“Desaparecí la noche anterior a mi cumpleaños número doce, el 28 de julio de 1988. Recién ahora puedo contar, finalmente, toda la extraordinaria historia. La verdadera historia. Kensuke me hizo prometer que no diría nada, nada en absoluto, hasta que hubieran pasado al menos diez años. Fue casi lo último que me dijo”. Con esas palabras se abren las páginas de El reino de Kensuke, el libro infantil del escritor británico Michael Morpurgo publicado originalmente en 1999. La historia de una profunda amistad entre un joven náufrago y un anciano japonés que decidió aislarse en una isla desierta luego de la muerte de su familia durante el ataque nuclear a Nagasaki. 

La novela, del mismo autor de la igualmente celebrada Caballo de guerra –que tuvo su adaptación al cine de la mano de Steven Spielberg–, se convirtió desde su publicación en un auténtico clásico moderno de la literatura juvenil, leído dentro y fuera de las aulas de todo el mundo. Con dirección de Neil Boyle y Kirk Hendry, expertos en el arte de darles vida a los trazos de miles de dibujos, la versión cinematográfica de El reino de Kensuke llegó a las salas argentinas (ver crítica aparte), perfecto ejemplo de largometraje ubicado formal y tonalmente en las antípodas del cine animado mainstream que suele tomar por asalto las pantallas durante las vacaciones.

Coproducción entre el Reino Unido, Francia y Luxemburgo que tuvo su estreno mundial en el Festival de Annecy, el evento más importante en el terreno de la animación, El reino de Kensuke sigue en líneas generales la historia creada por Morpurgo, pero sin la literalidad como norte. A fin de cuentas, el mundo audiovisual es muy diferente al literario, como bien lo saben y explican Hendry y Boyle durante la conversación exclusiva con Página/12. “Los derechos de la adaptación estaban en manos de la productora original del proyecto, Sarah Radclyffe, quien formó parte de todo el viaje hasta el final, aunque en el camino se fueron sumando más productores”. 

Las palabras de Kirk Hendry describen un origen en principio ajeno a los realizadores, pero que ambos lograron transformar en algo personal a fuerza de talento y libertad. “Destaco la presencia de Sarah porque ella siempre fue una apasionada de la idea de llevar el libro al cine, aunque originalmente la idea era producir una película con actores de carne y hueso. En cierto momento eso demostró ser demasiado complicado para una película independiente –niños actores, rodaje en altamar y otras dificultades–, por lo que el proyecto pasó a ser animado”.

Desde las primeras conversaciones hasta el estreno de la película transcurrió más de una década, como confirma Hendry en detalle. “Neil y yo trabajábamos en un estudio de animación en Londres cuando Sarah se acercó a nosotros. Justo había terminado de hacer un comercial animado para el Fondo Mundial para la Naturaleza, ella lo vio y me envió un email. A partir de allí todo comenzó a moverse: luego de leer el guion de Frank Cottrell Boyce y también el libro de Morpurgo le propusimos ideas respecto de cómo creíamos que debía ser el film, su tono general y estilo. Luego vino la etapa de juntar el dinero. Todo eso llevó unos ocho años y, más tarde, dos años y medio de producción. Fue en total un viaje de once años”. 

La espera valió la pena: el periplo de Michael y su familia en un viaje en velero alrededor del mundo, la calamidad de una tormenta que empuja al muchacho al mar y el consiguiente encuentro con el viejo Kensuke luego de días y noches de soledad, además del constante peligro de muerte, vuelven a demostrar el enorme poder del dibujo animado. El reino de Kensuke es una película de aventuras, el retrato de un vínculo a priori inimaginable y también, sin cargar las tintas ni transformar el relato en un panfleto ecologista, una reflexión sobre el delicado equilibrio entre el ser humano y la naturaleza.

-¿Qué fue lo que les interesó particularmente a la hora de adaptar la novela, no sólo en términos narrativos y temáticos sino también en cuanto al estilo visual?

Kirk Hendry: -Al leer el guion nos dimos cuenta de que Frank, muy inteligentemente, había eliminado gran parte de los diálogos. En el libro Michael y Kensuke pueden hablar entre ellos. Pero como la historia tiene que ver en gran medida con tender puentes para poder comunicarse, hacer conexiones entre las personas, las culturas, los idiomas, las diferencias de edad y, en última instancia, las especies, eliminar los diálogos era lógico al trasladar el texto a un medio audiovisual. Al leer el guion nos dimos cuenta de que estábamos esencialmente ante un film mudo. Se trata de contar una historia de manera cinemática. Tanto a Neil como a mí nos gusta contar historias a partir de la actuación, la música, el diseño de sonido, de manera de involucrar al público. Eso fue lo primero que nos atrajo y luego, por supuesto, el relato en sí mismo, ya que muchos aspectos temáticos nos parecían atractivos. Las conexiones multiculturales, la relación con los animales y el hecho mismo de que se trata de una historia de aventuras. Es una cruza interesante entre el relato de aventuras y el vínculo entre dos personajes que va evolucionando lentamente.

Neil Boyle: -Lo has dicho de manera hermosa. La otra cosa adorable de la historia es su cualidad multi generacional: la relación entre un anciano y un niño. Es notable, luego de haber exhibido el film en muchos festivales, como el público más joven conecta con el personaje del anciano y como los mayores lo hacen con Michael. Hay una cosa generacional muy interesante ahí, y la película es atractiva para gente de seis o de noventa y seis años.

Neil Boyle y Kirk Hendry.

