lado, muy poco conveniente por lo general.

¿Duele más separarte de una pareja o de una amiga muy cercana?
--Son separaciones muy distintas. Creo que las amigas las perdés y no te das cuenta, muy rara vez hay una separación formal. Las parejas se rompen de una manera mas abrupta. He sufrido más por una pareja que por una amiga, aunque he sufrido por amigas también muchísimo. Pero soy más dramática en el amor.

¿Te importa mucho estar en pareja o te gusta estar sola?
--Hace unos años que estoy como observadora de mí misma, como si estuviera mirándome.

¿Qué es lo que ves?
--Tuve muchas parejas, durante muchos años, y entonces me movía de una forma particular, construyendo todo en pareja. Hace tres años que no estoy en pareja y empezaron a aparecer cosas mías nuevas.

¿Te gustan esas cosas nuevas que aparecieron?
--Y al principio no me gustaba, es como cuando te dejás de drogar y hacés yoga. Qué sé yo, prefiero drogarme. Es el camino más difícil no tener pareja. A mí me gusta el amor, me enamoro mucho, quiero estar, reír, ver películas, comer, viajar, todo me gusta. Me gusta mucho el de a dos. Siento que todo con otro puede ser mejor y creo en el potenciar al otro. Entonces me estoy viendo sin todo eso, sin toda esa data de tantos años, a ver cómo soy yo sin todas esas cosas. Y, no está bueno, obvio que no está bueno, pero lo estoy haciendo, un poco como payasa, desde la curiosidad.

Charo nació el 6 de mayo de 1980 y se crió en Banfield, en una familia de mujeres. Foto: Jose Nico.

Desarmar el erotismo tradicional

Durante mucho tiempo la mujer ocupó el rol de objeto sexual dentro de la rutina cómica del humorista. Y noto en tu clase de humor una especie de venganza a la sexualización, vos proponés una sexualidad corrida del cuerpo femenino.
--Siento que capitalizar el cuerpo femenino es todo un trabajo. Nosotras estamos siempre juzgándonos y eso hace que nos perdamos esa oportunidad. Fue muy raro para mí cuando se viralizó mi concha.

¿A partir del sketch de “empanada de concha”?
--Sí, me decían “ahí va empanada de concha”. Están hablando de mi concha, vos ponés en Google ‘empanada de concha’ y te sale una foto de mi concha. Me causa gracia. Fue un chiste disruptivo en su momento, algo pasó.

Es el orgullo de empanada de concha
--¡Sí! Creo que tiene que ver con la simpleza, es algo tan simple que hace reír. Lo distinto es que soy yo la que está haciendo un chiste de mi concha. Hay algo del apropiarme de mi propia concha para hacer un chiste que llamó la atención. Se preguntaron “¿cómo esta mujer no le avergüenza hablar de su propia concha?”. Una concha la podías ver en una porno, en un parto o en un documental, y al ver la concha en un sketch se corrió de espacio.

También creo que es tan potente ese chiste porque fue un chiste que hiciste para vos.
--Sí, y me parece que eso generó también alivio entre todas las que en algún momento nos pasó de ponernos un pantalón y que te aprete la concha. Y ahora si te pasa te mirás y te reís, o si ves a alguien que tiene empanada de concha le hacés un chiste. Esa es la magia de poder empatizar, y el oficio del comediante tiene que hacer eso: verbalizar lo que todos ven y nadie dice.

¿Te permitís más cosas hoy con tu cuerpo que cuando eras más joven?
--Yo siempre fui bastante desprejuiciada, pero ahora tengo mucha menos vergüenza, no me castigo tanto. Antes me tapaba más el cuerpo. Hay algo también raro con la sexualidad que a mí me cuesta

¿Qué te cuesta la sexualidad?
--Me cuesta la sensualidad, la formalidad, lo solemne de lo erótico.

