Hay que poner las cosas en contexto, primero. En 1987, en el número 4 de Diario de poesía, Daniel García Helder sentaba las bases de una disputa que, de un modo u otro, iba a llevar toda una década. O, al menos, iba a rozarla, a tratar de decirla, de hablarla, no necesariamente representarla, ya que las estéticas que iban a ponerse en pugna buscaban cualquier cosa menos una simple y llana idea mimética. El artículo se llamaba “El neobarroco en la Argentina”, y allí García Helder procedía a desarmar las bases de la llamada estética neobarroca que tanto había impregnado la escritura de los 80 y sus nombres, de Arturo Carrera a Néstor Perlongher y su “neobarroso” (el neobarroco rioplatense, claro); de la pose travesti-trans de Batato y compañía hasta Lamborghini o los manifiestos de los poetas organizados en torno a la revista Xul. La intención no era meramente descriptiva, sino polémica: con ese artículo, García Helder sintetizaba la búsqueda de una nueva generación que parecía querer replicar el modelo ultraísta de comienzos del siglo XX, pero adaptado a la Sudamérica de finales de milenio. El objetivismo aparecía así como un proyecto con cierta beligerancia, un intento, una búsqueda que quería separarse de los oropeles, la forma larga, melindrosa, exagerada, fuertemente cargada del neobarroco/neobarroso. El objetivismo quería ir al hueso, plantear una poesía que vaya al meollo del asunto y que convirtiese esa idea de William Carlos Williams en un precepto: no ideas but in things.

A comienzos de los 90, sería la revista 18 Whiskys la que parecía encarnar el proyecto objetivista de una manera menos programática y más efectiva. En sólo dos números (disponibles en la página AHIRA, como casi cualquier revista publicada en nuestras costas), Cucurto, Fabián Casas, Daniel Durand, Rodolfo Edwards, entre otros, iniciarían un camino que iba tanto para atrás, como demuestra la recuperación activa de Joaquín Gianuzzi, como para adelante, con una poesía que se alimentaba de referencias y situaciones concretas de lo cotidiano para armar un texto que obligaba al movimiento: si el neobarroco era pura imagen y satisfacción sensorial, el objetivismo era acción, y acción ya, ahora. Sería recién a mitad de la década cuando un libro, Punctum, ganador de un concurso organizado por Diario de poesía, parecía darle forma definitiva a la búsqueda de García Helder, a la poesía de 18 Whiskys, al mismo tiempo que se corría hacia el costado, hacia la forma extensa del neobarroco, a la construcción de imágenes cargadas, aunque menos disfrutables que pesimistas, oscuras, nacidas del corazón de una juventud que no era simplemente descarriada por rebelde, sino que terminaba siendo contracultural porque no tenía espacio concreto en la agenda política. De ahí en adelante, Martín Gambarotta nunca abandonó el centro de la poesía argentina contemporánea, convirtiéndose en un nombre de visita obligada como Juan Desiderio, como Fernanda Laguna, como Sergio Raimondi. En Literatura de base, una recopilación de gran parte de sus textos en prosa realizada por otro poeta, Emilio Jurado Naón, texto que reúne desde ensayos hasta entrevistas, vemos a un Gambarotta que explicita lo que se lee todo el tiempo en su poesía, ese vínculo obligado con la militancia política, pero no por el lado más resonante, más sencillo de asir, más luminoso. Y es que Gambarotta aprendió de los 90, en algún punto, que el desencanto es también una herramienta de lucha, y hay que saber usarla.

En Literatura de base, un punto fundamental de discusión es con la idea de una poesía coloquial, que parta y, sobre todo, que regrese a una captura de lo cotidiano en tanto cotidiano, sin desautomatización alguna, para volver a una palabra cara a las vanguardias (otro de los tópicos recurrentes en la prosa del autor). “La idea de lo coloquial en la poesía, en el poema, es peligrosa”, declara Gambarotta en pos de expandir algunas de las ideas de la primera sección del libro, de naturaleza más ensayística con respecto a los trabajos acerca de la traducción, a las entrevistas recopiladas y hasta a los escritos inéditos recogidos en la edición de Mansalva (sello de otro poeta, Francisco Garamona). “Está todo el asunto de la poesía coloquial que no me interesa tanto. Lo que me interesa es el habla para armar artefactos, poemas casi objetos, una base. Creo que es casi imposible escribir poemas hoy sin haber leído poesía contemporánea. Ese es el impacto que me produjo ir a una lectura de Juan Desiderio donde leyó La zanjita".

