El nuevo disco de Duratierra indaga en sus raíces musicales, y logra un trabajo de un sentir pleno: A los amores (El folklórico VOL.1) se presenta esta noche, a las 21 en Teatro Lavardén (Sarmiento y Mendoza). “Desde todos los lugares posibles, fuimos en busca de una memoria emotiva, tanto desde la tecnología con la que grabamos como evidentemente desde el género, el folklore argentino, y con canciones propias”, comenta Micaela Vita a Rosario/12.
“También desde lo estético, buscamos homenajear de alguna manera a esos discos de vinilo y a sus tapas. Fue un trabajo en equipo, como hacemos todas las cosas, con la diseñadora y la fotógrafa fuimos en busca de esa tapa, que emulara un poco aquellos discos”, continúa la cantante del grupo, que conforma junto a Juan Saraco (guitarra y coros), Nicolás Arroyo (percusión, coro y voz), Tomás Pagano (contrabajo), Valen Bonetto (guitarra, ronroco, coros y voz), Silvia Aramayo (piano, acordeón y coros) y Martín Beckerman (percusión).
-El título del disco lo señala, pero las canciones lo corroboran: hay un afecto declarado hacia la música de aquellos discos.
-Venimos del folklore y así nos conocimos, tocando esta música, sintiendo esa atracción y esas ganas de explorar en estos géneros. Después, Duratierra hizo su propio camino y fuimos soltando un poquito las amarras de ese muelle, para dejarnos atravesar también por toda otra música que nos conforma como personas. Pero siempre quedó pendiente hacer un disco folklórico, era un sueño que teníamos, el de construir una obra que sintiéramos desde ese peso musical, y nos da mucha alegría poder sentir que llegamos a ese lugar. Son muchos años de andar. Y el amor, como el eje de este disco, es un concepto que se fue develando. Los discos, a veces, marcan un camino. Empezamos a ver que las canciones hablaban del amor y de diferentes maneras: a la tierra, las amistades, el amor cotidiano, el de la casa, la pareja, los hijos y las hijas; incluso, la canción “Verano del 19”, que es dolorosa y desgarradora, habla del amor como un salvataje. Este disco nos estaba llevando hacia ese lugar, a poner el amor en primer plano, como un prisma para mirar el mundo y como una forma de estar y de construir. También como una respuesta a estos tiempos, donde la violencia y los discursos de odio están a la mano, inoculados por distintos medios en esta sociedad.
-Hay variedad de ritmos -zamba, gato, chacarera, milonga-, pero el primer tema, “Árbol”, sucede casi como una obertura, en donde lo instrumental invita a la voz y a las demás canciones. ¿Cómo organizaron las composiciones?
-Fue muy orgánico, el disco se armó solo. Son canciones que Juan (Saraco) fue componiendo en estos años, desde que nos fuimos a vivir a las Sierras Chicas de Córdoba, canciones que empezaron a aparecer, a brotar, de la vivencia de estar allá, en el monte. El contexto de la vida, las amistades y la guitarreada, empezaron a atravesarnos, y se volvió mucho más cercana la música folclórica. Esa canción, “Árbol”, es la única que no es de Juan, es de Tomás Pagano, el bajista de la banda, y de Matías Zapata, ex integrante de Duratierra. Y es preciosa, es la primera canción de Tomás en un disco, y partió de un juego, de un ejercicio de composición que hicimos grupalmente, donde Juan nos propuso trabajar a partir de unas fotografías. Escribió algo al respecto de esa fotografía, y después le pasó ese escrito a otro compañero de la banda, para construir una canción. De ese modo nació “Árbol”, y cuando la escuchamos, nos pareció que por su temática -habla de lo cíclico, de la naturaleza y de la regeneración- teníamos que arrancar por ahí, porque es una obertura a todo lo que viene. A mí me encanta hacer discos, porque cada uno es un gran espacio de aprendizaje; de todos los discos hemos aprendido algo, por cómo los hacemos, por cómo elegimos hacer los procesos creativos. Siempre buscamos un desafío, y en este caso fue el de grabar en cinta abierta, de tocar en vivo, y de encontrar en ese tocar las dinámicas grupalmente. Fue una experiencia hermosa.
-Grabaron en cinta abierta de 16 canales, de manera tal que tuvieron que aprender sobre cómo se hacían aquellos discos.
-Un nuevo viejo aprendizaje (risas). El disco se grabó en vivo y después, como en todos los discos de cinta, se pudieron hacer algunas sobregrabaciones, pero siempre esperando los tiempos de la cinta, rebobinando y yendo para adelante, algo precioso, porque te pone en otra sintonía en cuanto a la ansiedad. Las voces se grabaron también en cinta, pero en un proceso posterior, intentando que fueran tomas enteras. La única canción que no grabamos así, por una cuestión de tiempos y de lugares, fue “Te miré por vez primera”, en formato digital y en un estudio en Córdoba, para poder grabar con Raly Barrionuevo. Pero todo el disco está grabado en un estudio de provincia de Buenos Aires, El Attic, que tiene una máquina de cinta muy viejita y en un estado de conservación perfecto.
-Conservar esas viejas tecnologías me parece sustancial, permite participar en otra manera de pensar la música, la de una época donde era posible sentarse a escuchar un disco.
-Se escucha mucho la diferencia, hay algo en el grano de lo que se oye que es muy difícil explicar, y se escucha muchísimo la cualidad de la cinta. Eso es algo que apela a una memoria emotiva bastante inconsciente, lo hace sonar más cálido. Hay algo que la cinta propone de por sí, que te lleva a ese lugar, al del recuerdo de esos discos de pasta y de vinilo sonando en las casas. Son ocho canciones que tienen un recorrido, te van llevando una tras otra con un sentido, como si te hablaran al oído. Creo que este disco propone detener un poquito el ritmo abismante del cotidiano, y solo escuchar música.