El reino de Kensuke - 8 puntos 

Kensuke’s Kingdom, Reino Unido, 2024 

Dirección: Neil Boyle y Kirk Hendry 

Guion: Frank Cottrell Boyce, basado en la novela homónima de Michael Morpurgo 

Duración: 84 minutos 

Intérpretes: Con las voces en la versión original de Aaron McGregor, Cillian Murphy, Sally Hawkins, Ken Watanabe, Raffey Cassidy. 

Estreno en salas.

Estrenada en la competencia oficial del prestigioso festival de Annecy, El reino de Kensuke consigue deslumbrar sin necesidad de apelar a recursos habituales en la industria del cine animado del siglo XXI, como el desborde de híper realismo digital o un guion de laboratorio capaz de acelerar a diez mil gags por minuto. Al contrario, la principal fortaleza de la ópera prima de Neil Boyle y Kirk Hendry es su estoica vocación clásica, decisión que se percibe no solo en el plano estrictamente visual, sino también en el territorio narrativo.

Los rasgos que le infunden ese carácter neoclásico son dos. Por un lado su estética simple, casi despojada si se la compara con aquellas que enmarcan el desarrollo de megatanques modernos, concebidos bajo el imperativo de las recaudaciones millonarias. En cambio, el linaje de El reino de Kensuke revela otra secuencia de ADN, en cuyas hélices se encadenan genes que remiten de manera inequívoca a las producciones Disney de los '60, como 101 dálmatas o El libro de la selva, pero también a algunos de sus herederos notables, como el animé japonés de los ‘70.

El protagonista de El reino de Kensuke es Michael, un adolescente a quien sus padres embarcan (literalmente) en el proyecto de dar la vuelta al mundo en velero. Pero el chico toma ciertas decisiones que desafían los mandatos paternos y cae al mar durante una tormenta, para despertar en una playa desierta. Cuando Michael cree que no tiene salvación, comienza a recibir ayuda de una entidad misteriosa y acabará descubriendo un modo de vida distinto en el corazón de lo salvaje. Como se ve, la mención de El libro de la selva también resulta oportuna en el terreno narrativo, revelando el segundo rasgo que signa el espíritu clásico de la película.

Porque si bien los vínculos entre ambas son varios, el más notable no viene por la vía cinematográfica, sino por el lado literario. Y no solo porque se trata de adaptaciones de exitosas novelas de aventuras. La primera de ellas es el trabajo más famoso de Rudyard Kipling; la segunda, un libro de Michael Morpurgo, uno de los autores británicos contemporáneos de literatura juvenil más exitosos. Considerado heredero del anterior, su obra ya cuenta con casi 20 adaptaciones al cine, incluida la que realizó Steven Spielberg de la novela Caballo de guerra.

Aunque la afinidad de la obra de Morpurgo con ese y otros libros de Kipling, como Kim, son evidentes, la genealogía literaria de El reino de Kensuke es más amplia: hay algo del Tarzán de Edgar Rice Burroughs o de El señor de las moscas, de William Golding. Pero también detalles que remiten a las historias reales (de ribetes literarios) de Shoichi Sokoi o Hiro Onoda, soldados japoneses que tras la rendición de su ejército en la Segunda Guerra Mundial se mantuvieron ocultos en distintas islas, negándose durante 30 años a dar por terminado el conflicto.

Durante la era dorada de la animación digital, que va de 1995 a 2010, 15 años en los que Pixar se cansó de estrenar una obra maestra tras otra, una de las claves del éxito residía en desarrollar guiones pensados para el público infantil, pero que jamás se desentendían del espectador adulto. El reino de Kensuke también cumple con ello, aunque los recursos usados para capturar la atención de todos no son los mismos. 

Ahí el trabajo de Boyle y Hendry también resulta clásico, cautivando por progresión dramática antes que por la mera sumatoria de situaciones que sostiene a sagas infantiles de éxito como Shrek o Mi villano favorito. Una distinción que no busca ponderar un recurso sobre el otro, sino señalar que implican naturalezas narrativas diversas. Ternura, misterio, drama, aventura y una mirada amable del mundo que no niega la existencia del mal, completan una propuesta tan sólida como gozosa.