Cécile McLorin Salvant es el summum de la improvisación. En cada ensayo, en cada concierto, dice que nunca tiene guion, que no hay repertorio preestablecido que resista su carácter imprevisto, amplificado. Lo sabe su banda, entrenada para sacar conejos de la galera. Ante el desconcierto de los guardianes del canon, puede pasar de un clásico como “I Didn’t Know What Time it Was”, compuesto por Richard Rodgers y Lorenz Hart, a “Alfonsina y el mar”, de Ariel Ramírez y Félix Luna, con unos graves que parecen los de la Negra Sosa, o ir del recitado juguetón de temas propios como “Obligation” para terminar en un tradicional cubano, como “En el tronco de un árbol”, con un castellano notable. Tal vez, recuerda, sea la inspiración de una de sus referentes, Sara Vaughan, de la cual se enamoró cuando la escuchó a sus 14 años mientras estudiaba canto clásico y sintió que había una manera de interpretar que fluía como una cascada sin contención. Hasta allí, se había imaginado ser cantante de ópera o de algún musical para una película de Disney.

Argentina será uno de esos parajes nuevos desconocidos, que tanto la desafían. “¡Todavía no sé a qué jugaremos! La mayoría de las veces no tengo una lista de canciones o, si la tengo, ¡no la sigo! No sé mucho del público argentino, sólo sé que pasé dos meses en Buenos Aires cuando era niña, en un viaje familiar, así que será un descubrimiento total”, adelanta en exclusiva en un alto de sus maratónicas entradas y salidas de festivales internacionales, donde no para de cosechar laudos. “Cécile, apenas 35 años, tiene por delante océanos a los que dar forma con su voz”, escribió Luis Hidalgo en El País, atraído por su lección vocal de jazz en La Paloma donde destacó con una voz de amplio rango y una banda con la que puede abordar lo que le plazca hacer en el momento, como entonar “And I Love Her”, de sus amados Beatles en una balada partida al medio, o desplegar sus dotes teatrales –cuando canta tiene un poder performático que conmueve con gracia espontánea– en “If You Feel Like Singing, Sing”, la canción de Judy Garland que entonaba de chica en la ducha.

Considerada hace una década como una de las estrellas mundiales del canto, tres veces ganadora del Grammy y elegida “Vocalista femenina del año” en la prestigiosa revista Down Beat, llegará a Buenos Aires para lo que, se intuye, como esos memorables recitales del año –tocará cuatro shows sucesivamente el 7 y 8 de septiembre, en Bebop Club–, acompañada al piano por el talentoso Sullivan Fortner, el contrabajista Yasushi Nakamura y Kyle Poole en batería. Nacida en Miami de padre haitiano y madre francesa, es capaz de expandir sus tonos líricos y barrocos cuando la ocasión lo amerite, de cantar en inglés, en castellano, en francés y hasta en la lengua de su madre, el occitano, con el que resplandeció por única vez en su sexto y último disco, Mélusine, a través del divertido tema “Dame Iseut”.

Con sus atuendos étnicos se asemeja a una Cesária Évora, con la misma libertad de “no sonar limpio y bonito” sino de explayarse sui generis con graves profundos y roncos tanto como con agudos diminutos y precisos, por caso en su bella versión del standard “Sophisticated Lady”. Entre sus mojones aparece el primer premio en la competencia Thelonious Monk, donde la conoció el representante de artistas Ed Arrendell. “Cécile era diferente”, contó a la revista Downbeat en su edición de agosto de 2014. “Ella tiene una sinceridad, una espiritualidad. Hay algo en su sonido, en su estilo, que comunica que ha entendido la tradición que representa”.

Es común que artistas que son celebradas una y otra vez como de las mejores de su generación se rebelen, sientan pánico o imposten una falsa modestia. Y también es común que en las entrevistas se guarden más de lo que cuenten, desplacen la atención a sabiendas que una gran platea está agazapada, chismosa de conocer los secretos de la creación. Mc Lorin Salvant es de pocas palabras, no acomoda un estilo propio a las exigencias de la industria; más bien su personalidad brota en la autenticidad que surge de lo que canta y no tanto del reconocimiento de sus precursoras, de Dee Dee Bridgewater a Dianne Reeves, que la bendijeron apenas entró en el difícil y exclusivo mundo del jazz vocal como “estrella naciente”.

“Realmente no pienso en términos de mi 'carrera', eso me parece paralizante. Pienso en las cosas que estoy tratando de hacer. No estoy segura de qué ha cambiado desde que empecé. Creo que es demasiado pronto para decirlo, pero siento que me he sentido más cómoda conmigo misma, con lo que realmente me gusta. Y esa es la llave para seguir disfrutando”, dice desde su casa de Estados Unidos, consciente que le costó sacarse el mote de “la nueva diva del jazz” para viajar hacia territorios inesperados, sin nombre ni género.