 

VERSOS COMO FLECHAS

Si Punctum es un largo poema que, por momentos, deshace la diferencia entre voz y personaje, entre canto y capítulo, funcionando como un televisor que, a la manera del zapping de la época, muestra escenas de jóvenes a destiempo, que podrían haber militado si fueran los 70, pero que en los 90 no encuentran lugar, salvo en el detritus anunciado en La zanjita de Desiderio y vuelto escenario posapocalíptico en Gambarotta, Sangría, su último libro de poesía, aparecido por el sello de la revista Rapallo a comienzos del año pasado, es el “post” de ese “post”. El arco que se dibuja entre un libro y otro va del fin de la fiesta menemista, de la percepción de que todo estaba podrido desde hacía rato, y que ya era el momento en que la pus empiece a vislumbrarse sobre las pieles bronceadas en Miami del establishment neoliberal, al cierre de un momento de la experiencia peronista del siglo XXI, que incluye a los Kirchner, a La Cámpora, al regreso de la militancia orgánica, a la revalorización de los 70 como una experiencia que implicaba un futuro, una nueva forma de pensar concreta, y a las puertas de este presente. Sangría es la grieta vuelta palabra, mejor, la grieta esclarecida, expandida. El primer poema dice: “Dan a entender que podrías llegar / a ser como ellos, te alientan a que / intentes ser como ellos, te tratan / como si fueras igual a ellos / porque saben que nunca / serás uno de ellos”. Literatura de base permite rumiar el mismo bocado, esta vez en prosa, y con hechos que vuelven, que reflexionan sobre la poesía de Gambarotta y tienden a reclamar tanto el lugar de referentes como el objetivo primero de los versos disparados.

Un hecho aparece una y otra vez, tanto en los escritos inéditos en prosa aquí reunidos como en los trabajos más ensayísticos: la frustrada toma del Regimiento de La Tablada por parte del Movimiento Todos por la Patria (MTP), suceso que parece funcionar como una escena clave para entender el fin de la experiencia de los 70 y el comienzo de la represión de los 90. En esa acción militar se jugó, para Gambarotta, lo último que quedaba en torno a la posibilidad de una juventud movilizada para la toma del poder. Pero el ejercicio a destiempo de esa acción dejó en evidencia que la política había pasado a otro plano: el del arte. La respuesta a la toma frustrada son Los Redondos. El poeta señala que los tres primeros discos de Solari, Skay y compañía mostraron que la discusión había pasado de tomar las armas a tomar la palabra: de ahí que las composiciones de Gulp!, Oktubre y Un baión para el ojo idiota se adelantaran a la organización represiva del menemato, que secuestró gente, torturó, que continuó en democracia una práctica con una lógica de dictadura y que muchos autores piensan, efectivamente, como una posdictadura perenne que, con suerte, se habría terminado con la asunción de Néstor Kirchner en 2003. Punctum fue también eso: un libro de poesía que bebía tanto de Leónidas Lamborghini, de Fogwill, del objetivismo, como del Indio. Los textos de la sección Estado echan luz sobre el asunto al mostrar un Gambarotta atento a la política cambiaria de Cavallo, a la aparición en el horizonte de Kicillof y el cepo como contracara de la convertibilidad, a la reconfiguración de la militancia bajo el ala de un peronismo alimentado por la Juventud Peronista y no por el rancio establishment del peronismo de derecha.

Gambarotta escribe poesía, pero no es necesariamente peronista en el sentido de una poesía partidaria: parte del peronismo para pensar la política de su escritura, lo que es diferente. Hace algo que se parece a lo que practicaba el Lamborghini mayor: usar la palabra peronista para construir, como bien dice él, artefactos que rarifican el lenguaje, pero que hacen política al desalienarlos, contextualizarlos, mostrar la historia que se quiere disimular detrás de sus usos y hasta volver a los términos incómodos con su presente. Porque no hay nostalgia en Gambarotta: todo es siempre pensar para adelante. Sangría recrudecía la diferencia entre un ellos y un nosotros, pensando desde el ellos, mostrando que hay un nosotros que nunca podría sentarse en la misma mesa con ese enemigo que disimula sus armas, que finge inocencia. Leído desde agosto de 2024, el libro del año pasado parece señalar la decepción del peronismo militante con el “albertismo”: vuelve la paranoia, la violencia, la diferencia con el otro como una diferencia activa que exige una distancia. No hay alianza posible, no hay acuerdo. Esa ubicación dentro de una órbita de militancia habla tanto de la escritura de Gambarotta como de aquellos poetas que, más jóvenes, más viejos o ya partidos, hicieron, hacían hablar a una época. “Con mi amigo Alejandro Rubio, poeta que falleció este mismo año, hablábamos mucho de peronismo. También estaba esta idea que lo que debía ser político es el texto y no tanto necesariamente la acción, porque eso había fracasado", comenta Gambarotta. "Ahora tengo esta idea de que existió una población peronista lejos de la dirigencia en la segunda mitad del siglo XX que le hizo la vida imposible a la oligarquía. A esa población peronista pertenecía Alejandro. Son casas austeras de familias que siguen los acontecimientos. Creo que esa población sigue existiendo, que va escribiendo su historia en los momentos de derrota, también. Como ahora. Pero esto que te digo tal vez sea una expresión de deseo”.

