“¡Y cómo no lo voy a creer, si los hijos de puta gobiernan el mundo!” La frase podría salir de la boca de cualquier persona con poco espacio para la sorpresa ante los desaguisados del poder de turno. O bien, de alguien con la paciencia ya colmada por las situaciones cotidianas que entrega un mundo donde la crueldad, el desprecio y el maltrato se han convertido en elementos centrales de la dinámica social. Pero la dice el personaje de una ficción que hace diez años –cuando llegó a la cartelera argentina– comenzó a marcar una bisagra en la vida de sus responsables, así como también en la del cine argentino. Una película más o menos conocida llamada Relatos salvajes, que desde entonces (y todo indica que por largo tiempo) ostenta, entre otras marcas, la de encabezar la lista de producciones nacionales más vistas de la historia, con cuatro millones de espectadores.

Reventar las boleterías fue el segundo hito, porque el primero había sido una premiere mundial en el marco de la Competencia Oficial del Festival de Cannes de 2014. A partir de allí, el anteúltimo largometraje de Damián Szifron, quien coqueteó con Hollywood hasta redondear el año pasado Misántropo, se pasó los meses posteriores recorriendo el mundo y codeándose con la elite de la industria gracias a sus más de 40 premios internacionales. Una cosecha que incluyó el BAFTA británico a Mejor Film en Habla no Inglesa, una nominación en la misma categoría del Oscar y el Goya de España como Mejor Película Iberoamericana.

Pero quizás el logro más perdurable esté ocurriendo ahora mismo, cuando muchas de las peripecias imaginadas por Szifron, volcadas en su momento al exceso, hoy forman parte de la realidad y de la dieta diaria de noticieros y portales informativos. No por nada esas mismas usinas refieran a Bombita –el apodo del personaje de Ricardo Darín que, hastiado de la burocracia, vuela por los aires la oficina de acarreos– cada vez que hay incidentes en dependencias públicas o peleas callejeras. Esta antología de seis episodios donde el humor negro adquiere la forma de una espiral de violencia y locura recibió al momento de su estreno el mote de “comedia”. ¿Qué ocurrirá ahora, con el reestreno para celebrar su primera década? ¿Se leerá igual, o acaso la rotularán como tragedia?

“Creo que leyó muy bien los instintos humanos. Hace poco fui a un programa de televisión, Sobredosis de TV, donde mostraban informes de actualidad y parecía que era todo armado por el reestreno: eran situaciones exactamente iguales. Damián hizo una lectura muy aguda de nuestra sociedad. La realidad se va acercando cada vez más al salvajismo de estos relatos. Hoy Bombita Darín se queda corto, es un tímido para la furia social que hay”, dice ante Página/12 Julieta Zylberberg, a cargo junto a Rita Cortese y César Bordón de los roles estelares del segundo relato, Las ratas.

Ricardo Darín como Bombita.

Allí, quien actualmente protagoniza la obra Prima Facie (ver aparte) interpreta a la camarera de un bar en medio de la ruta al que ingresa con apetito un funcionario de probada corrupción. Maltratador compulsivo, es el mismo hombre que pronto se presentará a las elecciones para ocupar el cargo de intendente, lo que motiva la frase del comienzo, y que años atrás remató la casa donde ella vivía con su familia, provocó el suicidio de su padre, acosó a su madre y la obligó a una mudanza indeseada. El dilema de las mujeres –y de buena parte de los espectadores– lo plantea la cocinera al manotear de la alacena una lata con veneno para ratas vencido con la intención de agregárselo a su plato: “¿Le hacemos un favor a la comunidad?”.

“Me acuerdo de haber leído el guion y decirme que tenía que hacerlo porque era un proyecto muy interesante para mí. El guion era increíble y el elenco convocado también era bárbaro, así que me daba muchas ganas de sumarme”, recuerda la actriz, quien al momento del rodaje de Las ratas –cuatro jornadas nocturnas “intensas, largas y divertidas” en una locación cercana a la localidad bonaerense de Baradero– era una madre primeriza de un bebé de tres meses y se aprestaba a filmar Mi amiga del parque, de Ana Katz. “Fue una experiencia muy atravesada por tener a mi hijo muy chiquito, que me esperaba en un motorhome con una amiga que había ido a cuidarlo. Yo interrumpía a cada rato e iba a darle la teta. Una de esas jornadas estuvo dedicada solo a la escena del asesinato, así que estuve toda la noche en un charco de sangre”, agrega.