-La idea de la aventura está muy presente en el cine de animación mainstream, pero en general no existe un sentido real de peligro. En El reino de Kensuke eso forma parte esencial de la trama.

N. B.: -Fuimos muy cuidadosos a la hora de diseñar gráficamente la película, su nivel de detalle. Como realizadores hablamos mucho con el guionista para afinar la cuestión de cómo íbamos a abordar la historia. Queríamos que fuera lo suficientemente naturalista como para que el espectador pudiese sentir que Michael puede morirse de hambre o de deshidratación. O bien quebrarse una pierna si se cae de un risco. Era importante utilizar el medio animado sin que se sintiera caricaturesco, que siempre tengamos la impresión de que hay cosas reales en juego para los personajes. Con el equipo de animadores la conversación siempre giraba alrededor de eso: no hagan que las expresiones sean caricaturescas, que las cosas se sientan siempre seriamente.

K. H.: -Cuando por ejemplo tenemos una escena de acción, la idea de llevar al espectador al borde del asiento requiere que, cuando esa secuencia termina, haya un cambio de estado en los personajes. En muchas películas contemporáneas hay escenas físicas, peleas, persecuciones, pero cuando todo eso termina nada ha cambiado para los protagonistas. Todo sigue igual. En otras palabras, la pelea no tiene demasiada importancia. Nos interesan la acción, las peleas, las persecuciones si al terminar generan algún tipo de cambio. Nos preocupó mucho ese aspecto: que siempre hubiera algo que tuviera importancia para los personajes y, por ende, para los espectadores.

-En ese sentido, ¿cómo fue la construcción de Michael y Kensuke y del mundo que los rodea?

N. B.: -Hay muchos ejemplos posibles. Por ejemplo, no queríamos que Michael fuera excesivamente guapo, o que tuviera ojos enormes y “bonitos” o la típica forma de la cabeza que suele verse en la animación comercial. No queríamos que tuviera la figura tradicional que puede luego transformarse en un muñeco de merchandising. La idea era que se viera como un chico real. Incluso en una de las primeras versiones tenía pecas y un par de dientes flojos. En fin, intentamos que se viera como un niño que podría vivir en nuestro barrio. Fue algo que nos llevó mucho trabajo. Lo mismo con la animación, no queríamos movimientos caricaturescos. Sin ponerme demasiado técnico, hay algo en la animación en general que suele anticipar el movimiento con gestos exagerados. Eso es lo que evitamos, tratando de mantener la “actuación” como algo natural, honesto, sin los estereotipos caricaturescos al uso.

K. H.: -Por el tipo de película que estábamos haciendo sabíamos que no estábamos compitiendo con las grandes producciones CGI de Hollywood. Ni siquiera la historia tiene mucho que ver con ese tipo de cine. Ni hablar del presupuesto. Es otro universo. Una de las cosas geniales de trabajar con un presupuesto chico es que la libertad es mucho mayor. No hay un grupo de productores pidiéndote que cambies cosas, sino un equipo que te da la libertad para contar la historia como mejor te parezca. Eso fue lo que nos permitió hacer la película que queríamos hacer. No es un film hecho por un comité, sino por un pequeño grupo de personas. Es un film europeo de animación independiente, no un blockbuster de Hollywood. Aunque también creo que El reino de Kensuke es incluso un poco más arriesgada que la típica producción europea de animación.

-¿Cómo fue el proceso de casting, que incluye a grandes nombres como Cillian Murphy como el padre de Michael y a la estrella del cine japonés Ken Watanabe en el rol de Kensuke?

N. B.: -Tuvimos mucha suerte, porque la agente de casting se nos acercó con una lista de posibles actores y de allí hicimos una primera selección. ¡Y todos dijeron que sí! Los más jóvenes dijeron que sí porque habían leído el libro en la escuela unos años atrás, y los más grandes también aceptaron porque lo habían leído junto a sus hijos. La novela realmente nos ayudó a conseguir las voces. Lo de Watanabe es interesante porque es un actor enorme, el Tom Cruise de Japón, como suelen llamarlo. Él realmente se conectó con el material y aunque no pronuncia demasiadas palabras a lo largo de la película, y lo hace siempre en japonés, se encargó de hacer muchos sonidos, por ejemplo al levantar algo pesado o resoplar al correr. Y durante la grabación no hacía los sonidos de forma automática, sino que cada inflexión tenía un sentido emocional. Ese nivel de detalle es brillante.

-El reino de Kensuke incluye varias reflexiones sobre el impacto del ser humano en la naturaleza y el vínculo con los animales, pero nunca se siente como un “mensaje” impuesto por delante de la historia y los personajes. ¿Fue difícil encontrar ese equilibrio?

K. H.: -Si uno se concentra en los personajes, cualquier temática es siempre la historia B. La historia A son los personajes, lo que los personajes atraviesan. Si uno se preocupa demasiado por los temas, en este caso el mensaje ecológico, se transforma en algo demasiado evidente. Los animales en la película no son simples vehículos para un mensaje, sino que también son personajes, desde los orangutanes hasta el pequeño insecto que cuida sus huevos. Si uno logra que la historia y los personajes funciones bien, lo temático aparece de manera natural, sin forzarlo. Es algo sutil.

N. B.: -Creo que lo que ayudó está relacionado con el hecho de que se trata de una historia de familias. No sólo la familia natural de Michael, sino de las familias que comienzan a forjarse a través de la conexión entre personajes. Incluso entre las especies. Cuando entra el grupo de cazadores a la isla aparece una amenaza real de destrucción de muchas “familias”. Ese fue el tema que hizo que la película tuviera una coherencia.