"Veo un robo a fin de este mes", señala Lucrecia (Laila Maltz) mientras observa el péndulo que predice el futuro. "Pero además veo otra cosa: una suba en picada del valor del dólar". El modesto oráculo de Lucrecia parece detectar un movimiento inminente del mercado cambiario durante aquel 2019 en el que ella oficia de guardia de seguridad en un museo de arte. La jornada le resulta monótona pero por lo menos puede disfrutar de sus breves ratos libres admirando la belleza que la rodea. Sin embargo, el futuro que se avecina carga con el peso de la predicción y con el imprevisto de todo porvenir. En el museo no habrá ningún robo -nos enteraremos después-, pero una suba exponencial del dólar confirmará al péndulo como el mejor oráculo de la economía argentina. Dólares, juventud, itinerarios azarosos, amores casuales y enredados con el 'cambio cambio' de los arbolitos son las constantes del universo de Francisco Lezama, cuya trilogía integrada por los cortos La novia de Frankenstein (2015), Dear Renzo (2016) y el premiado Un movimiento extraño (2024) llega este mes al Malba. Los amores en tiempos de crisis y devaluación.

El cortometraje Un movimiento extraño rompió con una tradición en el cine argentino: el reinado del largometraje como única medida de toda premiación. Al alzarse con el Oso de Oro al mejor corto en la Berlinale de este 2024 se despertó una arrolladora curiosidad por la obra de este joven director, egresado de la Universidad del Cine, apasionado cinéfilo y parte del equipo del Museo del Cine, montajista del documental Las facultades de Eloisa Solaas, y artífice junto a Agostina Gálvez de La novia de Frankenstein y Dear Renzo, cortos que descubren los devaneos del amor en sintonía con los avatares de una economía impredecible como la argentina. El primero estuvo en competencia en Locarno, Nueva York y la Viennale, el segundo fue ganador del BAFICI y FICUNAM, y ambos anticiparon la consagración en solitario de Francisco Lezama con Un movimiento extraño, estrella de la programación del Museo MALBA en septiembre y oportunidad para descubrir a uno de los directores más prometedores del presente.

"Los tres cortos juntos arman, de una u otra forma, una trilogía rara sobre personajes que tienen trabajos vinculados a las fluctuaciones del valor del dólar en la Argentina", cuenta Lezama en charla con RADAR. "En La novia de Frankenstein el foco estaba puesto en Ivana, una chica que trabaja como arbolito en Barrio Parque, cambiando dólares a turistas extranjeros y mintiendo compulsivamente; en Dear Renzo -que fue filmado en Nueva York-, la acción giraba en torno a argentinos que intentan hacer una diferencia económica importando prendas de ropa 'fast-fashion', compradas en Estados Unidos y vendidas con sobreprecio en la Argentina. La economía, la micro-timba y las corridas cambiarias son elementos que arman el paisaje mental en el que estas tres comedias se desarrollan. Me interesa cómo la economía y sus vaivenes fomentan un tipo de lenguaje particular entre los argentinos, un lenguaje que sintoniza muy bien con las comedias de enredo nacidas en el Hollywood de los años 30".

Antes que el ritmo frenético de los diálogos y el vértigo del movimiento de la llamada screwball comedy, lo que Lezama captura en su universo son las dinámicas del amor signadas por un cambio de época que implica un nuevo lenguaje y nuevas formas de establecer vínculos y forjar relaciones. En aquellas películas eran los años de la Depresión y del férreo Código Hays, con lo cual los entornos opulentos y burlones de las clases altas servían como evasión y al mismo tiempo como crítica oblicua al sistema fallido en la inclusión -como lo demuestran las comedias de Frank Capra o Gregory La Cava-, mientras el ingenio para sortear la censura estimulaba el doble sentido en los diálogos y las tensiones amorosas a través de la palabra. Es ese juego de dobleces el que reinventa Lezama con una apropiación autóctona, signada por los subterfugios de la economía para conseguir una diferencia en el cambio de moneda y un pequeño triunfo en el amor. El tono lo es todo en esa estrategia, y el estilizado distanciamiento con el que los personajes atraviesan despidos, rupturas y distintos avatares de su juventud brinda un humor efectivo y un preciso retrato de una época a menudo elusiva en su representación.