Pero seguramente a vos te erotizan cosas que a otros no y viceversa.
--No sé, me da pudor mostrarme sexual. Siempre estoy haciendo alguna payasada porque me da vergüenza lo otro. Con la solemnidad del erotismo yo no puedo avanzar. No me hallo en esa forma, solo puedo hacerlo riéndome de mí misma. Se ve que es algo que me cuesta tanto que tengo que parodiarlo. Incluso la forma de acercarme a las personas es a través de la parodia, me da miedo acercarme a los otros sexualmente por miedo a que me rechacen.

Cuando te gusta alguien, ¿qué hacés?
--En general cuando me gusta alguien no tengo que pensar nada. Con la gente que estoy tengo que tener ese código de estar riéndome, y en medio de la risa sucede el amor. Me atraen las personas graciosas, la gente que no es solemne. Los atorrantes me gustan.

Un Negro Alvarez
--¡Un Negro Alvarez! ¡Eso!

Convivir con el miedo

¿Cuándo entra la política en tu vida?
--En la secundaria, yo iba a un colegio muy peronista, al ENSAM de Banfield. Era un colegio mega mega peronista que tenía hasta salita de primeros auxilios adentro, y ahí empecé a conocer a compañeros de la secundaria que eran muy politizados, y profesores de todas partes muy politizados. Empecé a entrenarme en la discusión, a aprender que había maneras muy diferentes de pensar. Y me puse muy pesada, muy rebelde. La secundaria me enseñó a pensar, y me enseñó a dudar.

Vos en redes sos de manifestarte políticamente
--Sí, todo el mundo sabe lo que pienso. Un par de veces mi mamá me pidió que no opine de algunas cosas, porque le da miedo.

¿Y qué le respondes cuando te dice eso?
--Para qué toca timbre si ya sabe que baja el monstruo. Yo no puedo callarme. No me parece opción no hablar. Me da miedo, pero también pienso que está bien.

¿Está bien convivir con el miedo?
--Sí, está bien convivir con el miedo porque lo otro es mucho peor.

¿Qué sería lo otro?
--No decir lo que pensás, mirar para otro lado, moverte por tu conveniencia. En los días políticos más picantes veo en las redes quiénes se manifiestan y quiénes no. Y ahí mi corazón se divide. Cuando veo que alguien que nunca dice nada, de repente dice algo me parece buenísimo. Con el feminismo me pasó que muchas mujeres que yo no tenía idea qué pensaban se empezaron a manifestar a su manera. Me da empatía cuando veo que músicos, artistas o cualquier persona que tenga llegada se manifiesta. Y los que veo que se hacen los pelotudos me dan bronca. ¿Tanto te gusta el canje?

¿Cómo nació el personaje de Carmela y qué te pasa hoy al verlo?
--Estoy todo el tiempo pensando que tengo que volver a hacerla. El personaje nace desde la observación, tengo esa facilidad de absorber. Carmela tiene un poco de todas las mujeres de derecha que están dando vueltas ahora en los medios. Yo armo un monstruo de cada una de ellas. Y como yo siento que políticamente no estoy capacitada, porque no tengo vocabulario, ni tengo estudios, ni tengo un arco intelectual muy formado, la única manera en la que puedo expresar lo que siento frente a esos problemas es verbalizando lo que percibo. Siento que lo único que puedo hacer es un espejo de lo que veo.

Cuando construiste a Carmela, ¿tuviste el temor en algún momento de que la derecha se apropie del personaje con orgullo?
--No me pasó por suerte, porque es tan absurda que se vuelve un personaje muy escurridizo. No hay por donde agarrarla, pero lo que sí pasó es que el video de Carmela se replicó en otras cuentas, y mucha gente pensó y piensa que es de verdad Carmela. Eso me dio miedo. Porque parece que ya estamos acostumbrados a vivir en un mapa político tan delirante que un personaje de humor se vuelva real para algunas personas.