“¿Cuál es la singularidad de la experiencia del intérprete con respecto a la inspiración?”, se pregunta el compositor Jonathan Harvey en su ensayo Música e inspiración. Cécile es también compositora, artista visual, pero no sólo sabe “colocar” su voz al servicio de las canciones, todo un arte en sí mismo, sino que prepara la escena magistralmente: selecciona, jerarquiza, elige repertorios y sonoridades como pocas en el mundo del jazz contemporáneo. Baste ver a una Cécile con su look de anteojos de colores y aros grandes en un concierto Tiny Desk de hace unos años, a solas con el pianista Sullivan Fortner, donde despliega sus alturas vocales en un espacio minimalista, de texturas y densidades muy difíciles de imitar y una ejecución meticulosa de la técnica que llega a un umbral expresivo en “Omie Wise”, a capella, una canción folk americana dedicada a una víctima de femicidio.

Figura del espectáculo, la musicalidad de McLorin Salvant se enlaza con su pasión por contar historias y su don gestual para conectar el musical, el blues, el folk, el teatro, el vodevil, el jazz y la música barroca europea. Estudiosa, curadora ecléctica, obtuvo una licenciatura en derecho francés mientras también aprendía música barroca y jazz en el Conservatorio de Música Darius Milhaud. Desde su debut, con Woman Child (2013), está acostumbrada a arrasar con todos los premios pero nada la entretiene más que desempolvar canciones rara vez grabadas y olvidadas, como “John Henry”, un tema tradicional del siglo XIX que suele elegir desde aquel disco fundacional. “Me gusta que me sorprendan y me encanta reír. Por lo general, mis elecciones de canciones dicen más sobre mi sentido del humor que cualquier otra cosa”, dice, como marca de estilo.

Las canciones latinoamericanas suenan más fuertes últimamente en su repertorio. En su casa escuchaban Buena Vista Social Club, Los Tres Paraguayos, Chabuca Granda, Bola de Nieve y Mercedes Sosa. “Me encantaría aprenderme algunas canciones de Bola de Nieve”, asume. “Hace tiempo que me gusta expandirme más allá del cancionero americano, hemos estado haciendo algunas canciones barrocas inglesas, algunas canciones haitianas, algunas originales norteamericanas. Realmente no me considero únicamente una artista de jazz y no pienso en términos de géneros musicales. Escucho muchos tipos diferentes de música, por lo que es difícil para mí dar una declaración general sobre el jazz actual y ese tipo de cosas”.

Escucha mucha música y suele pasar por fases en las que se obsesiona con un artista. Todas son influencias para lo que luego hace en el escenario, donde pasa de flotar con su voz acompañada de una guitarra eléctrica, con una orquesta, o con un piano a solas. Piensa en nuevas versiones del gran Stevie Wonder, como su trasnochada interpretación de “Visions” –todas las notables cantantes norteamericanas de las últimas décadas, de Nnenna Freelon a Samara Joy, de Macy Gray a Jazzmeia Horn, versionaron a Wonder–. “Estos días me he estado despertando y yendo directamente al teclado con mi café pensando en nuevas canciones. No ensayo mucho. Los discos a los que vuelvo últimamente son La Leyenda del Tiempo de Camarón de la Isla y La Bohème de Puccini en la versión de Freni. También he estado escuchando mucho Brat, de Charli XCX”.

Asume que no vive full time de la música. Dice que está encantada leyendo a Clarice Lispector, a Magda Szabó, a Tolkien. Le gusta dibujar y bordar, y se fascinó en los últimos años con el croché. “Me gusta demasiado la televisión y la lectura. Me encanta caminar”, dice, y en esas andanzas al aire libre a veces piensa en cómo poder conectar con el público en su idioma. “Las diferencias para mí están más en esa conexión y comunicación con la gente. Pero también me encanta ver las incomparables expresiones y el humor que aparece en los diferentes idiomas”.

Nombra a sus músicos favoritos, a los que siempre regresa: Camarón de la Isla, María Callas, Chaka Khan, Aretha Franklin, Sarah Vaughan, Louis Armstrong, Ethel Waters, Céline Dion. McLorin Salvant, además, posee una de las cualidades más extraordinarias de una cantante: sabe escuchar. No entona llenando el espacio vacío, sabe no cantar de más y eso que cada vez que arremete con una canción le sobra aire y expresividad para llegar a una de esas cumbres que deja a la audiencia con la respiración entrecortada. Entiende a la perfección aquel preciado elemento del jazz: el sentimiento de la música como una cooperación espontánea entre los músicos. Liderando su joven banda, puede llegar a un éxtasis con tan sólo sentarse y acomodar su vestido de ocasión, con una puesta en escena tan sobria como sutil, fiesta pagana que conecta con las raíces, con lo afro, tanto como con la sofisticación del sonido de las grandes ligas del jazz.

Clásica y moderna, torrentosa y dulce, enigmática y ancestral, la voz de Cécile se escucha como una fuerza inconmensurable de la naturaleza, sustraída a las imperceptibles inflexiones que ejecuta para embellecer apenas una nota, apenas un acorde. Con ese gesto alcanza para despertar un cosquilleo de emoción. Y en esos momentos en los que rompe con la melodía, perdida en la emoción y se trepa hacia lo sublime, parece atravesar siglos, lenguas, continentes y culturas con el sello joven pero ya inconfundible de una de las artistas más audaces de este siglo.

Cécile McLorin Salvant se presentará el sábado 7 y domingo 8 de septiembre en Bebop Club, Uriarte 1658.