La novia de Frankenstein, 2015

Los dos primeros cortos de Lezama, codirigidos con Agustina Gálvez y escritos por él, comparten la misma cosmovisión de personajes. En La novia de Frankenstein, Ivana (Miel Bargman) trabaja en una agencia que alquila departamentos a extranjeros: recibe a los turistas, traduce las necesarias indicaciones, cambia dólares por pesos. Tiene a Renzo (Renzo Cozza) como su improvisado asistente, quien lucha con el idioma al igual que con las trabas de su timidez, mientras ella intercambia celulares, negocia servicios de videncia, y aprovecha los ratos libres para ir a la cinemateca. Allí conoce a un joven con brazos largos como los de la criatura del Doctor Frankenstein y se ilusiona con un amor duradero, tal como le había anunciado la lectura de manos. El azar y los amores empujan el destino de Ivana hacia el final de un verano en el que todo puede pasar. En su ajustada narrativa, la historia evoca tanto aquellos enredos de la comedia alocada de los 30 como los devaneos del azar en las comedias proverbiales de Éric Rohmer, una encrucijada perfecta entre clasicismo y modernidad, entre el decir y el hacer.

"Para mí el humor aparece primero en la vida corriente, en la manera que tenemos de observar lo que nos rodea", reflexiona Lezama sobre la apropiación de la comedia en su cine. "La vida no tiene género, no es ni cómica ni dramática, pero creo que la comedia es el género que más puede acercarse a la vida, el que más cambios de tono, giros y bifurcaciones habilita. Es por eso que el azar -y no el destino- es un elemento fundamental en las comedias. De hecho, la realidad observada a través de la comedia ha dado las más grandes películas humanistas de la historia del cine. Las comedias de antaño -desde Chaplin, Lubitsch o Sturges, por mencionar solo a algunos grandes directores- solían adherirse a problemáticas reales para potenciar el humor. De esa manera surgían películas cómicas hechas con seriedad y vocación artística, y hasta el neorrealismo Italiano se sirvió de la estructura de las comedias humanistas para narrar los dramas de la posguerra. Creo que con el tiempo la adherencia a la actualidad fue desapareciendo de las comedias y hoy vemos comedias pasteurizadas que parecen transcurrir en mundo etéreos. Por eso me interesa poder abordar, a través de la comedia, temas tan centrales como son las crisis económicas para los argentinos".

Dear Renzo comienza en una estación de trenes en Nueva York. Mariana (Laila Maltz) encuentra una estampita en el andén y lo que parecía ser un buen augurio deriva en un contratiempo: la pérdida de su pasaporte. Sin embargo, la suerte está de su lado, aunque no lo parezca, y lo que era infortunio se revela como providencia. Porque quien encuentra el pasaporte es justamente Renzo, habitante de la Gran Manzana sin saber demasiado inglés, y nuevamente compinche de Ivana en transacciones inmobiliarias y venta de ropa a través de las fronteras. Renzo será la inesperada ayuda de Mariana, asediada por la falta de dólares y la premura por hallar un lugar de estadía, y a su vez Mariana oficiará de traductora de Renzo, todavía desconcertado en esos asuntos de la comunicación. Ahora es Nueva York en lugar de Barrio Parque la escena perfecta para enredos y bifurcaciones, siendo las fronteras entre lo real y lo inventado, entre lo original y su traducción, aquello que siempre se encuentra en disputa. Y el azar aquel que desafía las anunciaciones de los santos y el insistente vaivén del péndulo. "El cine de ficción trabaja con esas coordenadas -sintetiza Lezama-: azar y predestinación, rodaje y guión. La tensión entre esos factores es el tema de todas las ficciones y a eso puede sumarse que toda comedia trata sobre la colisión entre lo civilizado, lo normado o lo reglado, y lo caótico. Cuanto más civilizado sea un paisaje, más revolucionaria será la irrupción del desorden".