>Fragmento de Literatura de base de Martín Gambarotta

SOBRE GULP

¿Qué música acompañaba a los personajes en las novelas de Juan José Saer? Se escuchan respuestas. ¿Existen registros de las preferencias musicales de otros escritores? Sí, claro. A Fogwill, por comenzar por algún lado, no le gustaba el rock. Una vez le llamó la atención una canción que sonaba en el tocadiscos y paró la oreja. Qué es esto, preguntó. Enseguida perdió todo interés cuando se enteró que era la voz de Dylan en uno de sus discos religiosos de los años ochenta. No me gustan -dijo Fogwill- los blancos que tratan de cantar como negros, y así de un plumazo liquidó cualquier trascendencia que podía darle al rock. Para más datos, lo que Dylan cantaba, en efecto, era una versión gospel de “Una mente satisfecha”.

Parece claro que los padres literarios no escuchaban rock (aunque Fogwill después se hizo amigo de Adrián Dárgelos, el cantante de Babasónicos). Pero siempre hubo música sonando en las cabezas de los escritores y literatura en las cabezas de los músicos. El rock argentino en especial no sonaba muy interesante en los años ochenta, cuando ya tenía una realeza instalada que pecaba de indulgencia todo el tiempo. Presten atención, cantaba Charly García, se ha abierto un piano bar. ¿Un piano bar? Qué interesante.

¿Qué resonancia perdurable podría tener un piano bar en la mente de un joven crítico en 1984, para ubicar el asunto en algún año? La situación, por más que al disco de García se lo liste como bueno, no estaba para piano bares. Todavía se vivía una primavera política. Pero no era difícil adivinar que se venía, desde 1989 hasta el 2001, algo mucho más traumático.

Bastaba con leer los diarios para entender que había problemas. En la década de los ochenta, la Argentina tenía uno de los promedios de fuerzas de seguridad por habitante más altos del mundo. Casi por acto reflejo, cuando la primavera alfonsinista estaba llegando a su fin -o durante la primavera misma-, esas fuerzas de seguridad iban a salir a reprimir chicos, principalmente en el conurbano y en los balnearios lúmpenes (que tenían como epicentro a Villa Gesell). ¿No había nadie leyendo ese contexto? Sí, había una banda de rock que cantaba cosas como esta:

El Perro Bobby es un servicio de amor

a todo rock, canta como un león

pero es el más salmón de la ciudad.

¿No era el Perro Bobby el protagonista de la campaña de la Policía Bonaerense que en 1981 promovía que las familias no abandonaran a sus mascotas en el camino de regreso de las vacaciones? ¿No era la versión televisada de su operativo de seguridad, el Operativo Sol, en la Costa Atlántica? Ese perro pasa de un spot de propaganda en dictadura a ser el personaje de una canción que circulaba en cintas piratas. De himno infantil a la canción “De estos polvos futuros lodos”, de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. La letra la había escrito el cantante del grupo, Carlos Solari.

El estado de cosas estaba leído, entonces, por Patricio Rey para cuando edita Gulp!, en 1985. Solari ya había cumplido 36 años cuando sale. Fue un acierto que el grupo no hubiera editado un disco antes. Es muy fácil caer en la trampa de editar muy pronto, y esto corre en especial para la literatura, que por momentos se puebla de estafadores dispuestos a cobrarles caro a los más jóvenes por sacar un primer libro de versos malos. El asunto del momento que Patricio Rey elige para sacar su primer disco no es menor. No está mal pagarse una edición. Lo que está mal es errarle al momento de hacerlo.

Fragmento de “Sobre Gulp!, de Patricio rey y sus redonditos de ricota”.