En La inquietud humana, del poeta Francisco Sicardi, podemos encontrar un ejército de imágenes sexuales. Si nos dejamos llevar por las metáforas de este poeta-médico la creación es un acto de lascivia. Es un parto asistido por poetas luego de una gran orgía y son los poetas los que intentan poner algo de su deseo y luego narrarlo a partir del Caos. En el comienzo del poema surge el Universo plasmado de la Nada. Hay cópulas copiosas sobre el himno / de las preñadas ubres, en los senos / de la Naturaleza maternal, pululan / en connubios frenéticos los cuarzos / y los metales bésanse en ardientes / procreaciones. Como puede observarse todo fluye con mucha libido y poca reserva, teniendo en cuenta que el poema fue publicado en 1912.

…Saltan chispas

de brillantes espermas por el negro

infecundo silencio; los nupciales

fulgores se derraman, crean las brumas

luminosas del éter, anunciando

á los arcanos esponsales. Nacen

al susulto de amor en los celestes

tálamos los soles de la noche hasta

el más lejano espacio.

Habría que señalar que Sicardi no tiene inconveniente en utilizar en sus endecasílabos de verso blanco, a lo Milton, voces del lunfardo como atorrante, palabras castellanas inusuales, como espelunca o tripudio, que a la vez son vocablos italianos, a los que suma italianismos del tipo susulto, que con doble ‘s’ y en la lengua de sus padres —sussulto— quiere decir, sobresalto, escalofrío.

Giuseppe Ingegnieri, más adelante conocido como José Ingenieros (al que se lo recuerda profusamente con calles en Béccar, Olivos, La Tablada, José León Juárez, Ingeniero Budge, Remedios de Escalada, Sarandí, Morón y así…), era un admirador de la obra de Sicardi, el cual no tiene topónimo en nuestra provincia. Ingenieros describía la prosa de Sicardi como una “emanación vigorosa y fecunda de una naturaleza en pleno exceso de orgiástica vitalidad”, [su obra es] “un borbotón de palabras, de cuadros, de olores y de sonidos; una zinguizarra brutal de la mente calcinada como un volcán, un hervidero de escorias y de metales, un vértigo de creación…”

En el capítulo Salmo de la Sabiduría, Sicardi habla de Moisés, el ductor del pueblo en el desierto. El poeta sigue por orden el mensaje de la Biblia, aunque, desde este margen de occidente no podemos evitar que la palabra desierto nos suene a Pampa y Patagonia. En el desierto, nos dice Sicardi, se oye el respirar de Dios. La frase nos retrotrae al mensaje que Julio Argentino Roca (Sicardi era roquista) remitirá por telégrafo el 25 de mayo de 1879 desde la orilla del Río Negro y rodeado de seis mil soldados: “En ninguna parte se siente uno más cerca de Dios como en el Desierto”.

Con el poema continúan las imágenes de prostitutas, las cuales se alternan con términos de medicina, lo que nos hace pensar en los años de profesión de Sicardi en Bragado a cargo de la inspección de las casas de tolerancia, un eufemismo oficial con que se llamaba a los prostíbulos del pueblo. Aquella experiencia de meses parece haber marcado a fuego la imaginación del doctor que treinta años después componía su poema haciendo extensiva la capacidad sexual de los mamíferos al juicio de la naturaleza, los minerales y los planetas.

Hay que decir que lejos del cocoliche Sicardi toma la posición de aquel que escucha su entorno. En la época de sus creaciones Buenos Aires era, más que nunca, una provincia poblada por inmigrantes. La lengua franca era el castellano aunque —como nos aclara el autor en su extensa novela llamada Libro extraño— aquel idioma estaba cargado por “una mezcla abigarrada de neologismos suburbanos, de dicharachos y términos genoveses, de solecismos gallegos y catalanes, de acentos guturales, que no permiten adivinar el terruño de origen [...] ronqueras alemanas, gorgoteos de gargantas franceses, estridores agudos de calabreses [...] una mezcla de palabras de todos los idiomas, de giros de todas las gramáticas populares, que herían de muerte la majestad de la lengua madre [...]”. No obstante, a lo largo del poema y a pesar de su escucha, veremos como el escritor escapa a los galicismos como si fueran la peste, aunque, por otra parte, no tenga inconvenientes en poner en su poema culto palabras del lunfardo y vocablos italianos junto con modismos en desuso del castellano.

Emma Napolitano, en un estudio crítico que hace del poeta en 1942, asegura que cada canto de La inquietud humana está relacionado con la Argentina: “A veces la relación surge naturalmente y otras por medio de un nexo forzado. La intención de Sicardi es vincular los grandes momentos de la humanidad con la tierra argentina”.

Demás está decir que si es este el programa de Sicardi, nada más cercano a nuestras simpatías: percibir un cosmos local. Aunque la profusión de imágenes sexuales parecen ser parte de la conquista española, del expolio y la explotación, sumado a las consecuencias de las malas políticas sociales y económicas sobre los habitantes del Plata. Un sometimiento existencial para todos los habitantes de buena voluntad que habitan el suelo argentino.

