“La materia del lenguaje no es sólida, ¿o sí?”, se lee al comienzo de La lengua rota, primera novela de no ficción de Majo Moirón (Buenos Aires, 1985). En cierto sentido, la trama, basada en la historia real de su madre, que quedó sin habla luego de un accidente cerebrovascular, explora las relaciones entre una memoria evanescente y las palabras, el reaprendizaje forzoso de un idioma en común y el acento íntimo que se imprime en la anécdota por medio de la escritura.

La hija menor de la familia, María, enamorada del campo y de su yegua Materia, toma las riendas del relato. Si bien la novela transcurre en los años 90 en Buenos Aires, Punta del Este y el campo, el punto de vista “infantil” excluye casi por entero las referencias al contexto social del que se filtran apenas algunos indicios: discos, atentados terroristas, costumbres, golosinas y programas de televisión. La narradora concentra su atención en el ambiente familiar trastocado por la internación de la madre, que en la casa es reemplazada por un trío de mujeres: Amalia, la hermana mayor; Matilde, la abuela materna, y Elvira, la empleada doméstica que a lo largo de las páginas no para de preparar sándwiches, pastas y tostadas para la familia. Desde la perspectiva de las hijas, el padre, desorientado, intenta desempeñar su mejor papel. “Lo miro, pareciera no saber qué hacer solo. Con mamá al lado lucía más fuerte, tengo la impresión de que se achicó", observa la narradora.

La lengua rota, que se podría considerar destinada casi exclusivamente a lectoras, también pertenece al corpus de ficciones y memorias protagonizadas por personajes de clase alta. Está dedicada a la escritora Ángeles Salvador, que falleció en 2022 a los cincuenta años, y a Cristina, la madre de Moirón.

“Cuando tenía siete años, mi mamá tuvo un infarto cerebral que la dejó sin lenguaje –cuenta la autora-. Esta experiencia es solo el punto de partida. No recuerdo nada de esa época. Sé que me la pasaba todo el tiempo con caballos, que al poco tiempo mi hermana se casó apresuradamente, que mi papá estaba en un crecimiento económico, pero hay algo de la infancia que es una nube que no dejo de perseguir y tampoco consigo atrapar. Esa distancia me da la posibilidad de inventar. Tengo algunos hechos, anécdotas, pero no la mirada. A partir de ahí, lo que hice fue ordenar un tiempo, jugar a unir estos sucesos para construir la mirada de una niña que tiene que crecer de golpe”, dice la autora.

De regreso en la casa, la madre se convierte en alumna de sus hijas que la ayudan a recuperar el habla. Mientras tanto, en soledad o en compañía femenina, la narradora hace sus propios descubrimientos: “Tardé mucho en darme cuenta de que mamá también es un cuerpo”.

“Como mi mamá no podía hablar bien o se confundía, muchas cosas tuve que aprenderlas sola. En las palabras tengo una herida, pero también una necesidad. La falta de palabras me hizo ir a buscar: desde muy chica, me interesó leer y escribir. En una entrevista, Claire Keegan dijo que escribe desde la vergüenza, lo no dicho. El episodio de mi mamá era algo que nos daba vergüenza, algo que nos faltaba y debíamos tapar, olvidarlo, seguir. A mí siempre me interesa escribir sobre lo que no se está diciendo en una mesa, pero está ahí, como el zumbido de una mosca”.

La lengua rota integra la colección Cerca de la Verdad, que dirige la escritora Magalí Etchebarne. “Estoy orgullosa de formar parte de una colección que lleva publicados libros de autorxs que admiro –sostiene–. Además de ser una gran escritora, Magalí es una gran lectora. Escribir esta novela me costó bastante y sus lecturas me sirvieron de faro durante mucho tiempo. La escribí tres veces, la trabajé con varias personas, pero tuve la suerte de que, durante el proceso, ella siguió creyendo incluso en instancias de bastante deformidad, y me tuvo paciencia. Cuando nos acercábamos a cerrarla, hicimos unos meses de trabajo minucioso, de mucha costura y detalle, de pensar qué le faltaba, mientras pensábamos cómo se podía llamar. Ese trabajo final fue lo que más disfruté”.

Moirón se encuentra actualmente en Copenhague, donde está escribiendo “algo nuevo y todavía sin forma”; también trabaja en producciones cinematográficas. “Copenhague es silenciosa, me ayuda mucho a escribir”, cuenta.

Sobre la relación del gobierno argentino con la cultura es categórica. “A la distancia y desde cerca, el gobierno argentino me parece escandalosamente destructivo. Con la cultura pareciera manejarse de esa misma manera, y con bastante ignorancia. La creatividad que hay en la Argentina es imparable; con Milei o sin Milei, nunca vamos a dejar de hacer cosas increíbles. Pero también creo que, en cualquier proyecto autoral, la necesidad de depender únicamente de fondos privados puede significar una pérdida de control que me asusta. No soy muy fanática de comparar, pero en Copenhague, por ejemplo, los fondos para desarrollar una película los pone el Estado. ¿Qué plataforma podría financiar una película como Otra ronda, ganadora de un Oscar, en donde la premisa es la de cuatro varones profesores de una escuela, que se emborrachan durante el día y les dan de tomar a sus alumnos? Y es una gran película porque el autor hizo lo que quería hacer”.

¿Qué dijeron los familiares que aparecen como personajes en La lengua rota? “No opinaron mucho, les gustó y respetan mi trabajo –responde la autora–. Supongo que, siendo el tercer libro, la familia se acostumbra”.

La lengua rota

Majo Moirón

Ediciones B

240 páginas