-Con el personaje de Cortese hay un juego de espejos en el que vos encarnás a una mujer un tanto más benevolente y ella, a alguien con mucho menos ataduras. ¿Cómo fue el trabajo conjunto? ¿Hubo mucho ensayo previo?

 

-Creo que no ensayamos. Sí nos juntamos a leer con Rita y César, con quien ese mismo año filmé una película muy chiquita, El 5 de Talleres. Son dos actorazos, y me acuerdo que con ella nos reímos mucho durante el rodaje. Damián es un director que te hace decir al pie de la letra lo que dice el guion y repetir escenas hasta que sienta que lo que tiene está bien y le sirve.

-¿Qué recordás de Szifron? ¿Qué lo vuelve tan particular respecto al resto de sus colegas?

 

 

-Tenía algo bien infantil en el buen sentido, como de niño decidido y obstinado, pero también irreverente. Por ahí él decía “quiero esto de tal manera” y, si yo respondía que no sabía si se podía, él contestaba: “Es así y así”. Eso era divino porque mostraba lo convencido de un montón de cosas que estaba. Sé que había escrito el guion durante muchísimo tiempo y lo había revisado un montón. Era muy receloso de cada palabra que había elegido, como si el guion tuviera algo matemático en donde no fallaba nada.

-Por lo que decís, tenía la película armada en la cabeza y el rodaje fue una materialización de ideas que ya eran de una determinada manera.

 

 

-Sí, creo que tenía segundo a segundo imaginado y buscó una actriz. Yo confiaba cien por ciento en él; todas las ideas eran espectaculares. Era muy fácil empatizar y ponerse bajo su mando porque te generaba confianza. Si no se arma esa “transferencia”, es imposible. Y también es imposible si no confiás en la persona. Es muy fácil seguir una obsesión cuando confiás plenamente.

-A diferencia de otras películas no episódicas, en las que como actriz tenés una idea más completa del proceso creativo, acá había una parte importante que desconocías. ¿Qué sentiste cuando finalmente viste Relatos salvajes?

 

 

-Yo había leído todo un guion con todos los relatos, así que tenía una idea, pero nunca me había cruzado con los otros actores, así que cuando la vimos en una función todos juntos fue impresionante. Era muy contundente y, apenas terminó, me dije: “Ok, a esto le va a ir muy bien”. No tuve ninguna duda, me pareció muy bomba.

 

De la pantalla a las tablas

 

 

Julieta Zylberberg tiene 41 años y un currículum que más de una colega con un par de décadas más encima envidiaría. Pero su trayectoria es lógica para alguien que está en el mundillo artístico desde 1995, cuando fue parte del staff de Magazine For Fai, el programa emblemático de esa cantera injustamente soslayada de la historia de la televisión nacional que fue la señal Cablín. A lo largo de estas tres décadas participó en treinta ficciones televisivas o de streaming, una decena de obras de teatro y veinte largometrajes. Una filmografía que incluye trabajos al mando de realizadores de la talla de Lucrecia Martel (debutó en la pantalla grande en La niña santa, de 2004), Albertina Carri (Géminis), Ariel Winograd (Cara de queso), Diego Lerman (La mirada invisible, labor que le valió el Cóndor de Plata), Ana Katz (Los Marziano, Mi amiga del parque, El perro que no calla) y Daniel Burman (El rey del Once).

Pero hoy buena parte de su energía está depositada, en el ámbito familiar, en la atención a su segundo hijo, Florián, de casi diez meses, a quien pispea mientras hace la video llamada con Página/12. Y, en la faceta laboral, en Prima Facie, la obra de formato unipersonal que protagoniza los lunes y martes a las 20.15 en el Multiteatro Comafi bajo la dirección de Andrea Garrote y que, debido a su buena perfomance de público, prolongará su temporada. Se trata de la adaptación local –también a cargo de Garrote– del texto escrito por la dramaturga australiana Suzie Miller que, además de por Sidney, ya tuvo versiones en Londres, Nueva York y Madrid, entre otras ciudades de relevancia en el mapa teatral, tal como contó la periodista Candela Gómes Diez en la elogiosa crítica publicada en estas páginas.

En ella Zylberberg se pone en la piel de Romina, una joven y exitosa abogada penalista que trabaja en un estudio jurídico prestigioso defendiendo a acusados de delitos sexuales. “Es una obra muy actual que habla del vacío que tienen la Justicia y sus reglas cuando se trata de violencia sexual, que muestra el desamparo en el que quedan las víctimas por no estar contempladas en el sistema”, resume la actriz, y destaca que para ella “es muy importante hacerla en este momento de Argentina, cuando hay un desfinanciamiento total de cualquier política de género”.