Sicardi nació en el barrio de Once el 21 de abril de 1856, cuando la zona era “una parada de carretas”. Finalizada la escuela primaria, Sicardi es enviado, con doce años, a Génova. Regresa a Buenos Aires en 1876 a reanudar su carrera de medicina que había interrumpido en Génova. Fue médico de Rubén Darío, quien lo tenía no solo por su doctor de cabecera sino por gran amigo. El poeta nicaragüense decía que Sicardi tenía “una obra extraordinaria y desigual”, aunque algunos de sus hallazgos sobrepasaban “los límites de la literatura” (sea lo que sea lo que eso quiera decir). En sus estrofas nuestro poeta se deja llevar por la impresión del efecto: imágenes fuertes de podredumbre, decadencia, promiscuidad, violencia, movimiento y con tendencia a repetirse. La búsqueda del poeta parece estar puesta en el sonido y en la intensidad; la sensación de arrebato es la constante.

Por otra parte, el poeta realiza el curioso intento —como tantos otros poetas argentinos— de construir su puente entre Atenas y Buenos Aires. Desde su canto II propone la introducción de lugar: En la tierra / que baña el Plata, el mar limita y el Ande / tierras de luengas soledades, donde / á horcajadas los Indios sobre el potro, / llenaban de alaridos las praderas, / sobre túmulos de héroes galopando…/en la alma patria nuestra resurgían / de la Grecia los himnos.

Grazna el cóndor —un pájaro muy poco griego, si cabe aclarar— y Sicardi le pregunta qué se hizo de los indios.

¡Tú, cóndor,

ave sagrada! posa sobre el mármol,

como un Hermes inquieto, con graznidos

de feroce crueldad y con la garra

aleja temerario á los irruentes...

(Irruente: Che entra con impeto; irrompente / Impetuoso, violento, veemente: uomo impulsivo, aggressivo).

Finalmente, ante la conclusión de que los indios han desaparecido por acción del hombre blanco, occidental, descendiente de griegos, y de su paso como Pampero arrasador, el poeta supone que algo se levantará en honor a la ausencia de aquella turba: Un monumento, / ha de elevarse al fin en el silencio / del misterioso enigma de la Pampa, / como la turba inmane.

El gaucho de Sicardi es un andariego y solitario jinete en su alazán..., es decir un modelo estilo Martín Fierro, aunque repetido cuarenta años después, con la forma del molde: galopa el gaucho, / y en la noche tranquila la guitarra / que tañe el domador de tez curtida / en los ardientes soles. Para la época en que Sicardi había llegado a Bragado, la lucha contra el indio había terminado. No hay duda de que las incursiones de los pampas estaban aún frescas en la memoria de los pobladores y que el hombre de campo en los arreos mantenía una semblanza cercana al mítico gaucho solitario de comienzos del XIX.

Mientras el gaucho y el soldado redimieron con su fraticida lucha contra el indio los vastos territorios argentinos ...Otra patria / con su morir nos dieron y nosotros / á esas larvas hacemos; sus memorias / tan honestas honramos en la orgía. Ergo, nos olvidamos de los indios, del gaucho, del soldado, para venir, vivir, tomar vino, hacer orgías y morirnos. Es decir, es esta cosa de llegar de Italia o España, dedicarse a la siembra o a poner un comercio de ramos generales, administrar un prostíbulo o una pulpería, ser empleado de banco y no tener el mínimo respeto por el que dio su vida matándose en el “desierto”. Pero también es la escandalosa actitud del estanciero criollo que donde hubo una batalla mandó sus vacas a pastar y a pisotear a los muertos. Es la pasmosa actitud del director británico de ferrocarril que indica el trazado de las vías para que no dejen hueso sin tiritar tras el paso de la máquina. Y es el ejército que honra a sus generales con los nombres de los pueblos y a ninguno de los soldados que dieron la vida en las campañas, las de otros y para beneficio de otros. Y es el Estado que lotea, regala y vende, administra y deshace lo que se ganó con la sangre de los demás.

Los espectros de estos caídos (el gaucho, el soldado, y queremos creer, el indio) vagan ante la ingratitud glacial. Vagan por las calles impúdicas de Bragado. Que el olvido arroje frescos alientos / donde pululan frenéticos / agitados los gusanos de los gauchos y los soldados. Que la hierba trabaje mientras el propietario planta soja, rocía el pesticida o alimenta sus vacas con algún alimento prefabricado. Entre tanto, los cóndores graznan en metro heroico las gestas de esos muertos solitarios.

Nuestro poeta pinta un paisaje cruel, de entierros, inundaciones y llanto, atenuado por el trinar de los jilgueros, la salida del sol y el trajín de los horneros. Se anima también a imaginar el fin de Buenos Aires, a la manera de una Roma Imperial:

Y todo pasará como el plantío

bajo las avalanchas, como Roma

bajo el bagual de Atila... Y tú también,

Buenos Aires, en polvo convertida,

en una enorme y elocuente ruina

á los siglos dirás: «Sobre las almas

de mis hijos coloco el gran sudario,

tejido en flores del olvido…

Sobre estos escombros del Leteo, como los desguazaderos de Camino General Belgrano, cubierta de caños y carrocerías, Sicardi le habla a un visitante del futuro, le dice algo así como: “quizás ni te acuerdes que aquí hubo una ciudad, pero capaz que te encontrás con el alma de un poeta (o sea Sicardi)”:

Pasajero

de los futuros tiempos, si te acercas

á la duna tumbal, unos olores

de las grietas saldrán de ombúes resecos

[…] Allí sentada

tal vez encuentres, peregrino, el alma

torva y enferma del poeta.

[…] Aquí reposa,

bajo el escombro frío, la ciudad

de la grandeza y de la angustia. Nunca

descanso tuvo. Más que humana marcha,

fué su senda un trajín desesperado,

hacia el no ser y fué una borrachera

de dolor y de bregas!