Liga de la Justicia es la película-morbo de la temporada pochoclera. Su rodaje empezó poco después del estreno Batman vs Superman: El origen de la Justicia, con los consabidos cortes, parches y reescrituras que todo fracaso genera en los proyectos posteriores de una franquicia. Así y todo a la gente de Warner no les cerró el nuevo tratamiento del director Zack Snyder, e incorporaron como guionista a Joss Whedon para que hiciera lo mismo con el universo Marvel: masajearle las cervicales, abrirle los chacras a nuevas energías, descontracturarle los nudos a ese guion que, como el del encuentro de los dos encapotados más famosos, se hundía en la gravedad y la transcendencia. El suicidio de la hija adolescente de Snyder dejó al responsable de Los Vengadores a cargo de las retomas y ajustes finales –aunque sólo acreditado como coguionista– de una producción cuyo presupuesto terminó por los 300 millones de dólares, casi el doble de Mujer Maravilla. Muchos verán Liga de la Justicia, entonces, con el secreto placer de confirmar en pantalla los malos augurios de uno de los proyectos más conflictivos de Hollywood de los últimos años. A ellos debe decírseles que mejor se queden en casa, porque al lado del ladrillazo de BvS ésta es una obra maestra. Pero, claro, para eso tampoco hacía falta demasiado. 

El estudio Warner había prometido un ensamblaje perfecto entre ambas miradas. Difícil lograr una homogeneidad partiendo de una disputa artística entre la épica innegociable de uno, con sus largos travellings en cámara lenta y regodeos visuales como marcas registradas, y la gracia desprejuiciada del recién llegado. Basta haber visto media hora de Los Vengadores y otro tanto de BvS para identificar qué porción del corte final corresponde a cada director. Snyder debe haber rodado el 80 por ciento y, por lo tanto, su tono adusto e imágenes estilizadas se imponen sobre el juguetón y pop Whedon. Al primero se le puede atribuir una narración llamativamente desnorteada para los cánones de Hollywood, una que dedica sus buenos minutos a presentar a Aquaman (Jason Momoa), Cyborg (Ray Fisher) y Flash (Ezra Miller) para después sacar de la galera a un malvado que justifique su inserción la dinámica grupal. 

A todos ellos los habían ido a buscar Bruce Wayne/Batman (Ben Affleck) y Diana Prince/Mujer Maravilla (Gal Gadot) después de la muerte de Clark Kent/Superman para algo que en principio no se sabe muy bien qué es por la sencilla razón que no hay conflicto en puerta. O Wayne tiene poderes de clarividencia además de mucha mucha plata, o hay un boquete en ese guion visiblemente manoseado. Con el malo llega, al fin, lo más parecido a un nudo narrativo. El objetivo es que el tal Steppenwolf –hermano vocal del gutural Darth Vader– no junte tres cajitas cuya unión podría desatar lo más parecido a un apocalipsis. Quienes lo impedirán son esos muchachos y esa muchacha que repiten varias veces que lo suyo es “salvar el mundo”. Nada de andarse con chiquitas ni resoluciones terrenales. 

Con una reducción considerable aunque insuficiente de parlamentos sobre la Justicia, el Bien, el Mal y demás temas importantes, Liga… es, como Thor: Ragnarok, una transición. Lo curioso es que ocurre dentro del mismo metraje: Superman empieza a tirar chistes, Batman a cambiar traumas por canchereadas, Flash pasa de inocencia a estupidez y Aquaman se vuelve un rudo simpático. Contradictoria y neurótica, la película se vuelve más liviana e incluso leve, fugazmente divertida. Como si el porcentaje Whedon estuviera concentrado en la última media hora, la culminación se da no con una sino con dos escenas pos créditos.