Creaste a Carmela antes de que Milei sea elegido como Presidente. ¿Cómo es hacer humor con Milei gobernando?
--Yo quisiera escapar de Milei un día, pero no puedo, es una persona que está en mi cabeza todos los días de mi vida. Eso me parece lo peor, que alguien se vuelva tan protagonista de tu vida me parece infernal. Que todos los días estemos hablando de este tipo en un país, y que se replique en el mundo, que haya muchas personas hablando de él, sea observando, estando de acuerdo o burlándose… tiene una capacidad monstruosa.

¿Qué pensás del feminismo y la derecha? En este en este gobierno hay mujeres muy fuertes, principalmente Karina Milei y Victoria Villarruel.
--Pienso que el ser mujer no te hace feminista para nada. Siempre sentí que el feminismo tiene que estar ligado a ser anticlasista. A ellas las veo tan clasistas que no me parecen feministas. Tampoco quiero caer en la trampa de que me den más bronca que una mujer sea de derecha que un varón, pero las dos cosas son muy preocupantes. Me resulta aberrante. No me quiero acostumbrar a escuchar personas hablando de genocidas como si estuvieran hablando de próceres.

¿Dialogás con el enemigo?
--No, no tengo recursos para hacerlo. Ni tengo interacción prácticamente con libertarios. La gente que conozco que votó a Milei son muy pocos, y no me dan ganas de hablar tampoco. No tengo ese superpoder que tienen otras personas. No estoy capacitada para el diálogo ahora donde siento que estamos mirando qué propuesta podemos tener para contrarrestar el mensaje que se está dando.

 "A todas en algún momento nos pasó de ponernos un pantalón y que te aprete la concha", dice Charo, protagonista de ese sketch memorable de Cualca. Foto: Jose Nico.

Somos nuestras contradicciones

¿Tenés placeres culposos machistas?
--Sí, Iorio. Y todo ese mundo de los gauchos. El asado, la doma, el folklore…son contradicciones porque sé que está mal, pero hay algo que me fascina también.

¿Qué es eso que te fascina?
--Lo salvaje, lo poco careta que es todo en ese mundo. Siento que es más real, y me fascina la construcción de ese personaje con su ideología y la pasión. La religión también me atrae un montón. Me atrae la fe y el creer, supongo que tiene que ver con haber nacido en el conurbano, y de haber ido a la iglesia. Tengo una virgen gigante que se prende en mi casa.

¿Vas a la iglesia?
--A veces entro, por el fetiche de las iglesias. Me gusta mucho mirar las figuras, los ventanales, los vitreaux… Si veo algún altarcito, leo las cosas que escribe la gente. Tengo estampitas dentro de una billetera o de la cartera, y hay algo de todo ese mundo que también es contradictorio. Pero me gusta y me acerca a perder el control y eso está bueno. Siento además que es muy clasista el desprecio por los diferentes tipos de fe. Me parece espantoso eso. Yo creo en muchas cosas que no veo. El querer controlar todo es la peste de esta era.

Nombraste a Iorio, ¿qué es lo que atrae de él?
--Estoy de acuerdo con eso de dónde están los campos de aloe vera. Esa mirada brutal sobre el capitalismo, dicha de una manera tan visceral, me llama mucho la atención. Y como no creo que las personas sean iPhones, hay un montón de cosas que estoy totalmente en contra de lo que dice Iorio, porque no estoy a favor de ser nazi. Pero algunos conceptos de él me parecen graciosos, los he consumido y los consumo. A veces siento que tengo más cosas en común con Iorio que con gente más intelectual.

¿Qué es eso que tenés en común con Iorio?
--El Iorio más peronista, el de antes. En un punto entiendo esa sensibilidad de la PlayStation y los niños que él cuidaba. Todas esas escenas tan extremas, tan a flor de piel me son cercanas. Yo he conocido amigos, familia, que tienen esa forma de ser tan bruta. Y yo puedo discernir, puedo pensar qué cosas tomar de eso y cuáles no. No lo veo como un monstruo entero.

