La Argentina hambrienta es la perversidad oligárquica transformada en política pública. Poner alimentos en la olla de los que lo necesitan no puede ni debe postergarse un segundo. Sobre esto no hay duda ni debate. El hambre es de urgente resolución, porque su efecto es continuo y produce daños irreversibles en el desarrollo, que escapan a la simple vista y no se pueden remediar a posteriori.

Lo de la ministra Petovello con galpones llenos de mercadería y miles de famélicos yendo a los comedores comunitarios sin comida, es de una crueldad que no admite análisis racional posible. Es un crimen de lesa humanidad que exige el compromiso de las fuerzas populares para que no quede impune.

Según estudios revelados recientemente, un 18% de la población argentina está en estado de indigencia (es decir con hambre explícita) y un 50% sumido en la pobreza (es decir hambre oculta). Estas categorías para describir el hambre pertenecen al Premio Nobel de la Paz brasileño Josue de Castro, ex presidente de la FAO (1958) y autor de libros célebres sobre el tema como: Geografía del Hambre y Geopolítica del Hambre, entre otros. Según datos recientes de Unicef, en Argentina un millón de niños se van a dormir sin cenar; y un millón y medio, con una sola comida al día. En simultáneo con estos índices catastróficos, se informa que el consumo de leche bajó un 18%. Mientras, el monopolio lácteo Mastellone, según estudio de Cifra, aumentó en el primer semestre del año, un 20 % sus utilidades. Un récord digno de Ripley: vende menos y aumenta utilidades. Magia financiera sobre el hambre de los pobres…

El consumo de carne vacuna cayó en julio un 15%: está en el nivel más bajo en 100 años. Todo se desploma menos los precios, que suben: el pollo y la carne porcina aumentaron un 20%. Según el Indec, la canasta básica total para una familia típica se ubica en el orden de los 900.000 pesos. ¿Quién gana esas cifras en la Argentina de hoy? Muy pocos. Encima se perdieron más de 200 mil puestos de trabajo. Hay hambre cuando el ingreso no alcanza para comprar comida. Entender la relación entre hambre e ingresos es central para tener una comprensión cabal del tema. Se preguntaba monseñor Helder Cámara, fundador del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo: “¿De qué sirve la carne colgada en el gancho de la carnicería si no tengo plata para comprarla?” En la Argentina, la discusión de las carencias alimentarias va por cualquier lado, menos por dónde debe ir.

La derecha subordina el debate del hambre al productivismo, escamoteando sin ingenuidad su relación con los ingresos de las familias. “Hay que producir más y exportar más” es el falso latiguillo con que se alimenta el mito neoliberal. En 2022 Argentina batió el récord histórico de exportaciones: casi u$s 100.000.000.000 (si: una cifra de 12 dígitos). Ese mismo año el Indec “cantó” un millón de nuevos pobres. Ni producir más ni exportar más, es solución al tema del hambre. Hay que repartir mejor…

Argentina siempre tuvo un alto superávit en la producción de alimentos, pero solo tuvo hambre cero en tres períodos de su historia: cuando los trabajadores llegaron al 50% de participación en el PBI. Hablamos de: 1945 a 1955, de 1973 a 1975, y de 2003 a 2015. ¿Casualidad? No: modelo de país. Cuanto más se amplían los márgenes de soberanía económica, más crece la participación popular en los bienes que genera y, por ende, mejora notablemente su alimentación. Esto es tan objetivo como invisibilizado. Cuando Juan Carr, el presidente de la organización Red Solidaria, anunció en 2013: “Del hambre cero estamos a la vuelta de la esquina”, la derecha que hoy gobierna y los medios hegemónicos se lo querían comer. El segundo gobierno de CFK, estigmatizado hasta el día de hoy, logró que los trabajadores superen el 50% de participación en el PBI, bajó ostensiblemente la pobreza y eliminó el hambre explícita. Hasta una parte del propio PJ cuestionó sus logros, diciendo que el segundo gobierno fue malo. Esto nos obliga a replantearnos ciertas definiciones: ¿Cuándo un país está bien? ¿Cuándo un gobierno es bueno? Hay que tener claro que quien combate el hambre de verdad -no para la tribuna como lo fue la Mesa del Hambre- discute la distribución de la riqueza. Y si se hace desde una posición de fuerza y firmeza conceptual en la Argentina no es gratis. ¿Por qué piensan que desaparecieron 30.000, quisieron matar a CFK o metieron presa a Milagro Sala?

