Irene Némirovsky nació en Rusia en 1903. Su padre era un banquero judío que huyó de la Revolución de 1917. Vivió un tiempo en Finlandia y después en París. Murió en 1942, en el campo de concentración de Auschwitz. Solo en 2004, con la publicación de su Suite francesa, que recibió el Premio Renaudot, recuperó su lugar entre las escritoras europeas del siglo XX. Con una muy buena traducción de Lucía Dorín y prólogo de Pola Oloixarac, la edición de Edhasa de estos Cuentos selectos nos devuelve parte de su obra de ficción en esta colección de cuentos.

Con fuertes raíces europeas, los relatos abren breves ventanas de tiempo sobre vidas individuales enfrentadas a crisis políticas nacionales e internacionales, encuentros y desencuentros con otros individuos, recuerdos queridos y terribles o a su propia imagen en espejos que gritan verdades que todos tratan de esquivar desde hace años. Némirovsky escribe en una prosa elegante y cuidadosa, con un tono que se mueve entre la expresividad y la fluidez, y palabras que parecen amables pero son capaces de diseccionar a los personajes sin temblar y también de quebrarse emocionalmente frente a ciertos episodios.

Las historias están contadas tanto en primera como en tercera persona y a veces, hasta en primera persona plural. En algunos cuentos, el argumento coquetea con lo autobiográfico, por ejemplo, en “Nacimiento de una revolución. Escenas vistas por una pequeña niña”, un texto casi ensayístico en el que la narradora busca una respuesta a la primera pregunta del texto: “¿Cuál es el momento exacto en el que nace una revolución?” En este caso, la pregunta se refiere sobre todo al deseo de determinar el momento en que la revolución “se hizo visible no solo para los iniciados sino para la gente, para los niños, para mí”. Lo que se describe es el choque violento de un acontecimiento histórico con la vida de un individuo. El golpe se concentra en dos escenas que fuerzan a la niña del título, el “yo” narrador, a comprender que lo que pasa en Rusia va a cambiar no solo el mundo sino también su propia vida. El primer hecho es la contemplación de una marcha de mujeres trabajadoras que caminan con sus hijos para “pedir pan”. La descripción de la protesta es neutra excepto cuando se afirma que las mujeres “arrastran” a sus hijos a ese acto inusual. El segundo hecho es la crueldad de un simulacro de fusilamiento. Sobre la base de esos dos momentos, el texto reflexiona sobre esos instantes en los que la guerra deshumaniza completamente a los seres humanos y los convierte en bestias.

Otro tema importante en la colección es el peso del pasado en la existencia de los exilados, de quienes se habla una y otra vez. Para ellos, la nostalgia es un sentimiento permanente muy unido a la tristeza profunda que se nota en gran parte de la ficción del centro de Europa, una región tocada por las dos guerras terribles del siglo XX. Por ejemplo, en “La Niania”, una nodriza vieja, trasladada a París después de la Revolución Rusa, extraña la nieve que siempre marcó el paisaje de su infancia y, cuando llega el invierno y no nieva, cuando el barro reemplaza la blancura del recuerdo (una imagen perfecta de la comparación entre la perfección del recuerdo y el espanto del presente), hace un intento desesperado por llegar a lo que cree que es nieve y ese intento la lleva a la muerte.

No puede decirse que la cuestión del rol de la mujer en la sociedad esté en el centro de estos relatos, pero Némirovsky no la ignora por completo. En “Eco”, un cuento profundo en el que el título es una instrucción de lectura perfecta, se narra una reunión en cuyo centro está un escritor famoso, rodeado de admiradoras de clase alta, entre las cuales están su esposa y su amante (identificadas por la voz narradora, que ve semejanzas entre ellas y su propio pasado). En esa conversación, los recuerdos del escritor, que en la infancia se sintió maltratado y poco comprendido, se entretejen con un presente en el que él repite los actos de sus padres cuando maltrata públicamente a su propio hijo. Así, los recuerdos de quien cuenta y los del escritor repiten como un eco los que está formando el niño cuando recibe la furia de su padre por hacer una pregunta inconveniente.

En esa cadena de hechos negativos, la conclusión general es de un pesimismo desesperado. En el universo de estos cuentos, Europa está hundida en el barro de una civilización en decadencia y eso se nota especialmente en dos historias dedicadas al amor. Tanto en “Un amor en peligro” como en “Magia”, se narra un desencuentro trágico entre dos personas y se rechaza con amargura la idea romántica de que dos individuos están destinados a formar una pareja. La voz narradora de “Magia” es una primera persona plural, un “nosotros” que identifica a una colonia de emigrados rusos en Finlandia. Sobreviven como grupo en un hotel de madera, iluminándose con velas porque no hay electricidad y llevando a cabo sesiones de espiritismo. Cuando el protagonista pregunta a los espíritus por la mujer de su vida, la “magia” le dice que no es Nina, a quien él está cortejando, sino una tal Doris a quien no conoce ni conocerá nunca. Así, con un juego casi infantil, se frustra el amor posible entre Nina y el protagonista, y se deja bien en claro que el amor que prometen los espíritus a cambio es solo un sueño absurdo, un espejismo. El “nosotros” narrador llega entonces a una conclusión desgarradora: los “dioses que tejen nuestro destino” cometieron “un error”, perdieron “un eslabón” de la cadena que armaban. El segundo cuento, “Un amor en peligro” se pregunta sobre la relación entre amor y felicidad, esa ilusión que damos por sentada y se responde que no, que el amor no trae felicidad porque “la tristeza es inseparable de cualquier sentimiento fuerte” y el amor sin duda lo es.

Esa conclusión podría servir para describir a todo el libro. En la literatura de Némerovsky, los sentimientos ya no son la salvación como en el siglo XIX. El escenario europeo, recorrido por cruces entre la política, la sociedad y el individuo, es un remolino aterrador del cual no es posible escapar ni a través del arte ni a través del amor.