Aprender a no estar

¿Qué cosas te planteaste a partir de que cumpliste 40 años?
--Ya no estoy en lugares donde me siento incómoda. Ya no sostengo incomodidades o angustias. Antes sostenía otro tipo de relaciones de amistad, o de pareja que ahora no las sostengo para nada. Me voy más temprano en las fiestas ahora, hago bomba de humo y vuelvo como una princesa orgullosa de haber vuelto temprano. También siento que hay espacios que son para gente más joven y uno no tiene que andar metiéndose ahí tanto. A mí me interesa estar al tanto de lo que les pasa a las nuevas generaciones, qué les gusta, qué escuchan, de qué hablan. Creo que hay una responsabilidad cultural de saber eso.

¿Qué de lo nuevo, además de Dillom, te interpela?
--Ofelia Fernández me interpela. Pero no siento que yo tenga que hacerme amiga de Ofelia por eso. La escucho, la saludo, le doy un abrazo, nada más. No me quiero meter en esos espacios de gente más joven, agradezco que me den bola a veces y comparto alguna situación, pero le tengo un poco miedo a ser la vieja con skate y la gorra para el costado. Voy a ver a Dillom, pero después no voy al after.

¿Cómo fue ese encuentro con Dillom?
--Fue en Fa, fui porque me dijeron que iba a estar. Fue un ‘hola’, un abrazo, me pidió una foto y al final le pedí disculpas.

¿Por qué le pediste disculpas?
--Por el chiste que hice. Dillom me dijo que no tenía nada que perdonar porque fue todo con buena onda. Pero fue una conversación de un minuto, un abrazo y chau. Como tiene que ser. Yo estudié muchos años de improvisación, me dediqué a improvisar, y hay algo que te enseña esa disciplina que es el no estar.

¿Qué significa no estar?
--Saber dónde no tenés que estar. Para poder improvisar con otras personas tenés que saber callarte la boca. El entrenamiento de la improvisación te enseña mucho a correrte del centro, a escuchar, a entender cuando es necesaria tu participación. Entonces Dillom no necesita estar hablando conmigo, ni yo con él. Lo admiro, pasan cosas buenas, nos reímos, y cada uno sigue por su lado. No hay necesidad de estar todo el tiempo, en todas partes.

¿Cómo es tu nuevo espectáculo?
--En mi nuevo espectáculo junté todos mis caprichos, las cosas que me gustan hacer, son bloques que tienen unas presentaciones bastante parecidas a lo que sería el stand up. Y después hago personajes, a Carmela y otros personajes más con monólogos. Pero los monólogos los armo hablando con la gente. Son tres monólogos improvisados.

¿Qué hay detrás del nombre del espectáculo: Mi amor?
--Se llama Mi amor porque el arco del show es el amor a la patria, la pasión por el trabajo y el oficio, las diferentes pasiones, la familia, las parejas y el amor hacia una misma. Tiene ese recorrido de lo macro a lo micro atravesado por el amor. Tenía ganas de hablar de esto porque me parece lo más antisistema en este momento. Yo creo que es anticapitalista amar. Pero ahora todo se trata de estar viendo si es recíproco, si él me ama igual que yo lo amo, si yo amo más que lo que él me está amando, esto de mercantilizar todas las emociones… que si me dejan no tengo que demostrar que estoy triste, que si me gusta alguien tampoco tengo que mostrar que me gusta porque no se va a acercar. De repente estamos viviendo en un tablero espantoso de estrategias. Yo creo que todo el mundo tiene ganas de amar y ser amado, nos metimos tanto en laberintos intelectuales que hoy no coge nadie. 

“Mi amor”: a partir del 20 de septiembre, todos los viernes a las 23:45 hs en el Paseo La Plaza.