La Argentina, más tarde o más temprano, deberá cambiar su modelo agropecuario; es decir cómo producir alimentos y cómo administrar y regular sus exportaciones de productos de primera necesidad. Hay que volver a la chacra mixta, a la producción de cercanía, a que cada pueblo tenga un tambo, a los mercados populares, a todo lo que el neoliberalismo y la sojización nos arrebataron. Los alimentos no deben ser un negocio financiero y quienes lo producen deben ser agricultores de rostro humano y no financistas. Este cambio de paradigma productivo redundará en la mejora del poder adquisitivo de la población. Es por ahí la solución definitiva al problema del hambre y los alimentos. Qué, cómo y dónde producir alimentos es un hecho ideológico. Y su precio es político.

El Hambre y sus padres putativos, el precio de la comida, la concentración de tierras y el monocultivo, así como las deforestaciones, inundaciones, sequías, desertificaciones, migraciones rurales, cáncer por uso indiscriminado de glifosato, irracionalidad logística, accidentes viales etc. son todos rayos de la misma rueda. Que no es otra que el modelo agrícola que hemos denominado como de: monocultivo de soja inducido con concentración de tierras y rentas. Este modelo encarece artificialmente el precio de los alimentos y nos obliga a comer cualquier porquería. Es un modelo perverso que nos muestran como exitoso… carece de cualquier mirada orientada al bien común. Transforma los alimentos esenciales para la vida en commodities para exportar o negociar en el mercado interno a precios internacionales.

El modelo argentino de producción hace que los alimentos recorran miles de km por camión para llegar a los mercados consumidores, que el 90% de la tierra cultivable está sembrada con commodities para exportar, que la leche recorra 1000 km promedio para llegar a la mesa, y que una sola empresa concentre el 90% del expendio de la leche fluida, otra el 70% de la producción de pimiento y así en todos los rubros de artículos de primera necesidad. Una irracionalidad logística, productiva y económica, y una barrabasada política que atenta contra la gobernabilidad democrática y popular. Solo se puede entender desde la lógica del saqueo; que siempre pagan los consumidores a costa de sus salarios. Obsceno desde todo punto de vista.

Pero que ese modelo agrícola sea recibido, por la sociedad, aún por los que lo sufren, como exitoso y sus mentores y ejecutores se auto perciban benefactores de la humanidad ¡Es lisérgico! Un tremendo logro ideológico comunicacional que hay que justipreciar correctamente, porque fue lo que precedió y pavimentó el camino de Milei a la presidencia. ¡Sin duda! Que la lechuga haya aumentado un 30% más que el dólar blue en los dos últimos años del gobierno del FdT lo dice “casi” todo.

Una explicación de este fenómeno de aceptación del paradigma agroexportador por los perjudicados, no la única, son las generosas cuentas publicitarias que se derraman sobre periodistas y medios para beatificar el modelo. Pero otra -no menor- es la deserción del campo nacional y popular de este debate crucial para la salud y el bienestar de nuestro pueblo. No hay que hacerse los boludos.

Por eso es tan importante urbanizar el debate rural y empezar a poner blanco sobre negro en estas cuestiones. El hambre oculta o explícita está directamente relacionado con la política de ingresos, no con la producción. Para que no haya más hambre hay que distribuir mejor y eso exige confrontar. Para hacer una tortilla hay que romper los huevos, no acariciarlos.

Hoy más que nunca: salud y cosechas para todos y todas!