Un movimiento extraño también comienza en un tren, con música en los auriculares, paisajes borrosos por la ventanillas, rostros mañaneros, parejas que comparten su complicidad como un disfrute exhibicionista. Lucrecia se dirige a su trabajo en el museo de arte, aquel que no permite secretos coqueteos como los del tren cuando son develados por la implacable tecnología. "Nada se borra nunca", le asegura su supervisora luego de escuchar y atesorar las parcas respuestas de Lucrecia ante los efluvios eróticos de su compañero de garita. No hay nada que hacer, el péndulo que predijo un robo fallido a la colección de arte y una previsible escalda de la moneda estadounidense en la city porteña no pudo anticipar la intrusiva escucha en los 'walkie talkies' de la empresa de seguridad. Lucrecia tampoco, y su salida del museo llega justo a tiempo para convertir su indemnización en dólares y salir airosa con el cambio. 'No hay mal que por bien no venga' podría ser la moraleja, si es que hay alguna. Pero Francisco Lezama no cree en moralejas, y el recorrido de sus personajes es cíclico como el del dólar, empujado por las contingencias económicas y los arrebatos del corazón.

Federico Lezama

Un chico de una casa de cambio (Paco Gorriz) en la calle Florida le recuerda a Lucrecia un rostro visto en el tren, y ese encuentro casual deriva en el sexo fugaz y citadino que ella valora en estos tiempos de tantas vueltas e hipocresía. Sin la ficción de la conquista ni las vueltas del romance: directo a las sábanas. Son la misma ciudad y su tránsito, el vozarrón de los cambistas y el ajetreo de los transeúntes, los que determinan amores casuales o duraderos, algunos que acompañan el intercambio del billete verde, otros que compensan las noches solitarias en Nueva Pompeya. "Los tres cortos son todos urbanos, filmados en Buenos Aires y en Nueva York. La entropía, el caos citadino, son elementos importantes del ritmo que busco imprimir en cada historia. Como una de mis obsesiones es que la película esté viva, busco el movimiento cuando pienso en qué locaciones querría filmar. En base a ciertas partes caóticas de la ciudad, van apareciendo y definiéndose los personajes que quiero filmar".

Los personajes de Un movimiento extraño se mueven todo el tiempo. No le tienen miedo a los acontecimientos, ni a las calles, ni a los designios del péndulo. Cuando Lucrecia encuentra un nuevo empleo como empleada de seguridad en una fábrica de vasos en Nueva Pompeya, la administrativa de la consultora le advierte sobre la presencia de un barrio peligroso lindante, sobre la soledad de las calles a horas tempranas de la mañana, sobre la oscuridad en las noches. Pero Lucrecia no padece los temores: mira una novela en el celular, invita a su nuevo amigo a disfrutar un rato juntos, se mueve por el laberinto fabril con la misma energía que usa para cortar las naranjas después del sexo o caminar por la calle ajetreada. Su única preocupación parece ser el amor, y quizás una nueva trepada del dólar. Laila Maltz conduce con precisión los movimientos de Lucrecia, anima su rostro con la expresión justa, sin desbordes e histrionismos, un equilibrio sutil entre la perplejidad y la revelación. En la dirección de actores, Lezama intenta trabajar "con climas apacibles, que permitan que pequeños gestos, pequeños destellos de vida, surjan en el cuerpo o en el rostro de los actores. Dirigir actores implica capturar algo vivo. Lo bueno siempre remite a algo visto y aprobado; lo nuevo, en cambio, permite que en la toma se capture algo vivo".

Admirador de la comedia clásica, del cine de Jean Renoir, del pulso de la realidad que surge en la pantalla y del humor que sortea toda solemnidad, Francisco Lezama entrega en su compacta trilogía una imagen de mundo, propio pero compartido, lleno de destellos de lo conocido pero animado por esa perfecta distancia que supone verlo representado. El trabajo, la emergencia del deseo, la traducción, el devenir citadino, los humores del día y las estaciones del año, todo se conjuga en un movimiento constante, imprevisto, amoroso, identificable. Algo que nos impulsa a un cine definido por la pertenencia a una idiosincrasia. Un cine en el que los vaivenes económicos fueron configurando una especie de lenguaje social compartido. "Hay muchas películas que abordan el lenguaje -concluye el director-, pero hay pocas que abordan cómo la economía diseña un tipo de lenguaje común. No es lo mismo vivir en la Argentina o en el Líbano, que vivir en un país sin inflación. Para mí los imprevistos económicos hacen a las acciones y a las lógicas de pensamiento de los personajes que habitan en mi país, y en mis películas".